En los tiempos que corren la expresión contra natura tiene una nueva connotación negativa. Si desde hace siglos la clerigalla considera antinatural el sexo por mero placer –como si las ratas copularan por deseo de procreación–, ahora se le han unido otros sectores para los cuales el ir contra los dictados de la madre suprema (Gaia o Pachamama, pongámosle) es un pecado mortal necesariamente asociado con la deforestación catastrófica, la ingesta de cancerígenos o ese Apocalipsis indeterminado que va, según la temporada, de los hielos del invierno nuclear a los sofocos del calentamiento global. En contraste, toda cosa material o actividad que sea biodegradable y rica en fibra será vista como signo inequívoco de santidad.
Pero no. Ultimadamente no hay elaboración más artificial que la preocupación por el entorno o que la ética, la cual es un esfuerzo racional por desnaturalizarnos, es decir, por reprimir nuestros instintos naturales con base en principios superiores que no aparecen en estado natural por ninguna parte. Otra cosa contra natura es la compasión. Salvo en algunos dudosos videos de Youtube, como ese en el que un gato le da de comer a un pajarito famélico, no veremos nunca que un tiburón, como no sea por saciedad, le perdone la vida a una sardina, que un cisticerco sienta remordimientos por el deterioro físico que pueda causarle a su organismo anfitrión ni que un grupo de leonas organice un taller de sororidad con las cabras. Incluso quienes creen en el karma y el ciclo de reencarnaciones, como Else Byskov, reconocen que “en el reino animal [es decir, en el ámbito de lo meramente natural] no hay cabida para la piedad o la compasión” y que se trata de matar o morir”. Pensándolo bien, la observación es plenamente aplicable al reino vegetal, como me quedó claro con la muerte reciente de mi limonero, asesinado por un filodendro ojete que lo privó de la luz solar. Posiblemente la excepción (a menos que decidan creerle al video de Youtube) sean los mamíferos superiores y, especialmente, los primates. Frans De Waal, aunque detractor de la teoría del contrato social (que es eminentemente humanófila), señala que chimpancés, bonobos y otros primates “tienen capacidades para la reciprocidad y la venganza, la aplicación de normas sociales, la agresión, la resolución de conflictos, la compasión y la empatía”.
La razón de la escasez (por no decir ausencia total) de piedad en especies no humanas es simple: ese sentimiento tiene como condición previa la empatía, que es la capacidad de imaginar, conocer o cuando menos percibir, los sentimientos del otro, y requiere de habilidades cognitivas y emocionales no muy presentes que digamos en organismos escasos de tejido neuronal.
Es cierto que esta idea de la compasión como atributo casi exclusivo de los humanos (o de los primates en general), leída en clave antropocéntrica, da pie a la idea de una superioridad humana sobre el resto de las especies e incluso a la fábula chovinista del “rey de la creación”. Y esas concepciones han fundamentado la realización de innumerables atrocidades, cometidas en lo individual o en lo social, y han aceitado, con respecto a los animales, el sentimiento contrario a la piedad: la felicidad por el sufrimiento o dolor de otro ser u organismo, una cosa horrible para la que el español sólo tiene el verbo “regodearse”, que el alemán codifica en una palabra precisa, schadenfreude, y para la que los tecnócratas neoliberales mexicanos tienen una clara vocación.
Ahora imagínense que no estamos en la segunda década del siglo XXI sino en la última del XVIII, y no en los ámbitos ilustrados de Europa sino en el pueblo de la Real Corona de Chiapa de Indios, hoy Chiapa de Corzo. En ese tiempo y lugar fue compuesta la fábula La tentativa del león y el éxito de su empresa, en la que se “sintetiza a la perfección las inquietudes comunes a los enciclopedistas hispanoamericanos de finales de aquella centuria, al tiempo que anticipa las preocupaciones sociales y culturales de los grandes libertadores del siglo siguiente”. Se trata de un romance heroico de 414 versos (es decir, endecasílabos asonantados en los pares) en el que un joven león inexperto, ególatra y necio, se niega a aceptar que hay un animal capaz de vencerlo –el humano– y parte en su búsqueda para reafirmarse. Cuando por fin lo encuentra, es derrotado en primera instancia por el ingenio del bípedo y en segunda y definitiva, por su piedad.
Es un tanto extraño que, cuando hablan de fabulistas mexicanos de la época, autores como Pedro Henríquez Ureña, José Juan Tablada o Arturo Orozco Torre mencionen al michoacano Fray José Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809) y omitan al autor de La tentativa, el chiapaneco Matías Antonio Córdova Ordoñez, o Fray Matías de Córdova, como pasó a la historia, aunque no mucho. Es raro también que éste, a pesar de su decisiva intervención para la separación de Chiapas de Guatemala sea lectura obligatoria en las escuelas del país vecino y no en las de México salvo, claro, las chiapanecas.
Aquel dominico, tapachultense de nacimiento (17 de marzo de 1766) era individuo leído y hombre de mundo. Estudió primeramente en el Seminario de Ciudad Real (hoy San Cristóbal de las Casas), luego cursó Teología y Escolástica en la Universidad de San Carlos de Borromeo (Guatemala) y se infectó allí con la lectura de autores prohibidos como Locke y Condillac. Como sacerdote era “fuerte y decidido amparo de la raza indígena”. Alguna fuente menciona una oscura y breve huída de Guatemala, junto con su amigo Joaquín Galve, por una acusación de apostasía. El hecho es que formó parte de la Sociedad Económica de Amigos del País, se relacionó con intelectuales y científicos procedentes de diversas regiones del reino, como Longino Martínez, José Cecilio Del Valle y Mariano Mociño, viajó a Madrid, comisionado para reorganizar la organización provincial de su orden, y presenció allí la invasión napoleónica. A su regreso se instaló en SCLC y fundó una escuela en la que experimentó métodos pedagógicos de alfabetización especialmente concebidos para este continente y recogidos en varios volúmenes. Introdujo la primera imprenta de la provincia y fundó el periódico El Pararrayos.
Para entonces las ideas libertarias llegaban a tierras chiapanecas por medio de El Editor Constitucional, publicado en Guatemala, y hasta donde se sabe el dominico conservó un perfil bajo durante la guerra de Independencia; no fue sino hasta que Iturbide proclamó el Plan de Iguala que se decantó abiertamente por la causa independentista. El 28 de agosto de 1821, en lo que se conoce como Grito de Comitán, Matías arengó a los presentes en una misa celebrada en el templo de San Sebastián a secundar al Ejército Trigarante. Lo que siguió fue una pugna entre quienes querían mantener a Chiapas unida a lo que había sido la Capitanía General, los que se inclinaban por una república independiente y el bando que a la postre triunfó, que propugnaba la unión con México, y en el que Matías de Córdova tuvo un papel destacadísimo. Murió unos años después (1828), en Chiapa de Corzo, en donde se desempeñaba como prior del Convento de Santo Domingo. Bueno, pero si no lo han leído, está aquí y acá.