Será un simple detalle, pero la propuesta de George W. Bush
para propiciar la sana competencia en las escuelas entre la teoría de la
evolución de las especies y la hermosa fábula bíblica de la Creación da una
idea inquietante de lo que podría ser la próxima Presidencia de Estados Unidos
en caso de que el republicano llegara a la Casa Blanca. Lo primero que se me
viene a la mente es que, después de cuatro u ocho años de semejante mandato,
los jóvenes de la superpotencia recibirían con menos entusiasmo la invasión de
dinosaurios procedente de Disney y de Hollywood; a fin de cuentas, se dirían,
esos bichos nunca estuvieron allí, porque para surgir, proliferar y extinguirse
habrían requerido de un lapso de decenas de millones de años, pero desde la
creación del mundo hasta nuestros días hay sólo unos cuantos milenios, y Adán y
Eva estuvieron listos en el sexto día, y nunca se toparon con un velocirraptor:
el único reptil que conocieron fue una serpiente, y ésa no es resultado de la
evolución, sino de una mutación instantánea del Maligno. O sea que los
dinosaurios son producto de la imaginación de esos literatos llamados
paleontólogos y los huesos enormes diseminados por casi todo el planeta
pertenecen más bien a los familiares del gigante Goliat, cuya existencia --ésa
sí-- está fehacientemente documentada en la Escritura.
Suena a cosa menor, pero el gobierno de Estados Unidos ha
sido uno de los principales impulsores del proyecto del genoma humano, y en una
de ésas, con Bush en la Casa Blanca, veremos a los peritos del FBI empeñados en
aislar y autenticar la firma de Dios que seguramente viene interconstruida en
el código de barras de la huella genómica. Y si la signatura resulta ser falsa,
la humanidad entera estaría ante el problema mayúsculo de determinar la identidad
del falsificador y, de ser posible, ponerlo a disposición de alguna altísima
instancia de justicia, superior, en todo caso, a la del Tribunal de La Haya.
Parece baladí, pero aunque George W. Bush navega con bandera
de republicano pragmático y abierto, tiene como promotor destacado al
predicador televisivo Pat Robertson, de la Coalición Cristiana. Robertson es
tan ignorante, tan malintencionado o tan ambas cosas, que no tiene empacho en
afirmar que la separación entre la Iglesia y el Estado es un invento de Adolfo
Hitler. Con ese simple endoso de créditos al Satanás alemán bien pueden
borrarse de un plumazo las diferencias surgidas en el encuentro de los Estados
Generales en vísperas de la Revolución Francesa y la larga lucha de los
liberales del siglo pasado (tan distintos de los globalifílicos del presente)
para dar a los fieles la dimensión adicional de ciudadanos.
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