2.4.02

La gelatina


Uno de los rasgos más extraños y desesperantes de la dolorosa guerra florida (es decir, tácitamente acordada) entre el asesino que gobierna Israel y los asesinos que dirigen las facciones terroristas del bando palestino es la enorme diferencia de medios y recursos bélicos: el ejército de Tel Aviv tiene a su disposición aviones supersónicos, helicópteros artillados, tanques y misiles tierra-tierra, entre otras cosas, para descuartizar niños y ancianos de Ramallah, Belén y Tulkarem. Los terroristas del integrismo sólo cuentan con reclutas rabiosos y enajenados para enviar sus cargas explosivas contra los cuerpos inermes de niños y ancianos de Jerusalén, Haifa y Netanya.

Los carísimos artefactos bélicos de Sharon y los kamikazes de Hamas y demás fundamentalistas son, a fin de cuentas, igualmente eficaces y cumplen su tarea de muerte y destrucción con la misma capacidad, pero eso no elimina la vasta desigualdad entre un Estado constituido y formal, mundialmente reconocido y que cuenta con el respaldo incondicional de la máxima potencia bélica, financiera, comercial, tecnológica y política del mundo, y una tribu de desesperados y miserables que nacieron entre gases lacrimógenos, crecieron viendo morir a los suyos y atestiguando la destrucción de sus hogares y el saqueo de sus tierras, y que viven, hasta su muerte prematura, sagrada y estúpida, bajo una circunstancia de opresión absoluta.

Si no fuera tan humillante (y, por ende, tan trágico de consecuencias), casi daría risa el contraste entre el poderío militar de Ariel Sharon y la indefensión casi absoluta de Yasser Arafat, orillado a sobrevivir como rata entre los escombros de su cuartel general en Ramallah, sobre todo si se piensa que, en el terreno de las formalidades, ambos se han sentado a la mesa de negociaciones en pie de dignatarios. En este punto del acoso y el aplastamiento, si el gobierno de Israel creyera en sus propias acusaciones contra el líder palestino, técnicamente no tendría ningún problema para liquidarlo físicamente ni para capturarlo vivo y meterlo en una celda. Da la impresión, por ello, de que Sharon carece de ideas para enfrentar esta coyuntura, o bien que encuentra en ella un intenso deleite.

En esta desigualdad aterradora hay, sin embargo, un par de elementos de simetría que no habría que pasar por alto. El primero es que, con todo y la abrumadora superioridad israelí, el gobierno de Tel Aviv es tan incapaz de proteger a su población civil de los atroces atentados terroristas como la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de defender a la suya de las criminales incursiones militares enviadas por Sharon. El segundo consiste en que las instituciones de Israel y la ANP tienen un grado de control muy parecido --es decir, ninguno-- sobre las expresiones más violentas de sus respectivas organizaciones. Eso quiere decir que Sharon no puede (y probablemente no quiera) garantizar la vida de los habitantes de los territorios palestinos, de la misma manera que Arafat no tiene la menor posibilidad de incidir (lo quiera o no) en la seguridad de los ciudadanos de Israel. La única diferencia en este punto es que el jefe de la ANP aún condena, con lo que le queda de respiración, y sólo Dios sabe si con sinceridad, los cruentos atentados de Hamas y compañía, en tanto que Sharon se esfuerza por justificar y legitimar las matanzas de palestinos a manos del ejército israelí. Pero se ha llegado a la guerra total y ese pequeño matiz carece ahora de relevancia.

En los tiempos que corren la conclusión es de una obviedad casi insultante: ni Israel ni Palestina están en condiciones de mantener vivos a sus respectivos habitantes --ya no se diga a los del odiado vecino--, y ese dato debiera bastar y sobrar para que la gelatina llamada “comunidad internacional” actuara en cualquiera de sus advocaciones (ONU, Unión Europea, OTAN, la que gusten) y enviara a la región una fuerza militar capaz de cuidar a israelíes y palestinos de sus adversarios, y hasta de sí mismos. La negativa a emprender una acción semejante o su postergación indefinida (esperar, por ejemplo, a que la cuota diaria de bajas llegue a un número cualquiera seguido de dos o tres ceros) es tan criminal como los helicópteros artillados de Sharon o las bombas humanas de Hamas. Pero la llamada “comunidad internacional” es una especie de gelatina, en ella las responsabilidades de Estado se diluyen sin problema y los golpes se absorben entre toda la masa, y es probable, por ello, que los jefes de Estado y de gobierno de Europa occidental, el bobalicón y simpático Kofi Annan y demás representantes de la Civilización, sigan departiendo en hermosos encuentros mientras israelíes y palestinos se sacan las tripas unos a otros.

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