Informes procedentes de Londres aseguran que el general
Augusto Pinochet ha sufrido en semanas recientes “pequeños infartos cerebrales”
que se manifiestan en la pérdida del equilibrio y de la memoria de corto plazo
y en un carácter menos tolerante. Eso dijo el médico inglés que atiende al ex
dictador, pero un amigo muy querido me dijo, desde Santiago de Chile, que el
problema de Pinochet es un dolor en la próstata. Sea cual sea la naturaleza de
los males que lo aquejan, diversas voces en el mundo (Frei, Menem, Castro,
Thatcher, el Papa) han pedido, en público si son cínicos, o en secreto si son
hipócritas, que se cancele el proceso legal y que el tirano sea devuelto a su
país, ya sea en consideración a su decrepitud (“motivos humanitarios”) o en
atención a una muy hipotética soberanía judicial chilena que, en los nueve años
transcurridos desde que Pinochet dejó el poder, no ha sido capaz ni de citarlo
a declarar.
Una acción humanitaria internacional sería, por ejemplo, la
abolición de la pena capital en todos los países en los que está vigente; una
acción en defensa de las soberanías sería ejercer presiones efectivas para que
Israel deje en paz a los palestinos, Marruecos, a los saharauis, Turquía, a los
chipriotas, y Rusia, a los chechenos. Soltar a Pinochet porque se marea o
porque le duele la próstata no sería humanitario, sino ilegal. Si fuera el
caso, que le revisen y curen ésa y otras glándulas, y que siga su juicio.
Razones humanitarias abundantes habría, por ejemplo, para la
condonación de la deuda de los países pobres por parte de las naciones
industrializadas y los organismos financieros internacionales, en el entendido
de que los fondos hasta ahora destinados al servicio de las obligaciones
externas se canalizaran, en cambio, a la construcción de escuelas, viviendas y
hospitales, y no, como les encanta a nuestros gobernantes, a rescatar de la
quiebra empresas ineficientes y depredadoras. Insistir en la impunidad para uno
de los más grandes criminales de este siglo no es humanitario, sino inmoral.
Humanitario sería, por ejemplo, el establecimiento de
mecanismos de control para impedir que las cañadas y pendientes de Puebla,
Veracruz, Hidalgo, Chiapas y Oaxaca --y todas las otras trampas mortales del
territorio latinoamericano cuya urbanización y población es componente
fundamental de una mano de obra barata y competitiva-- sean nuevamente vendidas
y habitadas, a modo de impedir que, en la próxima temporada de lluvias, los
pobladores de esas áreas se conviertan en cadáveres llenos de lodo o, en el mejor
de los casos, en náufragos dolientes y empapados. Así se defendería,
adicionalmente, la soberanía económica y humana de estos países de los
caprichos del mercado internacional.
Un gesto humanitario sería que Margaret Thatcher buscara a
los familiares de Bobby Sands y les pidiera perdón por no haber movido un dedo
para evitar su muerte. El que la dama de hierro salga de su frasco de formol
para abogar por Pinochet no es señal de espíritu humanitario, sino prueba de su
hermandad ideológica y sicológica con el genocida chileno.
Una actitud humanitaria sería que el gobierno de Fidel
Castro dejara de inculcar entre los niños cubanos --con el pretexto de
homenajear al Che Guevara-- el culto a la inmolación y la obsesión por el
sacrificio que caracterizaban al guerrillero argentino, y que les enseñara, en
cambio, una ética de defensa y preservación de la vida. En sus tiempos de
internacionalista, Castro no reparaba en las soberanías, pero ahora las invoca
para criticar el proceso legal contra Pinochet. Esa mudanza puede ser una
expresión de extremo pragmatismo político o bien un síntoma de Alzheimer
--punto en el que emparentaría con los mareos del general o con su dolor de
próstata--, pero no una muestra de congruencia moral.
Finalmente, sería un gesto humanitario que el gobierno
chileno se abstuviera de invocar el dolor de próstata de Pinochet --cuántos
chilenos, durante la tiranía, habrán sufrido un padecimiento semejante mientras
esperaban la siguiente sesión de tortura, o el asesinato, sin que nadie se
compadeciera de ellos--, cediera un poquito de su soberanía (mucho menos de la
que se ha cedido en el ámbito económico) y se resignara a regalarle al mundo al
ex dictador, como una aportación inapreciable para permitir un precedente y un
escarmiento legal que la humanidad necesita con urgencia y en calidad de
compensación por todo el horror que Augusto Pinochet Ugarte introdujo en
nuestras vidas durante casi veinte años.
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