El arquetipo dice que la mexicana y las centroamericanas son
tierras de holgazanes en las que la gente se espina la espalda por estar
recargada en el nopal o se deja picar por una culebra con tal de seguir tumbada
en la hamaca con la mano abierta, esperando que los mangos caigan del árbol;
según lugares comunes en los que hasta nosotros tendemos a creer ųo en cuya
invención hemos colaboradoų, somos el opuesto de los alemanes trabajadores y
los gringos industriosos.
Puede pensarse que a los mexicanos que se calcinan en los
desiertos de la frontera norte no les tocó nopal para recargarse; que los
centroamericanos que se maceran en las aguas agitadas del Pacífico, frente a
las costas chiapanecas y oaxaqueñas, no tuvieron árbol de mangos al cual
acudir, y que, a falta de flora vernácula que les ayude a echar la hueva, unos
y otros pensaron en la alternativa de holgazanear bajo la sombra de la torre de
Sears, en Chicago. De ser así, sus muertes resultarían menos dolorosas. Serían
un caso parecido al de los respetables héroes por voluntad propia que se rompen
la crisma al saltar en paracaídas, al trepar el Everest o al cruzar el
Atlántico con unas alas de Ícaro, movidos por el simple afán de figurar en el
libro Guinness.
Por desgracia, la realidad parece indicarnos que los
centroamericanos que cruzan el Suchiate y los mexicanos que pasan el Bravo se
mueren por trabajar. Literalmente.
Cuando Carlos Salinas de Gortari negociaba el Tratado de
Libre Comercio con Estados Unidos, uno de sus argumentos favoritos ante la clase
política de allá era que, mediante ese acuerdo, México exportaría productos en
vez de mano de obra. Ahora que el TLC ya está firmado y en vigor, en esta parte
del mundo el tránsito de mercancías genera ganancias cada vez mayores, pero los
desplazamientos masivos de personas no sólo no se han detenido, sino que van en
aumento y producen cadáveres, también en cantidad creciente. La búsqueda
laboral que culmina en misa de cuerpo presente ųcuando el cuerpo respectivo puede
ser rescatado del desierto, del río o del marų cobra importancia como causa de
mortalidad en la región, por más que ninguno de los países involucrados haya
abierto el rubro correspondiente en sus estadísticas oficiales, al lado del
sida, el tabaquismo, los males cardiacos y los accidentes de tránsito.
Pero si esa consideración nos incomoda, tal vez sea más
propositivo olvidarla y pensar que, a falta de nopales y de árboles de mango,
estos muertos holgazanes disponen, al menos, de ríos, desiertos y océanos para
descansar en paz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario