- La infamia de La Moncloa
- Un mexicano más
Desde siempre los nómadas ponen muy nerviosos a los gobiernos. Tal vez eso explique los destinos distintos (el sometimiento o el exterminio) que tuvieron, a manos de los conquistadores europeos, las culturas mesoamericanas y andinas sedentarias, por un lado, y los grupos de población móvil del norte y el sur del continente, por el otro. El horror a los que viajan se puso de manifiesto también en las persecuciones atroces contra los gitanos que tuvieron lugar en casi todos los países del Viejo Continente, en donde el imaginario colectivo de los payos los tiene todavía por ladrones, malvivientes y hechiceros. Frente a estas fobias de poco sirve recordar que el Homo Sapiens no empezó siendo mexicano ni francés ni sudanés ni ruso, que prácticamente todas las naciones contemporáneas tienen por ancestros y fundadores a unos que en su momento fueron forasteros y recién llegados, que los pasaportes y los himnos nacionales se inventaron hace diez minutos en una escala histórica y que el mundo ha sido, es y seguirá siendo, a menos que ocurra algo realmente grave, un hervor sin sosiego de migraciones humanas.
Pero las autoridades se ponen nerviosas a la vista del que llega y lo miran en clave de enemigo: invasor, vagabundo, prostituta o malhechor en potencia, presencia perniciosa para las tradiciones y los valores de la Patria. A menos que el fuereño lleve en mano el boleto de regreso, lo que lo convierte en mero turista (y a veces, ni así), el extranjero es sospechoso de algo y víctima fácil para el maltrato. La discriminación y la privación de derechos se vuelven disposiciones legales. Miren, si no, la reciente disposición española que prohíbe el ingreso de latinoamericanos pobres a territorio peninsular: en abril pasado algún subordinado de Rodríguez Zapatero, si no es que éste mismo, decretaron que los viajeros procedentes de este lado del Atlántico deberán presentar a su llegada a España un mínimo de 513 euros, mostrar boleto de retorno a su país, demostrar ingresos fijos mensuales por 570 euros, estados de cuenta bancarios y, en un descuido, copia del doctorado en Economía. “En el caso de que se compruebe que un extranjero carece de recursos económicos suficientes para el tiempo que desea permanecer en España y para continuar su viaje, o no dispone del billete de regreso, se denegará su entrada en territorio español”, establece la disposición del Ministerio de la Presidencia que entró en vigor en mayo.
La medida es una ingratitud porque en Latinoamérica ha sido norma el no poner trabas a los hermanos peninsulares que deciden radicar en ellas; es una canallada porque la mayor parte de los americanos que viajan a la así llamada Madre Patria lo hacen precisamente porque no tienen esos 570 euros, y no porque quieran ir a tostarse en Marbella; es, además, una idiotez, porque en la década pasada (1995-2005) la llegada de trabajadores migrantes impulsó en 3.2 por ciento el crecimiento del PIB per cápita, y que sin ese flujo humano el indicador correspondiente se habría desplomado 0.6 por ciento, a decir de Caixa Catalunya.
Tal vez el tema de esta entrega no sea casual. El martes este navegante recibió su carta de naturalización y formalizó así lo que tenía claro desde hace mucho: México es y será su puerto de llegada y destino, su obsesión, su vértigo, su encabronamiento y su esperanza.
Qué paradoja: ex guatemalteco, declarado mexicano por gobierno de michoacano que compórtase como oficial estadunidense en Irak. (Recapacita, Felipe: ya hasta podemos presumir de bajas colaterales en esta guerra en la que nos has metido y que, según tú mismo reconoces, no tiene ningún futuro.)
El documento es sólo eso. La nacionalidad del que firma está, sobre todo, en la causa compartida de construir un país más habitable, en su hija, en las mamás, los papás, los amores y los muchos hermanos y hermanas que México le ha dado, en su barrio bicicletero, en ustedes, sea cual sea su nacionalidad, en el parto gozoso de estas navegaciones y en otro montón de querencias que no caben aquí ni en un periódico completo.
7 comentarios:
Desde que vi esa nota en la contraportada, mis planes de ir a España se derrumbaron. Con qué sacrificio hace uno la vaquita para ir a turistear (aunque ellos casi lo califiquen como mendigar) en esas tierras, para que lo retachen así como así. Ni hablar, que chingue a su madre la “madre” patria.
Que chinguen a su madre los gobernantes racistas, más bien, sean españoles o mexicanos o finlandeses.
Hola Pedro Miguel, hace practicamente un año, fui detenido por agentes de migración españoles, porque no llevaba a la mano mi boleto de regreso y para ellos esa actitud resultaba sospechosa, ahora con estas iniciativas creo que resulta poco probable viajar a España, primero porque casi siempre los que hacemos viajes de turistas no tenemos en realidad cantidades extraordinarias de dinero, son pequeños ahorros y ya esta; como bien dices los malos gobernantes no deberían existir, además cuando ha pasado que esos tipos tengan conciencia, o piensen...
Hace no muchos años y tras ahogar en sangre a la República, España era un feudo, un pequeño lunar subdesarrollado en el paisaje industrial de la Europa Desarrollada. Los españoles se sumaban a la ola de trabajadores migrantes provenientes de Portugal, Grecia, Italia, Turquía etc. y se dirigían hacia las grandes metrópolis: Inglaterra, Francia, Alemania Occidental, Austria, Holanda. Entonces en su calidad de migrantes tuvieron que pasar por una infinidad de humillaciones y condiciones laborales infames. El hambre los hábía obligado a partir. Sabemos que la medida discriminatoria es producto del gobierno de Zapatero, pero no puede ser que a los españoles se les olvide su pasado inmediato. No puede ser que ahora que se han sacudido el subdesarrollo con la varita mágica de la integración económica europea la sociedad española no haga una protesta severa contra la hipocresía gubernamental, ya no digo toda la sociedad, digamos una parte, por lo menos todos esos migrantes y sus hijos que saben en su propia carne lo que es ser un exiliado económico.
Carlos: lamento el atropello de que fuiste víctima y creo que señalas un punto importante: los latinoamericanos solemos ser pobres hasta cuando viajamos como turistas.
Getsemaní: es que cuando uno es inmigrante, especialmente si es indocumentado, se encuentra en una situación de indefensión en la que lo último que se le ocurre es salir a la calle a manifestarse y faciloitar, así, el arresto por la policía.
Pedro: Completamente de acuerdo.
Quiero precisar algo, cuando planteaba la manifestación pública como una sugerencia, iba dirigida a los ciudadanos españoles (y a su prole) que en la década del sesenta fueron trabajadores migrantes en las metrópilis referidas. Por ello apelaba a la memoria.
Y ya entrados en el tema aprovecho para recomendarles el libro Un séptimo hombre, John Berger y Jean Mohr, ed. Huerga y Fierro, Madrid, 2002. Y un documental titulado El tren de la memoria, de Marta Arribas y Ana Pérez, España, 2005.
Saludos.
A mi la pregunta que me levanta el pelo ¿como llegan estos zoquetes a ser los encargados de tomar estas decisiones? A veces da por pensar que es mas la gente que piensa de manera xenofoba, y que tenemos gobernantes que de verdad cuadran con las inclinaciones del entender popular.
Y lo que mas revienta es la doble moral. Muy liberales en el comercio y la circulación de mercancia, con romper barreras para ganar plata si tienes plata. Pero ¿qué tal para ganarse unos dolares del trabajo ejecutado? ¿Qué del libre tránsito de personas?
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