Empezó con el golpe a Elba Esther
Gordillo, jefa de lo que podría considerarse un feudo propio, aunque
díscolo. La idea, al parecer, era dar un escarmiento anticipado a
disidencias internas en potencia, así como cortar de tajo cualquier
posibilidad de que la cúpula gordillista se sumara de alguna manera
a la resistencia contra la reforma educativa. Después de una pausa
de meses, el deslinde prosiguió, esta vez ante los gobiernos de
Vicente Fox y Felipe Calderón: la orden de captura contra Gastón
Azcárraga –millonariamente agasajado por el de Guanajuato y
tolerado en sus transas por el de Michoacán–; la exhibición de
las bribiescas y calderonescas inmundicias de Oceanografía; la
captura de El Chapo –fugado de Fox y presunto protegido de
Calderón– y la segunda muerte de El Chayo, con la que se
puso en evidencia la mendacidad extrema del calderonato. Una tercera
ronda de deslindes ha tenido lugar con respecto a dos de los
principales poderes fácticos del empresariado: las declaratorias de
preponderancia emitidas para Televisa y las principales empresas del
Grupo Carso por el Instituto Federal de Telecomunicaciones, con la
peculiaridad de que la primera fue matriz publicitaria del actual
ocupante de Los Pinos.
Algunos incautos han visto en estos
ajustes de cuentas un indicio de que el peñato está resuelto a
recuperar la independencia del gobierno frente a los grupos
corporativos que lo controlan –legales o no tanto– y hasta una
decisión de romper con la cadena de complicidades y encubrimientos
que recorre los sexenios.
Pero no. Si el actual gobierno hubiese
tenido la determinación de exhibir, perseguir y contrarrestar la
corrupción y la criminalidad heredadas de Fox y de Calderón, habría
actuado en forma explícita y frontal, y no mediante acciones
dosificadas ni con cálculos de oportunidad mediática. Por lo que se
refiere al “golpe” a Televisa, ya el lunes pasado Enrique Galván Ochoa demostró hasta qué punto dicho “golpe” es un mero raspón
menor que ni disminuye en forma apreciable el valor accionario ni
reduce el poderío mediático de la corporación.
Si Peña realmente pretendiera
establecer una diferencia significativa con respecto a sus
antecesores panistas tendría que empezar no por ese golpeteo
tangencial y oportunista sino por indagar el destino de los cerca de
75 mil millones de dólares que ingresaron a las arcas nacionales
durante el gobierno foxista y que desaparecieron de manera misteriosa
en los entresijos de la burocracia, o bien emprender una
investigación seria no sólo sobre Oceanografía –investigación
que busca, por lo demás, esclarecer una ratería cometida en
perjuicio de una empresa bancaria estadunidense, no el fraude a la
nación perpetrado–, sino sobre el conjunto de las operaciones del
Fobaproa en el que participaron los hermanos Bribiesca Sahagún.
Si la idea fuera romper con Calderón,
el régimen actual bien podría mostrar voluntad política para
esclarecer sus posibles responsabilidades en la muerte de más de
cien mil mexicanos durante el sexenio pasado: el político michoacano
alentó e instigó la eliminación física de todo un sector de la
sociedad (en la categoría de narcos caben
desde campesinos mariguaneros, halcones
y camellos menores
hasta grandes capos)
que, según cálculos realizados durante el calderonato por
dependencias militares, genera cerca de medio millón de empleos
directos: el plan de Calderón fue llanamente genocida. Eso, sin
considerar que muchos de los asesinados no tenían nada que ver con
el negocio de las drogas ni con la delincuencia organizada. Y es
imposible saber el porcentaje preciso por la simple razón de que no
se puede juzgar a los muertos.
El actual ocupante
de Los Pinos está vinculado a Fox por la barbarie represiva en
Atenco (2006) y por el respaldo que el de Guanajuato brindó a su
candidatura. Asimismo, Peña está comprometido con Calderón porque,
como gobernador del Estado de México, compartió durante seis años
la estrategia de seguridad federal y porque el michoacano se hizo de
la vista gorda ante el fraude perpetrado por el PRI en 2012, en pago,
acaso, por el favor análogo que el tricolor hizo al panismo en 2006.
Lo más importante, Peña comparte con Fox y con Calderón la misma
misión en materia de política económica: favorecer a las grandes
corporaciones en detrimento de las personas y comunidades, seguir
entregando el país a los intereses extranjeros y alentar, desde las
dependencias públicas, el obsceno proceso de concentración de la
riqueza nacional en unas cuantas manos.
Estos deslindes
pragmáticos no implican, pues, ruptura ni fractura. Son sólo parte
de un reajuste en la manera de hacer negocios.
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