Ustedes son europeos y uno de los deportes más extendidos y
antiguos de su continente es entender. Los griegos lo inventaron y en los
tiempos modernos Alemania, Francia, Inglaterra e Italia cuentan con unas
formidables y robustas selecciones nacionales de comprendedores de todo: de la
naturaleza, de la condición humana, de la sociedad, del lenguaje, de la
economía, del alma, del resto no europeo de la humanidad, de las leyes que
rigen éste y otros universos, de las propiedades de la luz, de las costumbres
reproductivas de los chícharos, de las motivaciones de los criminales y de los
resortes ocultos que mueven a los enamorados.
Ustedes han pregonado y enseñado al resto del mundo sus
técnicas básicas del entendimiento: poner sobre la mesa todos los factores del
problema, dejar de lado las vísceras y los intereses propios, dudar de lo que
parece obvio y admitir y aprovechar los errores de observación y conclusión
para afinar el juicio y la acción sucesiva. Los estadunidenses se consideran
herederos de ustedes y de sus logros culturales. En los libros de historia de
secundaria de Estados Unidos se afirma que ese país es producto --y
culminación-- del desplazamiento histórico y geográfico de Occidente hacia sí
mismo: de Grecia a Roma, de Roma al imperio carolingio, de allí a Gran Bretaña,
para culminar en las nueve universidades del área de Boston, los edificios
gubernamentales del Distrito de Columbia y las corporaciones postecnológicas de
Silicon Valley y Seattle, sitios todos en los que corren ríos de dinero para
financiar la comprensión de todos los asuntos imaginables e inimaginables.
Ellos y ustedes --ustedes, pues-- se empeñan en crear un
mundo ordenado, estable, pacífico, democrático, legal, resignado al progreso,
tolerante y limpio. Para ello, además de sus enormes recursos de comprensión,
han creado y mantenido un aparato bélico impresionante, el mayor del mundo y de
la historia, que se llama Organización del Tratado del Atlántico Norte, por más
que en él haya lugar para naciones que no corresponden a esa delimitación geográfica
(como Grecia e Italia) y países que (como Turquía) contrastan con el entorno
más bien democrático y más bien respetuoso de los derechos humanos de Europa
occidental. Se supondría que la intervención de ustedes en conflictos internos
de Estados ajenos a ese club tendría que empezar por la comprensión y terminar
--como último recurso-- con el empleo de la fuerza bruta o, si les ofende el
término y quieren destacar los atributos de sus bombas y misiles de alta
tecnología, la fuerza inteligente.
En Kosovo, ustedes analizaron la situación, concluyeron que,
pese a las negociaciones diplomáticas estaba a punto de producirse una gran
masacre y, en nombre de los derechos humanos, enviaron sus fuerzas aéreas a
Serbia con la consigna de evitarla.
Esa acción creó las condiciones que el gobierno serbio
necesitaba para expulsar en masa a los albaneses de Kosovo. Es probable que
quienes lo pierden todo y logran llegar a alguna frontera sean los más
afortunados, y que los que se quedan estén siendo víctimas de atrocidades. La
segunda consecuencia de los bombardeos es la muerte de centenas o miles de
ciudadanos serbios a causa de los fallos que, casi a diario, experimentan los
proyectiles de ustedes. En tercer lugar, el ataque dejó sin margen de acción a
los opositores democráticos al régimen de Belgrado: ¿Con qué cara pueden
dirigirse ahora a sus conciudadanos los partidarios de una democracia a la
estadunidense, a la británica o a la alemana, cuando en las cúspides de esas
democracias surge la decisión de enviar misiles que están descuartizando a las
personas? Para colmo, unas bombas aliadas tuvieron el mal tino de estrellarse
en la embajada china en Belgrado y provocaron, con ello, cuatro diplomáticos
muertos, abundantes escombros y una crisis internacional que sólo Dios sabe
cómo acabará. Mientras tanto, esas bombas de ustedes han dado al traste con el
tenue diálogo entre Pekín y Washington en materia de derechos humanos, y con
ello han incrementado la indefensión de los disidentes y opositores chinos.
En suma, las acciones bélicas de ustedes han desatado un
infierno de sufrimiento, destrucción, muerte e inestabilidad tan grave como el
que pretendían impedir, o más. Ante la dimensión de la catástrofe que han
creado con su intervención en Serbia, ustedes tendrían que asumir que sus
sistemas de comprensión fallaron, en esta ocasión, tanto como los sistemas de
guía de sus misiles, que ha llegado el tiempo de aceptar y enmendar sus propios
errores y detener la guerra.
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