La
frustrada realización del concurso de Miss Mundo en Abuja, Nigeria, dejó un
saldo de 215 muertos, medio millar de heridos, unas cuatro mil 500 personas sin
vivienda, 22 iglesias cristianas y ocho mezquitas destruidas y severas
violaciones a los derechos humanos, según datos de las tres de la tarde del
domingo pasado. Además el episodio causó pérdidas económicas no difundidas,
pero seguramente cuantiosas, para los organizadores del certamen y para las
arcas del país africano.
Esta
historia tan triste como estúpida debe de haber dejado un amargo sabor de boca
entre quienes visten prendas de Banana Republic, pregonan la consigna
bobalicona “piensa globalmente y actúa localmente” y han confundido los
comerciales de American Express y Camel con descripciones reales del mundo
contemporáneo. En sentido inverso, y si fueran un poco más perceptivos a las
realidades sociales y culturales --y menos aficionados a la adrenalina
inmediata del disturbio--, los globalifóbicos podrían
adoptar a esos dos centenares de muertos nigerianos como ejemplo de las
dificultades de globalizar y uniformar a la fuerza a una diversidad humana que
no admite reduccionismos y cuyas necedades son plurales y, muchas veces,
contrapuestas.
Un caso
concreto es el choque de misoginias que tuvo lugar en Nigeria la semana pasada:
la misoginia pragmática occidental, que todavía se dedica a comparar ubres,
ancas y belfos en una feria en la que el ganado está compuesto por muchachas
procedentes de todo el mundo, y la misoginia fóbica de los musulmanes más
cavernarios, para la cual habría que reducir a las mujeres a su condición
natural de incubadoras y, en todo caso, erradicarlas del paisaje cotidiano.
En las
sociedades occidentales u occidentalizadas, los certámenes de belleza, con toda
su vulgaridad, pueden ser ofensivos, pero resultan inevitables porque forman
parte de la diversidad como valor compartido: el mercado la exige, los partidos
la pregonan y ni las posturas feministas más beligerantes y radicales podrían
abogar por la censura sin cometer un espectacular harakiri. En esas regiones
del mundo, los detractores de Miss Mundo, Miss Universo, Nuestra Belleza y
similares tienen claro que la única manera lícita de prescindir del espectáculo
(unas pobres ranas hinchadas de ilusiones, que desfilan trabajosamente sobre
unos tacones altísimos, convertidas en princesas a golpe de Revlon y Max Factor
y que recitan frases de un manual de superación personal comprado a las
carreras en el supermercado) es cambiar de canal, saltarse la página o apagar
el televisor.
A
quienes idearon el concurso en Abuja, Nigeria, no les pasó por la cabeza que,
por esas latitudes, el evento no sería un insulto a la razón, sino a la
religión de la mitad de los nigerianos. El gobierno de Lagos, ansioso por
superar una proyección nacional manchada por las sentencias a muerte --mediante
lapidación-- contra mujeres presuntamente adúlteras, se adhirió con entusiasmo
al proyecto. Aquello ya no parecía un concurso de belleza --aunque sea en
realidad una carrera de efectos especiales entre marcas de cosméticos--, sino
de idiotez, y un imprudente redactor confirmó esa tendencia cuando escribió en
el periódico This
Day, de Lagos, que los musulmanes no tendrían por qué sentirse ofendidos
con el certamen, porque si Mahoma estuviera vivo probablemente escogería a una
de sus esposas de entre las concursantes.
La
redacción del diario fue incendiada por turbas enfurecidas y en Kaduna, Abuja y
otras ciudades, musulmanes y cristianos se dedicaron, durante tres días, a
asesinarse mutuamente con machetes, hachas, armas de fuego y piedras: 215
muertos y medio millar de heridos, hasta las tres de la tarde del pasado
domingo. El gobernador de Kaduna instruyó a las fuerzas de seguridad a que
dispararan a cualquiera que vieran incitando a la violencia, y el resultado de
esa sabia instrucción no se hizo esperar: mientras una parte de los policías y
soldados se consagraban a cuidar a las reinas de la belleza, recluidas en el
hotel Nicon Hilton de Abuja, el más elegante del país, otros se dedicaron a
disparar a mansalva contra civiles en las calles de esa ciudad; se documentó,
también, que en Kaduna los efectivos de seguridad sacaron a 15 musulmanes de
sus viviendas, los ejecutaron y tiraron sus cadáveres a un río.
Consternados
por la violencia y por sus pérdidas económicas, los organizadores rentaron
varios vuelos charter para evacuar de Nigeria a sus ranas maquilladas y
transportarlas, sanas y salvas, a Londres, donde habrá de realizarse, en un
ambiente menos pasional, la feria ganadera.