- Cavaliere Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia
- El estilo es el hombre, y el hombre es un mafioso
Tal vez el adjetivo pueda sonar demasiado fuerte cuando se asocia al nombre de un jefe de gobierno que es, además, el número 37 en la lista de Forbes. Pero, después de consultar al Buscón de la Real Academia, me quedo con la conciencia tranquila y con la certidumbre de que no lo empleo con propósitos ofensivos, sino meramente descriptivos, para referirme al todavía jefe del gobierno de la República Italiana, Silvio Berlusconi. El término procede del mozárabe muharrá?, y éste del árabe muharri?, que quiere decir bufón, y tiene tres acepciones en el español contemporáneo: persona o cosa defectuosa, ridícula o extravagante, cosa imperfecta o bien hombre informal, no merecedor de respeto.
Veamos: más que imperfecto, puede considerarse defectuoso a un político italiano que acusa a los jueces de su país de estar "doblemente locos" ("en primer lugar, porque están políticamente locos, y en segundo, porque de todos modos están locos") y que asegura que "si hacen ese trabajo es porque son antropológicamente diferentes al resto de la raza humana". No es exagerado llamar ridículo y extravagante a quien se autodefine como "el Jesucristo de la política" y como "el mejor líder político en Europa y en el mundo".
Es difícil profesar respeto intelectual a quien dice que Roma fue fundada por Rómulo y Remo, sostiene que los occidentales deben ser conscientes de la "superioridad de nuestra civilización", que "Occidente seguirá conquistando pueblos, incluso si ello significa una confrontación con el Islam", y que Mussolini "nunca mató a nadie; solía enviar a la gente de vacaciones en exilio interno". Por lo demás, Berlusconi cae plenamente en la categoría de "hombre informal", puesto que, después de proferir cada una de esas idioteces (y muchas otras), invariablemente asegura que no dijo lo que dijo.
Hasta aquí, todo se reduciría a un problema de estilo, por más que "el estilo sea el hombre", según una frase cuya paternidad se atribuye a muchos: a Buffon, a Flaubert y hasta a Bajtín.
(PARENTESIS: "Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, escribió erróneamente: 'Creo que Baudelaire dijo que la patria es la infancia', para referirse, tal vez, a Rilke o a otro a quien debe pertenecer ya esta idea, adocenada por el uso. La afirmación 'nada es más profundo que la piel' pertenece, según algunos, a Paul Eluard, mientras otros la atribuyen a Valéry. El dictamen 'el genio es una larga paciencia' se asigna por igual a Beethoven, al conde de Buffon, a Marcel Proust, a William Faulkner y a otros. En caso de que perteneciera a Buffon, representaría su salvación, pues este autor ha pasado a la historia con una sola frase ('el estilo es el hombre'), que carece de su estilo personal y posee, más bien, según los entendidos, el sello de Antoine Rivarol o, quizá, de Charles Sainte Beuve": Jaime Alberto Vélez, profesor de la Universidad de Antioquia.)
Pero el problema mayor con Berlusconi no es su facha, sino su esencia: delictiva, corrupta y corruptora. El sujeto construyó su emporio político-empresarial a punta de sobornos, fraudes y lavado de dinero, y hay indicios de que recurrió al asesinato. Los cargos judiciales más viejos en su contra datan de 1991, cuando otorgó ayudas ilegales al Partido Socialista, de Bettino Craxi, y recurrió a la doble contabilidad para ocultar las transferencias correspondientes. En 1995 sobornó con 600 mil dólares al abogado inglés David Mills para que rindiera falso testimonio en un juicio en Milán, en el que se investigaban actos de corrupción de funcionarios fiscales perpetrados anteriormente para obtener auditorías favorables a las empresas de Finivest, uno de los holdings de Berlusconi. En 1998 éste resultó convicto por ambos delitos, pero tres años más tarde el tribunal supremo de Italia lo absolvió del primero, en tanto que la doble contabilidad fue milagrosamente despenalizada por el Legislativo.
En junio de 2003, en una de las sesiones más vergonzosas y turbias de que se tenga noticia, el Parlamento italiano otorgó inmunidad a los cinco principales responsables del Estado, entre ellos Berlusconi. La maniobra generó el repudio de la mayoría de la sociedad italiana. Miles de personas formaron una cadena humana alrededor del Parlamento e intelectuales y trabajadores se unieron a la protesta para pedir respeto a las instituciones del Estado. Un sondeo encargado por el diario La Repubblica reveló que dos tercios de la población, 65 por ciento, se oponía al desfiguro parlamentario. El "salvoconducto político" de Berlusconi, dijo el rotativo, mostraba que "el acusado Berlusconi es más fuerte que la ley, y lo demostró con sus propias manos, ya que para la justicia no está disponible"; ello fue posible porque Il Cavaliere era (es) primer ministro, líder de la mayoría parlamentaria "y, por tanto, controla personalmente el proceso legislativo".
El mes pasado los fiscales milaneses reactivaron algunos de los procesos por corrupción contra Berlusconi, y está por verse el fin de esos juicios. En 1996 se había iniciado uno más, por homicidio, contra el potentado y contra Marcello Dell'Utri. Ambos fueron acusados por el mafioso siciliano arrepentido Salvatore Cancemi de participar en la conjura que culminó con el asesinato (atentado dinamitero) del magistrado Paolo Borsellino, cuatro años antes. La investigación fue abandonada en 1998, pero una indagación paralela derivó en la presentación de cargos contra Dell'Utri por financiar a la mafia. ¿Y quién es Dell'Utri? Pues ejecutivo de Finivest (1974-1994) y director de Publitalia, ambas empresas de Berlusconi, cofundador de Forza Italia, su partido, coordinador de su campaña en las elecciones de 1994 y actual legislador, uno de los que aprobaron la impunidad para su jefe en la sesión de junio de 2003. Un par de meses antes de morir, el propio Borsellino aludió en una entrevista a la relación entre Berlusconi y los mafiosos sicilianos.
Este fin de semana habrá elecciones en Italia. Antes de irme quiero recordar el editorial de La Jornada de junio de 2003, que lamentaba la inminente asunción de Berlusconi a la presidencia rotativa de la Unión Europea (UE); lo describía como "un mafioso impresentable". Por obligación laboral, por convicción, por interés, porque no tenía nada que hacer, o por todas las razones anteriores, o por alguna otra, el entonces embajador de Grecia -país al que a la sazón correspondía la presidencia de la UE- en México, Dionyssios Kodellas, envió al diario una airada protesta por "las ofensas injuriosas versadas al presidente del Consejo Italiano, quien fue elegido democráticamente para el cargo que ocupa por la mayoría del pueblo; éste, el único que puede decidir por quién ser gobernado". Pues sí: la elección italiana de 2001 no es la primera ocasión -ni será la última- en que una sociedad democrática se da como gobernante a un mafioso, a un mamarracho, o a un individuo que reúne ambas condiciones, como ocurre con el protagonista de esta columna. Ojalá que esta semana la ventaja del opositor Romano Prodi se concrete en las urnas y que los italianos se libren de una vez por todas de Silvio Berlusconi y lo coloquen donde debe estar: en la cárcel. Qué vergüenza, Europa.
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