En 1986, cuando aún no cumplía 20 años, el londinense Tony
Bromwich fue condenado a 10 de reclusión por su afición a asfixiar mujeres con
un cable eléctrico y agredirlas sexualmente una vez que alcanzaban la
inconsciencia. Ninguna de las cinco víctimas de Bromwich perdió la vida, pero
eso no significa que el muchacho no fuera peligroso. El juez Thomas Pigot, que
se ocupó de su caso, lo describió como un personaje parecido a la dupla
Jekyll-Hyde; fuentes policiales dijeron que Bromwich tenía “fijación por las
escolares” y alardeaba con sus amigos de haber mantenido relaciones sexuales
con una niña de 12 años. El hecho es que el doctor Jekyll paseaba con su novia
los martes, jueves y viernes, en tanto que el señor Hyde atacaba a sus víctimas
los lunes y miércoles, y Bromwich descansaba el resto de la semana. Los siete
días de la semana, eso sí, llevaba en el coche una colección de armas
punzocortantes, desde cuchillos y machetes hasta un sable de samurai. El joven
delincuente fue liberado antes de terminar su condena, en 1991, pero volvió a
delinquir y fue llevado otra vez a prisión por robo a mano armada. En 1996
salió libre de nuevo y el año siguiente se fue a vivir al sur de España con el
nombre falso de Tony Alexander King. Allí conoció a una joven llamada Celia,
quien a los pocos meses ya estaba embarazada de Tony. A la niña que nació le
pusieron Sabrina. Pero en 1999 Celia presentó una denuncia de malos tratos
contra su cónyuge y al poco tiempo se separó de él.
En octubre de ese mismo año, en la localidad malagueña de
Mijas, fue secuestrada, torturada y asesinada Rocío Wanninkhof, muchacha de 19
años. Por esos días la madre de la víctima, Alicia Hornos, acababa de terminar
entre turbulencias una relación sentimental con la empresaria hotelera Dolores
Vázquez, a la que acusó del homicidio de su hija. Sin más pruebas, Vázquez se
convirtió en la sospechosa principal del asesinato de Rocío. Casi dos años más
tarde, el 19 de septiembre de 2001, un jurado popular declaró culpable a
Dolores, a quien se impuso una condena de 15 años de prisión. La sentenciada
pasó 17 meses en la cárcel, pero salió libre una vez que, a petición de la
defensa, el juicio fue anulado ante la evidencia de que los miembros del
jurado, el juez de instrucción, el fiscal profesional y el magistrado
presidente del tribunal habían cometido demasiados errores procesales.
En agosto pasado, en Coín, Málaga, desapareció la joven Sonia
Carabantes, de 17 años, cuando regresaba a su casa procedente de una feria.
Días más tarde fue descubierto su cadáver, muy descompuesto por el intenso
calor estival, pero con huellas inequívocas de estrangulamiento y una fractura
en la mandíbula. En esa ocasión, la hasta entonces babeante policía española,
presionada por la opinión pública, no tuvo más remedio que ser eficaz.
Descubrió rastros de ADN que vinculaban el crimen de Sonia con el de Rocío,
cometido cuatro años antes, y encontró que el propietario del genoma era el
británico Tony Bromwich, alias Tony Alexander King, quien hasta la semana
antepasada seguía tan tranquilo vendiendo bienes raíces y cervezas en varios
pueblos de la costa malagueña. Cuando fue detenido, Tony no tuvo empacho en
confesar la autoría de ambos crímenes y, de paso, la de varias agresiones sexuales
perpetradas en Málaga en los últimos seis años.
***
El 24 de junio de 1981, en Tolosa, un comando asesino de la
ETA ametralló a tres inocentes vendedores de libros de la localidad, a los que
confundió con guardias civiles. Dos años más tarde, dos ciudadanos vascos
fueron arrestados por la policía. Luego de una semana de permanecer
incomunicados y sujetos a torturas, uno de ellos acusó a Lorenzo Llona de
formar parte del comando. Posteriormente, presentados ante el juez, ambos
detenidos denunciaron los tormentos a que habían sido sometidos y negaron
conocer a Llona. El 24 de junio de 1981, por cierto, el imputado no estaba en
Tolosa, sino en la avenida Juárez del Distrito Federal --donde en ese tiempo se
encontraba la Dirección General de Migración de la Secretaría de Gobernación--,
firmando de recibido una orden de pago para cubrir los 2 mil 400 pesos de
derechos por el trámite de la FM3. Dos días más tarde estampó su firma y su
huella digital en la forma migratoria correspondiente. Pero cuando pidió
formalmente a México la extradición de Llona para juzgarlo por el crimen de
Tolosa, la fiscalía española se negó a adjuntar una copia de la declaración
exculpatoria posterior del hombre que, bajo tortura, había acusado
originalmente a Llona. Este pasó varios meses en la cárcel antes de que la
Secretaría de Relaciones Exteriores deshiciera, en definitiva, el entuerto.
Una moraleja posible es que la justicia española se comporta,
al igual que Tony Bromwich (o Tony Alexander King), a la manera del doctor
Jekyll y el señor Hyde: a veces tiene actuaciones deslumbrantes, como cuando
pidió a Londres la extradición de Pinochet, o cuando obtuvo de México la de
Ricardo Miguel Cavallo. Pero en otras ocasiones el sistema judicial del Estado
español es una mierda.
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