La
Suprema Corte de Justicia de la Nación tendrá que decidir, tras el recurso que
presentó la semana pasada la Arquidiócesis Primada de México, si existen
derechos de reproducción y uso de la imagen de Cristo y, en caso de haberlos, a
quién pertenecen. El documento del arzobispado alega que “Jesús Cristo, la
tercera persona de Dios, Hijo de María, la Virgen”, es la esencia del “depósito
de fe” de la Iglesia Católica Apostólica Romana y, por lo tanto, su “patrimonio
espiritual”.
Con ese
fundamento, la organización religiosa afirma que el gobierno debe tomar en
cuenta la opinión del arzobispado antes de autorizar actos de culto externos en
los que se utilice la imagen referida. El interés por “tutelar” la imagen tiene
el propósito, agrega el texto, de evitar “cualquier medio donde se induzca a la
confusión de las personas físicas o morales”.
Este
tema --quién puede y quién no hablar en nombre de Jesús, o utilizar sus
imágenes y sus enseñanzas-- debiera ser tratado con extrema prudencia, habida
cuenta del batidero de sangre, tripas y carne humana achicharrada que la
cristiandad ha provocado con sus cismas innumerables: las peleas por el copyright de
Cristo degeneraron, con lamentable frecuencia, en exhibiciones extremas de las
actitudes menos cristianas que puedan imaginarse.
Podría
pensarse que a estas alturas nadie, o casi nadie, se toma tan en serio su celo
religioso como para degollar al prójimo por divergencias de espiritualidad,
pero los talibanes afganos y los ortodoxos serbios son prueba fehaciente de lo
contrario. Y para no ir tan lejos, a mediados de la década pasada, en la sierra
de Puebla, una familia de protestantes fue asesinada a machetazos por sus
vecinos católicos.
El
diferendo actual puede dejar indiferentes a algunas congregaciones protestantes
que toman por idolatría y fetichismo, o casi, el amor de los católicos a las
representaciones plásticas de Dios --en sus tres advocaciones-- y de los santos
que le acompañan. Pero si se impusiera la lógica del arzobispado, el siguiente
paso sería reclamar el monopolio sobre el uso del los evangelios; claro que los
rabinos podrían exigir la exclusividad en el uso del Antiguo Testamento y los
budistas --suponiendo que tuvieran algo así como un clero-- estarían en
condición de perseguir, por violación de patente y marcas registradas, a los
vendedores de muñequitos barrigones del mercado de San Juan.
Sería,
el anterior, un escenario propicio para la defensa de la fe, con el propósito
de evitar cualquier clase de confusión entre distintas religiones y para hacer
realidad la metáfora de pastores, ovejas y rebaños.
Pero
primero la Suprema Corte tendrá que resolver una pregunta rarísima en la cual
convergen la teología y el derecho de marcas y patentes: ¿a quién pertenecen
Jesús y su imagen? ¿A la humanidad? ¿A la cristiandad? ¿A la Iglesia Católica? ¿Al
arzobispado?
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