El océano del correo electrónico es navegado, con frecuencia
creciente, por mensajes adentro de una botella que proponen esfuerzos mentales
colectivos a favor de la paz. La cantidad de envases flotantes con semejante
contenido hace pensar en la buena voluntad de los humanos y en la cada vez más
extendida convicción de la convivencia pacífica, pero también en puertos con
aguas llenas de basura: conforme se multiplican, los llamados a la bondad se
convierten en algo parecido a los folletos de pizzas a domicilio que unas manos
anónimas y odiosas deslizan sin sosiego bajo tu puerta.
En los tiempos modernos nadie --salvo cuatro neonazis que se
refocilan en su completo aislamiento moral-- admite su afiliación convencida en
el bando de la guerra, ni argumenta que esa actividad humana posea valores
intrínsecos. Hoy, quienes hacen la guerra se justifican en nombre de la paz que
viene; los ministerios de Guerra han sido rebautizados --“de Defensa”, por
favor-- y las fuerzas armadas de todos los países son depositarias, en público,
de reconocimientos y exaltaciones que compensan el rechazo implícito del resto
de la ciudadanía. Por eso los exhortos a la paz que transitan las arterias del
correo electrónico mundial han perdido valor e importancia y son vistos como
simple contaminación digital: en estos días hasta Milosevic y Clinton podrían
suscribirlos.
Ayer recibí uno que propone llevar a cabo, el primero de
enero del 2000 un alto del fuego universal: “Que durante 24 horas ningún arma
sea disparada en la Tierra incluso en la televisión” (sic de amplia cobertura).
Esto generaría un “silencio dorado” y “un pensamiento en oleada, cuanta más
gente haga suyo este deseo más posibilidades hay de que se haga realidad” (otro
sic multifuncional).
Sí, no estaría mal ese día sin tiros, esa suerte de “hoy no
circula” para las armas de fuego y sus representaciones electrónicas en los
medios, pero no parece fácil que los 14 bandos en pugna en África Central
--entre otros-- se pongan de acuerdo con los guerrilleros independentistas de Timor
y éstos, a su vez, con los narcotraficantes de Ciudad Juárez, con los
paramilitares y guerrilleros colombianos y con las patrullas de venganza
albano-kosovenses, y que todos ellos rechacen, al unísono, aparecer en las
transmisiones de la CNN, Canal MAS y Televisa. No estaría mal, pero parece más
simple y practicable, si es que la tarea tiene algo de simple, que cada quien
afronte el Kosovo, el Chiapas, el Ruanda, el Belfast o el Magdalena que le
quede más cercano, y mueva un dedo en la dirección que pueda, o quiera, para
resolverlo.
Finalmente, me impresiona la sencillez con que se da por
cierta, en esta clase de mensajes, la supuesta condición generadora de
violencia de los medios. Ahora, para ahorrarse el análisis, todo el mundo le
echa la culpa de las masacres escolares de Estados Unidos a Quentin Tarantino y
a los noticieros de NBC, y se pregona que la mejor manera de resolver un
problema es evitar que se le mencione en la pantalla chica.
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