Todo un manifiesto: hace unos días Los
Pinos distribuyó una foto, tomada durante un reciente cónclave de
las cúpulas del poder político-económico, en la que aparecen Peña
Nieto y Germán Larrea: el gobernante de corte ampliada y simpatías
compradas y el enterrador de mineros y envenenador de ríos; el
repartidor de impunidades y el empresario eternamente salvo de
responsabilidades; el mandante y su mandatario, el jefe y el
subordinado, ambos con las respectivas expresiones corporales. Días
después la mina de Larrea volvió a inundar los ríos Bacanuchi y
Sonora con desechos tóxicos y varios empleados de Peña (de la
Profepa y la Secretaría del Trabajo) se apresuraron a asegurar, aun
con los análisis no completados, que todo está bajo control, el
nuevo vertido carece de importancia, no representa ningún riesgo
para la salud de la población y la empresa colabora en la mitigación
del daño. Las autoridades estatales y municipales de Sonora han
contado una historia muy distinta: los habitantes de la región están
gravemente afectados, Buenavista del Cobre ha sido omisa en informar
a las instituciones públicas, ha bombeado venenos a los cauces
fluviales en forma deliberada y se ha limitado a simular tareas de
reparación del daño.
El episodio dejó una manifiesta
indignación nacional y hay en curso un empeño de restauración del
poder presidencial omnímodo de los viejos tiempos priístas. En ese
contexto la difusión de la foto es una declaración de connivencia
entre el poder fáctico del dinero que se acumula matando mineros y
destruyendo el entorno natural y el poder fáctico del dinero que se
invierte en la compra de millones de votos para conquistar la
titularidad del Poder Ejecutivo. Y constituye una promesa de
impunidad. Y es además una insolencia.
Los signos de fin de régimen se
multiplican. La ceremonia del 15 de septiembre mostró a un Zócalo
supervigilado y controlado pero semivacío, poblado sólo por unos
miles de mexiquenses acarreados con documentadas ofertas de comida,
dinero y transporte, y aun así no le fue posible al aparato peñista
eliminar del acto unas cuantas mentadas y chiflidos. La flamante
Gendarmería Nacional fue estrenada para la ocasión y comisionada a
hurgar en los pañales de los bebés y los cuerpos de los niños en
busca de... ¿de qué? ¿De ametralladoras? ¿De granadas de mano?
¿De explosivos? –No, obviamente. Para eso hay arcos detectores de
metales y otros procedimientos. Muy probablemente los pobres
gendarmes recibieron la orden de buscar pancartas o linternitas láser
de esas con las que algunos traviesos le pintarrajearon la cara
(luminosamente, se entiende) a Felipe Calderón en su último grito e
intentaron hacerlo con Peña en su primero. Lo malo es que los
diseñadores de semejante operativo no se dieron cuenta (o se dieron,
pero no les importó) de que era violatorio de la Convención de los
Derechos de los Niños, que en México es vinculante.
Otro: la fugaz Disneylandia construida
por el comisionado Alfredo Castillo se desvanece en Michoacán y
vuelven a asomar, tras ella, la delincuencia soberana, la corrupción
omnímoda y la descomposición de todo aquello que el gobierno toca.
Y otro: el huracán deja al descubierto en Baja California Sur una
ineptitud asombrosa en el manejo de la cosa pública. Peña acude a
pasar revista de escenografías, se retira y deja tras de sí a una
población sin alimentos, sin seguridad, sin comunicaciones, sin casa
y sin trabajo.
Hace ya tiempo que el régimen
oligárquico no consigue ganar elecciones si no es mediante diversas
modalidades de fraude; perdió hace mucho tiempo la batalla de los
argumentos y ahora parece resignado a derrotarse a sí mismo incluso
en la batalla de la imagen pública, salvo en el ámbito de las
distinciones otorgadas por los verdaderos mandantes: en Nueva York
Peña es proclamado “ciudadano global” (es decir, ejecutor modelo
de la globalización depredadora) mientras en México la ciudadanía
es víctima de una ofensiva generalizada desde las cúpulas de la
institucionalidad.
El peñato ha logrado comprar la
docilidad de casi todas las facciones de la clase política, las
cuales le aplauden y le legalizan todos los negocios del saqueo, pero
no ha avanzado un centímetro en la solución del hambre, el
desempleo, la inseguridad, la desigualdad, la corrupción y las
carencias generalizadas de sectores cada vez mayores de la población.
Aun así, el régimen podría durar muchos años más porque para la
gente lo más preciado es la estabilidad y en aras de preservarla
está dispuesta a casi todos los sacrificios imaginables. Lo que
colma la paciencia de las sociedades es más bien la insolencia del
poder; este régimen ha perdido la capacidad de evitarla y más bien
parece que no puede dar un paso sin incurrir en ella, y ese es el
signo de su inviabilidad.
1 comentario:
Qué hacer, cómo actuar, ante este Sistema, si las fracciones de poder se lo reparten, entre politicos, empresarios y narcos, dejando a JuanPueblo, aún infante a pasar bascula, aunque sean acarreados del mismo Sistema!!
Decia por ahí un chamuscado periodista, la revoluvión sel intelecto, o la revolución de las Masas. Digo yo!!
No participar ni en la Economia del Sistema, teles, refresco, futbol, conciertos denigrantes, pero eso me hace que participemos en la Formación de nueva Cultura, a través de nuevas Enseñamzas!!
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