En la
madrugada del domingo nació Timor Oriental como nuevo integrante de la
comunidad de naciones. El viejo luchador independentista Xanana Gusmão fue
investido presidente del nuevo Estado en una ceremonia en Dili, a la que
asistieron también la mandataria indonesia, Megawati Sukarnoputri, el ex
presidente Bill Clinton y el secretario general de la ONU, Kofi Annan, quien en
ciertas ocasiones de fiesta unánime logra incluso hilvanar discursos emotivos.
Hay que
recordarlo: la isla completa, situada entre los paralelos 8 y 10 y entre los
meridianos 123 y 127, entre los océanos Índico y Pacífico, tiene 470 kilómetros
de largo por unos 110 de ancho en su parte más gruesa, y una superficie de 32
mil 350 kilómetros cuadrados de los cuales 19 mil corresponden a su porción
oriental. 19 mil 152, para ser precisos, si se agregan los islotes de Ataúro y
Jaco. La porción occidental de la isla corresponde a Indonesia, mientras que la
nueva patria se asienta en la porción oriental. En Malayo, “timor” significa,
precisamente, oriente, y ante ese pleonasmo más vale pronunciar el nombre del
país en tetum, el idioma local: Loro Sae.
Es un
país pequeño, paupérrimo y escasamente poblado: 800 mil habitantes, desempleo
de 70 por ciento e ingreso per cápita promedio de 55 centavos de dólar al día.
Sus herencias coloniales destacables son el portugués sonoramente amestizado
con las lenguas locales, el catolicismo mayoritario y los diez muertos por
kilómetro cuadrado que dejó la última y delirante fase de la prolongada
ocupación indonesia (1975-1999) que siguió a la salida de la isla de las tropas
de Portugal tras la descolonización.
A
partir de la invasión indonesia, el Consejo de Seguridad y la Asamblea General
de la ONU emitieron varias resoluciones pidiendo el fin de la ocupación, pero
ninguno de los gobiernos poderosos hizo nada para aplicarlas. Tal vez las cosas
habrían seguido el curso invariable del exterminio (Timor Oriental tenía 600
mil habitantes en 1975, y de entonces a la fecha los ocupantes le han asesinado
200 mil). Pero el 12 de noviembre de 1991 las tropas de Suharto abrieron fuego
contra los asistentes al funeral de Sebastião Gomes, un presunto miembro de la
resistencia timoresa asesinado la víspera. 271 personas murieron en el lugar.
Hubo 382 heridos y otros 250 “desaparecidos”, quienes, de acuerdo con
testimonios de sobrevivientes, fueron arrestados y rematados a pedradas, o
mediante la inyección de sustancias letales, en el interior de un hospital
militar.
El
mundo estaba ocupado en cosas más importantes (fue el año de la guerra contra
Irak y el de la disolución de la URSS) y acaso no habría prestado mucha
atención al suceso, pero entre los heridos había dos periodistas estadunidenses
(Alain Nairn y Ami Goodman) que vivieron para contarlo. Quien tenga el hígado fuerte
puede encontrar fotos y fragmentos de video de la matanza en el servidor de la
Universidad de Coimbra. La noticia llevó al Congreso de Estados Unidos a
suspender la ayuda militar a Indonesia y, en general, introdujo una dosis de
vergüenza y sentimientos de culpa en las hasta entonces impasibles cancillerías
de Occidente. También contribuyó a la difusión del drama timorés el Premio
Nobel de la Paz otorgado en 1996 al obispo Dom Ximenes Belo y al dirigente
maubere José Ramos Horta. Pero no fue sino hasta la caída de Suharto, en 1998,
que se abrió una perspectiva real de solución para la autodeterminación del
país negado.
En
1999, las tropas indonesias y sus grupos paramilitares perpetraron la última
matanza (documentada por Amnistía Internacional), el mundo tomó cartas en el
asunto y se envió una fuerza internacional a proteger a los timoreses y a
organizar el referéndum de independencia y las elecciones generales. Fue una
historia de éxito, como lo ha sido la de Namibia, y como no han podido serlo
todavía las de Palestina y la República Árabe Saharaui. Pero Timor está apenas
en el principio. Ahora deberá resolver el desesperante acertijo del desarrollo,
de la consecución de niveles de vida decorosos y de la integración en la
intemperie de la globalidad salvaje y depredadora. Ojalá que lo consiga. Buenos
días, Loro Sae.
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