Habría que hablar de esto en voz baja y con frases muy
cortas. No vaya a ser que uno de esos niños despierte de su sueño envenenado.
Que despierte y se entere del descuido y el desdén que le inspira al mundo. Que
se vaya enterando de su propia tragedia. Que sepa que un episodio así no ocurre
jamás en los barrios residenciales ni en las escuelas de paga de estas
comarcas. Que seguimos usando el Parathión entre los insumos agrícolas. Y que
ese somnífero eterno se pasea, de vez en cuando, por los envases donde se
prepara la leche de la caridad oficial, sucedáneo barato a las políticas de
desarrollo, empleo e integración que han sido borradas, por populistas, hasta
del horizonte utópico.
En Taucamarca hay 24 niños dormidos que no van a despertar
nunca. En Lima hay un revuelo y un escándalo. Se buscan culpables inmediatos y
prácticos para el linchamiento de la opinión pública. La policía encontrará un
operario descuidado, un sicópata suelto o un contratista inescrupuloso para
echarlo a la cárcel.
Pero estos descuidos, o actos criminales, o prácticas
corruptas, no ocurren nunca en Miraflores ni en el Barrio Alto ni en el
Pedregal de San Ángel. Nadie ha oído nunca que en los liceos y colegios de
doscientos dólares mensuales les proporcionen a los niños leche con Parathión o
con mierda. Esas mezclas tóxicas y mortales aparecen siempre en los repartos de
ayuda caritativa a los damnificados de una catástrofe permanente y
cuidadosamente planificada.
Con el tiempo, estos niños dormidos se volverán moléculas
primarias, un recuerdo deslavado y una muesca mínima en la pirámide demográfica
de Taucamarca. El gobierno peruano, y sus congéneres de América Latina,
seguirán comprando leche para distribuir entre los pobres. Es mucho más barato
que crear empleos para los padres. (Es más eficiente y rentable que preservar a
la población de un huracán económico que, como lo sabe cualquiera que haya
cursado una maestría en Harvard, resulta inevitable y hasta deseable.) De
cuando en cuando, nos llegarán noticias de nuevos accidentes, de niños
intoxicados, ahogados en lodo, contaminados con plomo y arsénico, lanzados a
las redes de explotación de la mendicidad industrial, incorporados al
sexoservicio, vendidos a parejas estériles de Holanda y Suecia, integrados de
esas maneras a la economía mundial y al libre comercio.
Y sentiremos tristeza, y hallaremos alivio en la resignación
cristiana o hayekiana, o nos volveremos pragmáticos y nos diremos que, a fin de
cuentas, la leche con Parathión es un gran invento, habida cuenta de lo difícil
que resulta dormir a un niño.
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