Mientras pasa la lluvia
y las bocinas de los autos sollozan en
el tránsito
y pensamos en barcos indefensos
que se hunden frente al puerto
al reclinarse en ellos la tormenta,
te contaré, mi vida,
la historia del tornero
que modeló una mujer de madera
y al sacarla del torno
ella siguió girando
y nadie pudo detenerla
porque la rotación quedó grabada
en su carne de celulosa
y sigue, hasta la fecha,
expuesta en un museo
y algunos dicen que sonríe de cuando
en cuando
y que por las noches se queda quieta,
pero se trata de leyendas
que nadie ha confirmado.
Mientras pasa la lluvia,
ahora que el mundo ha desaparecido
bajo cántaros de agua
y el calentador ronronea como gato
y el gato ronca como un camionero
borracho
y la techumbre es masacrada
por gotas del tamaño de manzanas,
te contaré, amor mío
la historia de un cuaderno
guardado y olvidado por decenios
en un cajón húmedo
y las líneas escritas en él se
borraron
y su papel se volvió una papilla
nutricia
y le brotaron plantas
y los tallos de las plantas
siguieron el patrón de la vieja
escritura
y fueron la memoria
del escrito perdido.
Mientras pasa la lluvia
y la tierra se ahoga sin remedio
y el calor de tu cuerpo no se apaga
y tu laguna no se seca
y las ventanas se empañan
y el mundo nos resulta más lejano que
nunca,
te contaré, alma mía,
la historia de una piedra
que se labró a sí misma
en golpes improbables
con otras piedras
llevada por el viento
y fue caballo alado
y después, un guerrero,
y luego un recipiente,
siempre fiel a sí misma
a pesar de las formas que adoptaba,
siempre de piedra.
Mientras pasa la lluvia –que no pasa–
y el planeta se olvida de nosotros,
preguntaré a tus párpados
por el color de la primera luz que vieron,
preguntaré a tu carne
por el clima que hacía,
pediré a la memoria de tus células
que me cuente los temas de la plática
en los parques ese año.
ateridos y ciegos en la noche,
conforme el agua los disuelve
mientras pasa la lluvia.
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