25.5.99

Democracia y ética


"Son muchos los pueblos que se miran en el espejo de las naciones europeas como un ejemplo de prosperidad económica, libertades individuales, gobierno de mayorías y respeto a las minorías. Millones de ciudadanos, en Europa y fuera de ella, aspiran a seguir el camino de esos países que, pese a tantas guerras, conflictos y divisiones como han padecido, mantienen la bandera de la tolerancia cívica, el diálogo, el mestizaje y el derecho a la diferencia, en un régimen de igualdad ante la ley. De la solución que se dé a este conflicto, de cuáles sean las condiciones de la paz, depende no sólo el destino inmediato de millones de kosovares y serbios sino, en gran parte, el futuro de la democracia en el mundo." Con estas y otras palabras, Juan Luis Cebrián, a quien por lo demás admiro como intelectual y periodista, justifica la intervención de la OTAN en Serbia ("Democracia y guerra", El País, 23/05/99).

La eficacia de los bombardeos para conseguir los objetivos fijados por los propios gobiernos occidentales está en duda. La limpieza étnica en Kosovo, que hasta antes de la incursión se realizaba a cuentagotas, adquirió proporciones masivas (y acaso irremediables, por muchas más bombas que arroje la OTAN sobre Belgrado y Pristina) desde las primeras horas del bombardeo que lleva ya dos meses. Los demócratas serbios que se oponían a Milosevic y proponían la construcción de un régimen representativo a la imagen de los europeos, fueron privados de todo margen de acción con los primeros misiles.

La escalada del conflicto ha significado para el régimen serbio un grave daño militar, pero también una victoria política interna. Pero las guerras actuales tienen por objetivo último el debilitamiento ųel desmoronamiento, inclusoų del adversario en términos políticos. Mantener una conflagración armada fiel, hasta el fin, a sus propios medios, obliga a poner como meta los escenarios de Numancia y Cartago, las ruinas humeantes de Berlín e Hiroshima. ¿Cuántas muertes es válido causar en nombre de la democracia? ¿Existe un límite?

O sea que la democracia, el respeto a los derechos humanos, la tolerancia y la pluralidad, son susceptibles también de conformar una ideología en el peor sentido del término, es decir, unos lentes pintados de negro mate para transitar por el horror de nuestras propias acciones sin sufrir vértigos ni náusea. Si uno, en el párrafo que cito al principio, quita "la tolerancia cívica, el diálogo, el mestizaje y el derecho a la diferencia, en un régimen de igualdad ante la ley", y la reemplaza por "el socialismo, la paz y el progreso", obtendrá un comunicado de la cancillería soviética. Si se escribe "la grandeza de la patria", conseguirá un discurso de un dictador chovinista cualquiera.

Cebrián propone, en síntesis, que destripar a bombazos un millar de civiles es justificable cuando se hace en nombre de la democracia continental. Durante la guerra fría, los gobiernos de Washington recomendaban a sus aliados latinoamericanos las prácticas de la tortura y la desaparición de personas para defender la democracia hemisférica. Veinte años después, Pinochet afirma, en su acoso británico, que la estela de muerte y destrucción que dejó en su país fue "dolorosa pero necesaria".

Yo tenía entendido que las formaciones democráticas no sólo se distinguen de las otras por cuestiones de procedimiento, sino también por valores éticos irrenunciables. Poner en la balanza la vida de unos a cambio de la de otros es una operación que degrada y pervierte sin remedio a los encargados de la medición: ¿Cuántos serbios vale un albanés kosovar, o a la inversa? ¿Cuántos y cuáles sufrimientos puede infligirse a una población antes de que el salvamento de otra deje de valer la pena? ¿Cuál es la proporción de costo/beneficio entre la refugiada que perdió una pierna por la caída de un misil y su biznieto que disfrutará un entorno democrático?


En estos términos no hay trato posible, respetado Cebrián. Ni 300 millones de votantes pueden dar mandato a un gobierno o a una coalición multinacional para que ponga en riesgo la vida de ciudadanos inocentes ni para que especule con el porcentaje mínimo de "daños colaterales" que es posible causar sin poner en riesgo la viabilidad política del bombardeo.

18.5.99

Israel: fin de la pesadilla


Es difícil saber si el peor enemigo de Israel es la colección de fanáticos de Alá que todavía deliran con la destrucción a bombazos del Estado judío, o el catálogo de fobias, intolerancias, militarismos y fundamentalismos internos --hebreos-- que, durante los últimos tres años, ejercieron el control político del país mediante una representación administrativa llamada Netanyahu. Por suerte y larga vida para todos --incluidos los clérigos terroristas y barbones de uno y otro bando-- el burócrata de la guerra ha sido derrotado, en forma abrumadora, por un soldado de la paz.

Este periodo oscuro y sangriento se acabó. La sociedad secular de Israel ha vuelto a tomar en sus manos el mando secuestrado por los halcones del corte de Ariel Sharon, por los rabinos de metralleta bajo el brazo y por los colonos que interpretan la Biblia como memorándum de exterminio. Si el mundo fuera equitativo, una corte internacional tendría que juzgar a Netanyahu por haber ordenado, desde el poder, asesinatos de Estado. Pero la historia --ya que no los tribunales-- ajustará cuentas con un primer ministro que surgió a la vida política como producto del odio (el hermano mayor caído durante el célebre Rescate en Entebbe); que jugó al hombre duro de Yitzhak Shamir en los inicios del proceso de paz con los palestinos, en Madrid, después de la guerra del Golfo; que, tras la derrota de su partido, cocinó el caldo de intolerancias en que hirvieron los proyectos para el asesinato de Yitzhak Rabin, el pacificador; que llegó al poder en virtud de un equívoco social de margen mínimo; que en la Primera Magistratura se desempeñó como un demagogo provocador que llevó a su país a los peores escenarios de aislamiento y menosprecio en Estados Unidos y Europa; que quiso ejercer el terrorismo de Estado y fue descubierto --para vergüenza del Mossad, organismo de acciones implacables pero impecables-- con las manos en la masa.


El sueño que Yitzhak Rabin sigue soñando en su tumba, junto con la mayoría sensata --más que nunca, sensata, y más que nunca, mayoría-- de los israelíes, ha vuelto por sus fueros después de un extravío de tres años. Nadie piensa que será fácil ni inmediato, pero, al menos, es de nuevo posible. Palestinos, israelíes y jordanos pueden reiniciar la construcción de un Triángulo Fértil que irradie paz, estabilidad, tolerancia, seguridad y prosperidad a todo Medio Oriente. Podrán, entonces, superarse las tentaciones del modelo balcánico para manejar las diferencias nacionales, religiosas y culturales, y optar por algo más cercano a un apacible modelo helvético que dé cabida a todos y en el que hasta Netanyahu pueda sentarse, sin temor al asesinato, a rumiar sus memorias de halcón derrotado para bien de todos.

11.5.99

Ustedes son europeos


Ustedes son europeos y uno de los deportes más extendidos y antiguos de su continente es entender. Los griegos lo inventaron y en los tiempos modernos Alemania, Francia, Inglaterra e Italia cuentan con unas formidables y robustas selecciones nacionales de comprendedores de todo: de la naturaleza, de la condición humana, de la sociedad, del lenguaje, de la economía, del alma, del resto no europeo de la humanidad, de las leyes que rigen éste y otros universos, de las propiedades de la luz, de las costumbres reproductivas de los chícharos, de las motivaciones de los criminales y de los resortes ocultos que mueven a los enamorados.

Ustedes han pregonado y enseñado al resto del mundo sus técnicas básicas del entendimiento: poner sobre la mesa todos los factores del problema, dejar de lado las vísceras y los intereses propios, dudar de lo que parece obvio y admitir y aprovechar los errores de observación y conclusión para afinar el juicio y la acción sucesiva. Los estadunidenses se consideran herederos de ustedes y de sus logros culturales. En los libros de historia de secundaria de Estados Unidos se afirma que ese país es producto --y culminación-- del desplazamiento histórico y geográfico de Occidente hacia sí mismo: de Grecia a Roma, de Roma al imperio carolingio, de allí a Gran Bretaña, para culminar en las nueve universidades del área de Boston, los edificios gubernamentales del Distrito de Columbia y las corporaciones postecnológicas de Silicon Valley y Seattle, sitios todos en los que corren ríos de dinero para financiar la comprensión de todos los asuntos imaginables e inimaginables.

Ellos y ustedes --ustedes, pues-- se empeñan en crear un mundo ordenado, estable, pacífico, democrático, legal, resignado al progreso, tolerante y limpio. Para ello, además de sus enormes recursos de comprensión, han creado y mantenido un aparato bélico impresionante, el mayor del mundo y de la historia, que se llama Organización del Tratado del Atlántico Norte, por más que en él haya lugar para naciones que no corresponden a esa delimitación geográfica (como Grecia e Italia) y países que (como Turquía) contrastan con el entorno más bien democrático y más bien respetuoso de los derechos humanos de Europa occidental. Se supondría que la intervención de ustedes en conflictos internos de Estados ajenos a ese club tendría que empezar por la comprensión y terminar --como último recurso-- con el empleo de la fuerza bruta o, si les ofende el término y quieren destacar los atributos de sus bombas y misiles de alta tecnología, la fuerza inteligente.

En Kosovo, ustedes analizaron la situación, concluyeron que, pese a las negociaciones diplomáticas estaba a punto de producirse una gran masacre y, en nombre de los derechos humanos, enviaron sus fuerzas aéreas a Serbia con la consigna de evitarla.

Esa acción creó las condiciones que el gobierno serbio necesitaba para expulsar en masa a los albaneses de Kosovo. Es probable que quienes lo pierden todo y logran llegar a alguna frontera sean los más afortunados, y que los que se quedan estén siendo víctimas de atrocidades. La segunda consecuencia de los bombardeos es la muerte de centenas o miles de ciudadanos serbios a causa de los fallos que, casi a diario, experimentan los proyectiles de ustedes. En tercer lugar, el ataque dejó sin margen de acción a los opositores democráticos al régimen de Belgrado: ¿Con qué cara pueden dirigirse ahora a sus conciudadanos los partidarios de una democracia a la estadunidense, a la británica o a la alemana, cuando en las cúspides de esas democracias surge la decisión de enviar misiles que están descuartizando a las personas? Para colmo, unas bombas aliadas tuvieron el mal tino de estrellarse en la embajada china en Belgrado y provocaron, con ello, cuatro diplomáticos muertos, abundantes escombros y una crisis internacional que sólo Dios sabe cómo acabará. Mientras tanto, esas bombas de ustedes han dado al traste con el tenue diálogo entre Pekín y Washington en materia de derechos humanos, y con ello han incrementado la indefensión de los disidentes y opositores chinos.

En suma, las acciones bélicas de ustedes han desatado un infierno de sufrimiento, destrucción, muerte e inestabilidad tan grave como el que pretendían impedir, o más. Ante la dimensión de la catástrofe que han creado con su intervención en Serbia, ustedes tendrían que asumir que sus sistemas de comprensión fallaron, en esta ocasión, tanto como los sistemas de guía de sus misiles, que ha llegado el tiempo de aceptar y enmendar sus propios errores y detener la guerra.

4.5.99

Joaquín y los Balcanes


En su Nicaragua natal de la que nunca salió, aislado del mundo pero informado de su acontecer, Joaquín Pasos descubría en los saldos de la Segunda Guerra Mundial la confirmación de que, después de tantos siglos de conflictos bélicos, ríos de sangre, montañas de muertos y cordilleras de escombros, "sigue fiel el amor del cuchillo a la carne" (Canto de guerra de las cosas). Si ahora estuviera vivo, tal vez escribiría otra imprecación de largo aliento para mentarle la madre a Dios por la violencia de los Balcanes. En estos días pienso mucho en ti, Joaquín, hermano desconocido y remoto, tan contemporáneo en tu visión horrorizada de la guerra, tan lúcido en tu percepción de la tecnología de la muerte.

Entonces, ¿en verdad no ha cambiado nada desde la cintura del siglo hasta nuestros días de inminente cambio de milenio? ¿Son, la barbarie y la destrucción de nuestros días, en todo semejantes a las de hace cincuenta años? Me parece que no; que, a pesar de las víctimas civiles de Serbia y Kosovo, a pesar de la necedad y la frialdad de los dueños de la OTAN y de Milosevic, los peores excesos de violencia bélica de hoy nos colocan ante la evidencia de un vasto desarrollo ético, político y jurídico que ha tenido lugar, precisamente, en la segunda mitad del siglo.

Emprender un ejercicio de optimismo en torno a la guerra de los Balcanes puede parecer desalmado y cínico. Pero entre el bombardeo de Nagasaki y el de Belgrado, entre la solución final de los nazis y la limpieza étnica emprendida por el gobierno serbio en Kosovo, hay más que diferencias cuantitativas.

En la Alemania de los años cuarenta el antisemitismo tenía carta de legitimidad; era, incluso, lo que llamaríamos "políticamente correcto". Y cuando Estados Unidos entró al conflicto, matar alemanes y japoneses --todos los que se pudiera-- incrementaba el capital político de Roosevelt, de Truman y, posteriormente, de Eisenhower. En las postrimerías de la guerra, la aviación aliada (pero principalmente la estadunidense) bombardeó durante dos días y dos noches, sin parar, la ciudad de Dresde. La destrucción y la mortandad (cientos de miles de habitantes) fue mucho más abultada que en Hiroshima, pero pasó casi inadvertida. Era una acción innecesaria desde cualquier perspectiva táctica o estratégica; simplemente, había que matar a muchos alemanes. A los gobernantes de Berlín, por su parte, no se les pasó por la cabeza deportar de Alemania a los judíos (y a los gitanos, y a los comunistas, y a muchos otros grupos). Les pareció más rentable matarlos en masa y aprovechar la grasa de los cuerpos para hacer jabón y el oro de las dentaduras para financiar al Estado, con la amable y neutral colaboración de los banqueros suizos. Cuando el alto mando de Washington decidió lanzar bombas atómicas sobre dos ciudades de Japón, no sintió temor de causar "daños colaterales". Más aún, el propósito era justamente provocar bajas civiles.

Hoy, la OTAN no puede proponerse, simplemente, matar al mayor número posible de serbios. Cuando falla el sistema de guía de alguno de los proyectiles occidentales que caen en Yugoslavia y se provoca una matanza de inocentes, los gobiernos aliados experimentan un severo desgaste político entre sus propios ciudadanos. Cada tercer día, Clinton declara que no odia al pueblo serbio. Cada tercer día, Milosevic asegura que su lucha no es contra los albaneses sino contra los terroristas del Ejército de Liberación de Kosovo.

Al contrario de lo que ocurría en los años cuarenta, ningún Estado y ningún gobernante --ni siquiera Milosevic, ni siquiera Sadam, ni siquiera Clinton-- tiene hoy margen político para lanzar una propuesta de genocidio, y mucho menos de aniquilación masiva y total de un grupo humano. Los esbirros de Belgrado han perpetrado matanzas de kosovenses albaneses, pero no pueden plantearse exterminarlos a todos. Queman las casas de ese pueblo, violan a muchas de las mujeres, disparan contra muchos de sus hombres, pero una solución final está más allá de sus posibilidades, y no precisamente por falta de medios de muerte sino porque lo impiden los mecanismos civilizatorios (incipientes, imperfectos, embrionarios, exasperantes) de contención y de mediación logrados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: organismos, leyes y acuerdos internacionales, atribuciones de las sociedades civiles, creciente interdependencia y fortalecimiento generalizado de valores éticos universales orientados a la paz, a la preservación de la vida y a la convivencia entre seres diversos.


Lo anterior no atenua la atrocidad del bombardeo diario ni de la expulsión masiva y el exterminio selectivo. Pero, querido Joaquín Pasos, en medio del sufrimiento civil y el derrumbe de las máscaras políticas, y así sea con el afán de restaurarlas --bendita sea la hipocresía si frena en algo a la muerte-- en estos cincuenta años --el lapso de tu ausencia-- algo se ha enfriado el amor del cuchillo a la carne.