En su
más reciente artículo (15/02/02), James Petras acusó a quienes criticamos un
reciente exceso verbal suyo (Almeyra, Kraus, El Fisgón y el
que escribe) de proferir en su contra “distorsiones, invenciones y acusaciones
calumniosas”; nos describió como “individuos que supuestamente hablan desde la
izquierda (que) se enfrascan en polémicas que recuerdan lo que León Trotsky
llamó 'la escuela estalinista de la falsificación'” y como “voces autoritarias
que convertirían el diálogo en monólogo por medio de la censura y la acusación
difamatoria”, y nos regañó por practicar una “horrible virulencia” en nuestras
respuestas a su texto. Por lo que respecta a la misiva de El
Fisgón y
mía, nos limitamos a cuestionar un juicio de Petras a todas luces desmesurado
(que Estados Unidos es “el imperio... que rinde tributo al poder regional
(Israel) y no al revés”) y la divulgación de una hipótesis --la supuesta
participación de los servicios secretos israelíes en los atentados del 11 de
septiembre-- que, hasta ahora, carece de fundamentos sólidos, como lo reconoció
el propio autor: “Estas historias y sus autores se basan en no más que
evidencias circunstanciales”.
Entre
las verdades indiscutibles escritas por Petras en su artículo y en su respuesta
hay una insinuación que, en ausencia de elementos de prueba, resulta un delirio
conspiratorio o la semilla para una película de intriga; tal vez por eso, en su
respuesta el autor ya no comenta “la relación entre los terroristas árabes y la
policía secreta israelí” en torno a los ataques contra las Torres Gemelas y el
Pentágono, y se limita a informar sobre “la presencia de numerosos espías
israelíes en Estados Unidos, antes y después del 11 de septiembre”, afirmación
tan vaga que ya no es indicativa de nada: “numerosos” puede ser cualquier cosa
entre, digamos, 12 y 70 mil, en tanto que la generosa referencia cronológica
incluye cualquier momento entre, por ejemplo, el verano del 56 y el domingo
pasado.
Por lo
demás, en el primer artículo de Petras se consigna, entre datos duros, incuestionables
y ciertamente valiosos, una mentira gorda y jugosa como cucaracha del trópico:
que Israel “es, en realidad, un poder hegemónico” y Estados Unidos, un “imperio
colonizado” que “maniobra para encubrir su servilismo” ante Tel Aviv.
A
Petras lo ponen de muy mal humor los reproches porque algunas de sus
argumentaciones lindan con las varias y famosas falsificaciones históricas de
corte antisemita. Dice, en su respuesta, que “mi artículo jamás hizo referencia
a todos los judíos de Estados Unidos (ya no digamos del mundo). Se refiere
claramente a aquellos judíos que en Estados Unidos respaldan incondicionalmente
la política de Estado de Israel”. Pero, en alusión a un presunto encubrimiento
de una también presunta intervención israelí en los ataques del 11 de
septiembre, escribió: “El silencio que impera indica la naturaleza vasta y
agresiva de los poderosos partidarios de la diáspora judía”, lo cual puede ser
interpretado como “todos los judíos de Estados Unidos” e incluso como “todos
los judíos del mundo”, salvo, por supuesto, los que residen en Israel, los cuales
quedan fuera del conjunto “diáspora”.
Petras
piensa que hay en sus detractores un afán de censura, pero yo me alegro de que
disponga de este espacio para verter su manera de pensar, que es, como la
nuestra y como la de todos, una mezcla --supongo que honesta-- de palabras
sensatas y de disparates. Él encuentra “horrible” y “virulento” el estilo de
sus críticos; yo calificaría esta polémica en su conjunto --réplicas y
contrarréplicas-- de “triste” y “aburrida”; por ello ofrezco amplias disculpas
a los lectores y me comprometo a cerrar el pico, en lo sucesivo, ante los
artículos de Petras, por muchas verdades que diga en ellos, o incluso si alguna
vez descubre y divulga, basándose en hechos incontrovertibles, que la Unión
Soviética fue, en realidad, un invento de los cubanos, o algo por el estilo.
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