8.5.01

¿De quién es Jesús?


La Suprema Corte de Justicia de la Nación tendrá que decidir, tras el recurso que presentó la semana pasada la Arquidiócesis Primada de México, si existen derechos de reproducción y uso de la imagen de Cristo y, en caso de haberlos, a quién pertenecen. El documento del arzobispado alega que “Jesús Cristo, la tercera persona de Dios, Hijo de María, la Virgen”, es la esencia del “depósito de fe” de la Iglesia Católica Apostólica Romana y, por lo tanto, su “patrimonio espiritual”.

Con ese fundamento, la organización religiosa afirma que el gobierno debe tomar en cuenta la opinión del arzobispado antes de autorizar actos de culto externos en los que se utilice la imagen referida. El interés por “tutelar” la imagen tiene el propósito, agrega el texto, de evitar “cualquier medio donde se induzca a la confusión de las personas físicas o morales”.

Este tema --quién puede y quién no hablar en nombre de Jesús, o utilizar sus imágenes y sus enseñanzas-- debiera ser tratado con extrema prudencia, habida cuenta del batidero de sangre, tripas y carne humana achicharrada que la cristiandad ha provocado con sus cismas innumerables: las peleas por el copyright de Cristo degeneraron, con lamentable frecuencia, en exhibiciones extremas de las actitudes menos cristianas que puedan imaginarse.

Podría pensarse que a estas alturas nadie, o casi nadie, se toma tan en serio su celo religioso como para degollar al prójimo por divergencias de espiritualidad, pero los talibanes afganos y los ortodoxos serbios son prueba fehaciente de lo contrario. Y para no ir tan lejos, a mediados de la década pasada, en la sierra de Puebla, una familia de protestantes fue asesinada a machetazos por sus vecinos católicos.

El diferendo actual puede dejar indiferentes a algunas congregaciones protestantes que toman por idolatría y fetichismo, o casi, el amor de los católicos a las representaciones plásticas de Dios --en sus tres advocaciones-- y de los santos que le acompañan. Pero si se impusiera la lógica del arzobispado, el siguiente paso sería reclamar el monopolio sobre el uso del los evangelios; claro que los rabinos podrían exigir la exclusividad en el uso del Antiguo Testamento y los budistas --suponiendo que tuvieran algo así como un clero-- estarían en condición de perseguir, por violación de patente y marcas registradas, a los vendedores de muñequitos barrigones del mercado de San Juan.

Sería, el anterior, un escenario propicio para la defensa de la fe, con el propósito de evitar cualquier clase de confusión entre distintas religiones y para hacer realidad la metáfora de pastores, ovejas y rebaños.

Pero primero la Suprema Corte tendrá que resolver una pregunta rarísima en la cual convergen la teología y el derecho de marcas y patentes: ¿a quién pertenecen Jesús y su imagen? ¿A la humanidad? ¿A la cristiandad? ¿A la Iglesia Católica? ¿Al arzobispado?

No hay comentarios.: