De la Sonetería
El amo y el esclavo
Queriéndote, animal, y en los rincones,
nada bueno me espera, nada bueno:
mientras tú eres un dios grande y sereno
yo sólo soy un perro de canciones.
Un perro nada más, y ni te encones
ni castigues mi hocico con veneno
porque un comunicante vaso, lleno
de sangre, nos unió los corazones.
Tu no eres más que un dios; yo soy un perro.
Tú, creadora del mundo; yo, habitante.
Tú, la verdad; yo el cántico y el yerro.
Bien. Sea. Pero tu alma y tu semblante
no pueden ser afuera del encierro
del canino cerebro que te cante.
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