5.10.99

Un timorazo en el Sáhara


A principios de septiembre las cosas parecían marchar bien para los hijos del desierto. En uno de sus primeros actos de gobierno, el sucesor de Hassán, Mohamed VI, había nombrado una comisión plural para analizar los asuntos del Sáhara Occidental, en lo que se interpretó como un posible abandono de la política de puño de hierro sostenida hasta entonces por Rabat ante lo que Marruecos llama sus “provincias del sur” --y que el resto del mundo reconoce como la República Árabe Saharaui Democrática (RASD)--, ocupadas desde 1975 cuando las tropas coloniales españolas abandonaron la región. El referéndum en el cual los saharauis decidirán si son tales o si son marroquíes, postergado en innumerables ocasiones, había quedado fijado, en definitiva, para julio del año entrante. El Frente Polisario, representante incuestionado de los hijos del desierto, preparaba una propuesta de Constitución para el país liberado. Se veía la luz al final del túnel de la ocupación marroquí, y parecían ir quedando atrás los bombardeos con bombas de fósforo contra la población civil, las desapariciones y los asesinatos de independentistas, el oprobio de la ocupación. Lo de menos, en esas circunstancias, era que el gobierno de Marruecos persistiera en sus intentos por adulterar el padrón de votantes para el referéndum con la inclusión en las listas de miles y miles de colonos marroquíes.

El 10 de septiembre, en la ocupada El Aaiún, numerosos estudiantes, desempleados y jubilados saharauis iniciaron un plantón de protesta pacífica contra los invasores. Nueve días más tarde los trabajadores de las minas de fosfatos se les unieron. En la madrugada del 22, elementos de la Policía Judicial, la Gendarmería Real, las Compañías Móviles de Intervención y del Departamento de Seguridad Territorial iniciaron una violenta represión contra los manifestantes, con un saldo de dos muertos, más de cuarenta heridos --a los cuales les fue negada la atención médica en los hospitales-- y dos decenas de desaparecidos. Todo ello, en las narices de los observadores de la ONU (MINURSO).

En días posteriores (27, 28 y 29 de septiembre) grupos de colonos marroquíes, con el respaldo evidente de su gobierno, saquearon e incendiaron casas y comercios de saharauis y secuestraron al estudiante Ahmedou Ely Salem Sidi. La violencia de los invasores se ha abatido sobre El Aaiún, capital ocupada de la RASD.

Dos hipótesis: el siniestro policía Dris Basri, hombre de confianza de Hassán, y por décadas hombre fuerte en los territorios ocupados, se ha sentido amenazado por las nuevas políticas de Mohamed VI y ha decidido torpedear por su cuenta los preparativos para el referéndum de julio del 2000, o bien la tendencia moderada del nuevo rey marroquí es una simulación orientada a ganar tiempo, a tomarle el pelo a la comunidad internacional, a dorarle la píldora a la ONU (que es habilísima en comulgar con ruedas de molino) y a impedir, a fin de cuentas, la independencia de los saharauis. Sea como fuere, éstos no van a dejarse escamotear su derecho a tener una patria. El único camino para impedírselos es, entonces, masacrarlos en forma semejante a como los militares indonesios masacraron a los timoreses hace un par de semanas.

Entre los dos pueblos --timoreses y saharauis-- hay grandes paralelismos. Ambos fueron víctimas de potencias vecinas (Indonesia y Marruecos) que aprovecharon el hueco de la descolonización súbita e irresponsable (Portugal, en el caso asiático; España, en el africano) para anexarse territorios y pueblos con vocación de países independientes. Tanto Timor como la RASD han padecido una represión implacable desde 1975, y ambos han mantenido, pese a todo, su determinación de soberanía. Cuando las autoridades de Yakarta vieron perdida su colonia, tras el abrumador triunfo de los independentistas timoreses en el referéndum de agosto, perpetraron un genocidio desesperado y mezquino que, de todos modos, no habría podido evitar la liberación timoresa. Ahora estamos ante la posibilidad amarga de que Marruecos, con base en esa experiencia ajena, procure no llegar al plebiscito. Queda la duda de si la comunidad internacional volverá a permitir una matanza de inocentes a plena luz del día.

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