30.6.10

Triunfo de la solidaridad


La Jornada, México, DF, 30/06/2010, 13:03.- Por mayoría, los ministros de la primera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación declararon la libertad de los 12 detenidos desde mayo de 2006 por los sucesos de San Salvador Atenco, estado de México.

De este modo, los líderes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, Ignacio del Valle -quien fue condenado a 112 años de prisión por secuestro equiparado- y Felipe Alvarez Medina, recluidos en el penal de máxima seguridad del Altiplano, también quedaron liberados.

La Corte concedió el amparo "liso y llano" a los acusados, por lo cual quedarán libres una vez que la notificación llegue a las autoridades de los penales en donde se encuentran presos.

Los ministros determinaron que en el caso de las doce personas se usaron pruebas ilegales con las que se intentó acusarlos de un delito que no cometieron.

El nombre del resto de los detenidos que obtuvieron su libertad son Óscar Hernández Pacheco, Rodolfo Cuéllar rivera, Julio César Espinoza Ramos, Juan Carlos Estrada Cruces, Édgar Eduardo Morales Reyes, Jorge Alberto y roman Adán Ordóñez Romero, Narciso Arellano Hernández y Alejandro Pilón Zacate.

* * *

Sí: la mayoría de los ministros exhibieron un sentido de justicia, pero las movilizaciones sociales ejercieron sobre ellos una presión innegable.

Ahora debe lograrse que el calderonato anule las órdenes de aprehensión contra América del Valle.

Y se debe exigir castigo a los responsables de las atrocidades policiales cometidas en febrero de 2006: Vicente Fox, Enrique Peña Nieto, Wilfrido Robledo, Daniel Cabeza de Vaca y Eduardo Medina Mora.

29.6.10

Atenco: carta abierta de
Guillermo Almeyra a la SCJN

Señores jueces:

Como ciudadano y profesor universitario mexicano que no quiere seguir avergonzándose ante sus alumnos, quiero recordarles que, si conceden la libertad a los presos políticos de San Salvador Atenco, condenados por sentencias aberrantes, además de hacer valer la Constitución y las leyes que han sido conculcadas con violencia y groseramente, podrán ayudar poderosamente a cambiar en el país y el mundo la tristísima visión que tiene hoy la opinión pública de lo que es la justicia en México.

Ni la inmensa mayoría de la población mexicana ni la casi totalidad de los observadores informados de la realidad de México en el resto del mundo creen actualmente, en efecto, en la imparcialidad del aparato judicial ni en la separación entre las motivaciones del mismo al dictar sus fallos y las órdenes que emanan del Poder Ejecutivo, tanto estatal como federal. La justicia en México aparece así ante el propio país y el mundo como el muñeco de los ventrílocuos mandamases y corruptos que ocupan –o usurpan– los altos cargos estatales, no sólo por su sumisión en el pasado a las órdenes del PRI-gobierno, sino también por sus fallos u omisiones recientes.

¿Cómo explicar de otro modo que la salvaje brutalidad policial que todos vieron por televisión, y que fue denunciada a los cuatro vientos por sus víctimas extranjeras violadas y golpeadas sin piedad, esté aún impune, a pesar de las palizas a mujeres y ancianos, de las violaciones de jóvenes de ambos sexos, de las humillaciones, los allanamientos ilegales de domicilios y hasta de una muerte provocadas por la policía de un gobernador-mandante priísta con fines electorales?

La violación de las leyes y de la Constitución, en México, es obra siempre del poder: en Oaxaca, como en el caso de la represión a los maestros y a la APPO, o en la infame inactividad del aparato estatal ante los crímenes que, a ojos de todos, se cometen contra los habitantes del municipio autónomo de San Juan Copala o, en el plano federal, con las matanzas de civiles e incluso de niños, so pretexto de combatir el narcotráfico, o con el intento de destruir sindicatos enteros, como el de electricistas o el de mineros. No existe en México un estado de derecho, como lo ha reconocido en diversas ocasiones el propio gobierno, y el país se ha hundido velozmente en un pasado que parecía superado, anulando incluso las conquistas de la Revolución y del gobierno de Lázaro Cárdenas. Sin embargo, la barbarie del régimen porfirista tardaba en ser conocida en el plano mundial, pero en esta época cibernética, es vivida como propia en tiempo real por millones de personas que, en todo el planeta, se indignan, sufren junto a las víctimas y juzgan al gobierno de México y sus instituciones.

Por eso el neoporfirismo es condenado por centenares de miles de personas, tal como expresan las declaraciones de los premios Nobel y de los miles de intelectuales, más las manifestaciones populares y los pronunciamientos de sindicatos que han pedido y exigen la libertad de los presos políticos de Atenco y el respeto por los derechos humanos y sindicales en México y que, significativamente, se dirigen tanto al Poder Ejecutivo como al Poder Judicial.

Ustedes, señores jueces, tienen ante sí dos caminos: el primero, que espero que sigan por dignidad y conciencia, es el de reivindicar la independencia política de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y restablecer la justicia liberando a todos los presos de Atenco; el segundo, en el que no quiero ni pensar, es retomar el camino de los "jueces" de Porfirio Díaz. En el primer caso, serán recordados por su probidad y su valor; en el segundo, en cambio, demostrarán ante el país y el mundo que en México se cierran todos los caminos legales para hacer respetar los derechos políticos y humanos y sólo quedaría el legítimo derecho de resistencia a la opresión y el desconocimiento de los desconocedores de las libertades, la Constitución y las leyes que conquistaron con sangre, en Cananea y después en la Revolución Mexicana, nuestros antepasados jamás olvidados, quienes para imponer un régimen legal tuvieron que alzarse contra los que esgrimían sus leyes de clase como garrotes contra el pueblo. Señores jueces: ¡que así no sea!

Señores magistrados: el pueblo de Atenco y sus militantes y dirigentes presos, desde la resistencia inicial al despojo de sus tierras y bienes para construir en esa zona, sin consulta alguna, un nuevo aeropuerto, han seguido en cada uno de sus pasos el camino legal y la vía judicial, que acompañaron con movilizaciones porque el bronco gobierno priísta que padece el estado de México no reconoce la legalidad, sino sólo las relaciones de fuerza. Sus movilizaciones fueron siempre defensivas, para que no les conculcasen derechos o para enfrentar la violencia estatal. Lo que, en un fallo aberrante, se equipara a un secuestro de persona, lo están haciendo todos los días los obreros franceses cuando les cierran la fuente de trabajo sin que la justicia francesa recurra a algún Almoloya; o lo hicieron en 1964 los obreros argentinos cuando ocuparon simultáneamente 4 mil fábricas, manteniendo en ellas a patrones y gerentes como garantía contra la represión de la dictadura militar.

El secuestro con fines de extorsión convierte al rehén en mercancía, lo cosifica; la retención de un funcionario para que cumpla su palabra o con lo firmado es, en cambio, una presión extrema pero transitoria que no anula la individualidad del retenido. Por tanto, es insostenible alegar que esa privación momentánea de la libre circulación de una persona sea un secuestro, porque entonces hasta una manifestación "secuestraría" un barrio o una ciudad. Señores jueces: ¡desarmen el andamiaje político de falsedades lanzadas contra militantes sociales por quienes, en la cabeza de ellos, quieren hacer un escarmiento y aterrorizar a la sociedad!

¡Liberen a todos los presos políticos, comenzando por los de Atenco!

Guillermo Almeyra

Apostillas a un
nuevo gomontazo

En un comunicado, Miguel Gómez Mont Urueta, el destituido director del Fondo Nacional al Fomento Turístico (Fonatur), explicó que “a reserva de hacerlo en persona, expreso una sentida disculpa a los involucrados, a la afición mexicana y a la opinión pública en general [falta ver si la afición mexicana y la opinión pública en general aceptan comparecer en persona para recibir la sentida disculpa] por el comportamiento inapropiado por mi parte que se aprecia en el video que ha circulado en los medios de comunicación”.

“Al igual que los involucrados que nos vimos inmersos en medio del alboroto, mi familia y yo también fuimos agredidos, reaccioné por impulso como cualquiera lo hubiera hecho en una situación similar [cualquiera que se apellide Gómez Mont Urueta, digamos], cuando se ofende a México [rebautismo nacional en curso: “México de Gómez Mont] o se arremete a sus seres queridos, lo que me costó el no poder seguir sirviendo a mi país” [y al país le costó el dineral de su liquidación],declaró.

”En unas cuantas horas he recibido cientos de correos con serias amenazas a mi persona y a la integridad de mi familia, es por esto que de frente y con plena responsabilidad sobre mis acciones [¿es decir, sobrio?] relataré de forma objetiva el contexto en el que se dieron estos hechos”, puntualizó.

AMLO recuerda a Monsi

Tontos inútiles

En 1887 L. L. Zamenhof publicó su primer opúsculo en esperanto. 123 años más tarde, el 25 de junio de 2010, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, pronunció un discurso en una nueva lengua sintética, distinta del esperanto y del volapük, a la que llamaremos, a falta de nombre oficial, gomezmontés. La complejidad gramatical de este nuevo idioma (quienes lo duden, pueden comprobarlo en el sitio web de la Segob), así como la inexistencia de textos normativos y diccionarios específicos, hacen difícil la plena comprensión de los conceptos de su único hablante, por lo que cualquier intento de análisis resulta arriesgado. Sin embargo, en algunos de sus pasajes, esa pieza oratoria tiene cierto parecido con el español y con ayuda de elementos contextuales tal vez sea posible entender algo.

Dirigiéndose al titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el erudito en el idioma de sí mismo dijo que esa institución federal, al igual que sus equivalentes estatales, “deben de ser perspicaces para no ser un instrumento injusto de deslegitimación de los esfuerzos del Estado y de la nación para reconstruir a sus fuerzas de seguridad [¿están destruidas?], para que no se deslegitime este esfuerzo y se sirva involuntariamente a aquellos intereses contrarios a los principios básicos de la convivencia, contrarios a los intereses fundamentales de la sociedad y de sus miembros […] Deben ser perspicaces para distinguir aquellos actos que pueden ser propios de la tortura, a aquellas huellas que solo reflejan la necesidad de someter a quien siendo llamado de la autoridad para ser privado de su libertad o porque está cometiendo un delito, o porque es llamado por la autoridad para rendir testimonio, o porque es llamado por la autoridad en calidad de indiciado. Hay veces que en estas operaciones hay resistencia de los particulares al llamado legítimo de la autoridad y se tiene que entrar por vías de hechos a someterlos, a fin de cumplir con dichos actos. […] Esta es la difícil tarea que hoy nos congrega: Ni ser cómplices, ni encubridores de las anomalías que puedan existir dentro de las instituciones de seguridad, ni ser tontos útiles de una delincuencia a la que le sirve deslegitimar, perseguir, contener, condicionar, debilitar la acción de esa autoridad.” La cita es literal.

O sea que los defensores de derechos humanos deberán vivir, en lo sucesivo, bajo la sospecha de ser tontos útiles.

Beneficiemos con la duda al gobierno y pensemos que el único vínculo de sus sus integrantes con el narcotráfico es la enemistad; supongamos, incluso, que son sinceros y honestos los argumentos de la guerra oficial contra la delincuencia organizada. Aun así, si se juzga con base en resultados, el empeño calderonista por robustecer la seguridad y la legalidad ha tenido consecuencias opuestas a las deseadas: de acuerdo con los datos disponibles, hoy la criminalidad es más poderosa, más impune y más acaudalada que hace tres años y medio (ya hay, entre la lista de los asesinados, un candidato a gobernador), en tanto que la zozobra y la indefensión de la población son mucho más graves que al inicio del calderonato; es posible que, en la perspectiva de los malos de la película, los chicos del gobierno sean los verdaderos tontos útiles (para entrar al universo semántico del señor secretario). Peor aun: si se les coteja con los objetivos y los resultados declarados por ellos mismos, son más bien tontos inútiles. O bien las intenciones que esgrimen son puras mentiras, y entonces no son tan tontos.

Sea como sea, no se recuerda el caso de un delincuente que se haya visto beneficiado en su carrera por la tontería útil de un activista humanitario; en cambio, la memoria está repleta de inocentes agraviados por funcionarios públicos, y así fuera sólo por eso, no está bien que el señor que despacha en Bucareli plante la sospecha sobre los defensores de derechos humanos quienes ya bastantes broncas tienen en el México de hoy. Tampoco está bien que se pretenda justificar con la “resistencia al arresto” el estado de evidente maltrato físico en que son presentados a los medios buena parte de los detenidos por las instituciones de seguridad y procuración: no es bueno que las autoridades se refocilen en una disolución de escrúpulos semejante a la que disfruta la delincuencia organizada.

O será que el gomezmontés es menos semejante al español de lo que podría pensarse en un primer golpe de vista y que su hablante quería decir otra cosa.

28.6.10

El calderonato y el
homicidio de Torre Cantú


Desde su inicio, el régimen actual se ha dedicado a desestabilizar al país y a llevarlo a cotas cada vez mayores de ingobernabilidad, confrontación, violencia y desasosiego. Esta tarea se ha realizado por diversas vías: provocación deliberada del descontento social mediante el hostigamiento a los sindicatos independientes, la permanente agresión (en alianza con los cacicazgos priístas) a las comunidades indígenas, la contención salarial, la inflación, el incremento de impuestos, el crecimiento del desempleo, medidas económicas descaradamente favorables al capital, negación de la justicia (asesinad@s de Ciudad Juárez, niños de la ABC, etc.) o uso de las instancias de procuración e impartición para venganzas políticas (Atenco, Oaxaca, Michoacán, Quintana Roo...)

En la objetividad económica, Calderón actúa como facilitador de negocios de los narcotraficantes: al reforzar la prohibición y la persecución de la droga, les multiplica la materia de trabajo, les permite incrementar el valor agregado de sus mercancías, les da margen, así, para la obtención de mayores utilidades y les proporciona el elemento principal del poderío narco: burlar la prohibición.

El calderonato no tiene nada que hacer en los escenarios electorales. Está claro que la única forma que tiene para conservar las posiciones de poder que detenta es manteniendo a los mismos que ahora las ocupan, no renovándolos en procesos comiciales. La desesperación de Los Pinos ante sus inminentes derrotas en las urnas es tan patente que se echó mano de alianzas con el PRD y con la supresión de la tenencia. Calderón ni candidato tiene para 2012; me permito leer el dato como un indicio de que acaso no esté seguro de que habrá elección ese año. Tal vez porque cuenta con suprimirla. Tal vez no.

El asesinato de Torre Cantú fue una suerte de golpe de Estado en el ámbito tamaulipeco: eliminar al candidato que tenía el triunfo en la mano equivale a meter la mano en la integración de la gubernatura próxima. O por decirlo de otra manera: al asesinar al candidato priísta, los autores del homicidio anularon, de facto, la elección próxima. ¿Podría ser un ensayo de cara a 2012?

No ignoraremos que la plaza Tamaulipas está siendo disputada, al parecer, entre una alianza de los cárteles del Golfo y Sinaloa, por un lado, y los Zetas, por el otro. Se han dicho muchas cosas sobre un presunto favoritismo del calderonato para con el cártel de Sinaloa. No sé si tales señalamientos son ciertos o no, pero me parece razonable suponer, habida cuenta del carácter delictivo de las familias que se reparten el poder (la priísta, la panista y las menores) que sectores tricolores y sectores blanquiazules estén más o menos alineados con distintos cárteles. ¿O son los cárteles instrumentos de los políticos? Supongo que, en algunos casos, los subordinados serán los “delincuentes profesionales” (por así decirlo), y que en otros, serán los políticos los que actúen bajo el mando de los capos (sí, ya sé que es difícil determinar quiénes son unos y cuáles son los otros).

Los beneficiarios de una cancelación de las vías pacíficas de hacer política (las elecciones son las únicas que tienen en mente, porque no quieren o no pueden ver las otras) son, obligadamente, quienes preconizan soluciones de fuerza y de violencia. ¿Y qué se ha pasado haciendo Calderón a lo largo de su periodo?

No tengo ningún dato en firme que indique que el calderonato prepara un “fujimorazo”, pero sí muchos que refieren su desprecio por las formas democráticas, por la representatividad y por la voluntad popular.

Con estos elementos de juicio disponibles, me parece lógico concluir que el beneficiado principal con el asesinato de Torre Cantú es el grupo que actualmente ocupa el poder federal, independientemente de que el crimen haya sido planeado, o no, en las esferas del Ejecutivo.

Está por verse la reacción del dinosaurio priísta, que además de malvado es mal pensado. Tanto si la ejecución del candidato a gobernador de Tamaulipas genera, en los días próximos, un mayor encono entre priístas y panistas, o si no, podrá encontrarse respuestas parciales a las preguntas y dudas aquí enunciadas.


26.6.10

Coplas del dino copetón


Dos biólogos discutían
con sapiencia y con altura
pues catalogar querían
a una extraña criatura.

Las fotos del ejemplar
miran con aire severo,
se ponen a cavilar
y se le ocurre al primero:

–Este otro góber precioso
que manda en el Edomex,
es un embrión espantoso
de Tiranosaurio Rex.

Dice el otro: “Esas son bromas
y equivocadas palabras:
mírale los cromosomas,
iguales que el Chupacabras.

“Ese copete frontal
que tanto gel ambiciona,
es un disfraz natural
para esconder la pelona.”

Fiel a su idea hasta el fin,
el otro sabio seguía:
“Más bien es Mario Marín
después de una cirugía”.

“Televisaurio, lo llamo
porque medra en la pantalla;
grillopterix lo proclamo
porque el bicho no se calla.”

–Colega, siento respeto
por esas cosas que opinas,
pero este tal Peña Nieto
es subespecie “Salinas”.

“Pues ya sea este animal
fósil y antediluviano,
o bien neo liberal
con cierto barniz mundano,

es claro que su organismo
una gran urgencia siente
y quisiera, ahora mismo,
ser nombrado presidente.”

–¡No! –dice el otro– ¡Que horror!
Imagínate nomás:
haría procurador
al inepto de Bazbaz.

En Neza dejó a la gente
metida hasta la cintura
en un agua pestilente
y presa de la amargura

Es que él andaba paseando
y el viaje no interrumpió
en aquellos meses, cuando
el oriente se inundó”.

“Tienes razón –le contesta
su colega distinguido–:
con una especie como ésta
el país está jodido:

una tragedia profunda
sería, si te imaginas,
padecer una segunda
presidencia de Salinas.”

Concluye el otro: “Tenemos
queriendo ser presidente,
en estos tiempos extremos
al huevo de la serpiente.”

24.6.10

Un tal Peña Nieto...

El último suspiro
del Conquistador / XLII


Juan Riestra tuvo que acceder a la exigencia del comandante policial: en lo sucesivo, habría de voltear hacia otro lado cuando hallase en sus camiones cajas de armas —y quién sabía qué más— y permitir que sus operarios transportaran lo que les diera la gana sin que él pudiera impedirlo ni participar en las utilidades.

—Usted gana —le dijo al comandante en tono seco—. ¿Ya nos podemos ir?

El jefe policial acusó recibo de la rendición y recobró de golpe la cordialidad:

—Mi señor, mire cómo se arreglan las cosas cuando uno se pone razonable. Tome sus documentos y regrésese a su hotel.

—¿Y el muchacho? —se alarmó Riestra— ¿Dónde lo tienen?

—Ah, ¿es su amigo? —preguntó a su vez el funcionario— Yo me imaginaba que era nomás un encuentro de esos...

—Entréguenmelo —insistió el empresario, con una voz terminante para la que había poco margen—.

—Ahí se lo llevan —porfió el policía—. No podrá usted quejarse: servicio a domicilio —concluyó el comandante, con una risotada que puso fin al intercambio.

Riestra fue conducido a su hotel por dos policías, a bordo de una patrulla destartalada y con el carburador asmático. Cuando descendió del vehículo, uno de los agentes le dijo, a modo de despedida:

—En un ratito le traen al chavo, patrón. ¿No se coopera para la gasolina?

Resignado a cualquier cosa, Riestra puso un billete de baja denominación en la mano del policía y se dirigió a la recepción del hotel. Allí, el hombre del mostrador le entregó la llave de su habitación.

Sin decir palabra, avergonzado por la circunstancia, Riestra subió al cuarto, se encerró en él y se tiró sobre la cama para tratar de poner en orden sus ideas.

Para empezar, era claro que la policía de aquel pueblo estaba involucrada en actividades delictivas. ¿Por qué, si no, se allegaban armas en forma clandestina? Riestra no quería averiguar de qué actividades se trataba, pero lo habían hecho partícipe de algo sórdido en lo que él no quería estar. De inmediato tuvo clara una salida: colaboraría con aquellos policías por el menor tiempo posible, y luego vendería su empresa. Se iría de Orizaba, se llevaría a su familia, se establecería en alguna ciudad del noroeste, compraría una ferretería o una refaccionaria y olvidaría aquel trago amargo. Entonces se preguntó qué pasaría con Rufino y se obligó a poner sobre la mesa cosas en las que, hasta entonces, no había querido pensar:

¿Estaba a gusto con su esposa? Sí –se dijo, mientras evocaba la armonía de palabras, la comunión de sentires y el sexo sosegado y seguro con su cónyuge—. Luego se preguntó si le gustaban los hombres, y se respondió que no: le gustaba un hombre, Rufino, y le gustaba porque parecía mujer. ¿Le gustaba tanto como para proponerle que lo acompañara a su próximo destino de vida? No, se dijo, porque su relación con Rufino sería siempre un punto débil, el flanco por el que cualquiera podría atacarlo y destruirlo.

Entonces se abrió la puerta y apareció el muchacho. Tenía la cara desfigurada a golpes.

* * *

Un agujero de oscuridad más negro y más vacío que la propia muerte: el sitio del sacrificio de Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal, señor de Tacuba. ¿Itzamkanac? ¿Tizatépetl? ¿Taxakhaa? ¿Acala? ¿Tuxkahá? ¿La ribera de la laguna Itzam? ¿Por qué había mentido sobre el sitio de la infamia en su quinta Carta de relación? ¿Por qué había se había ocultado a sí mismo aquella toponimia? ¿Quién se había robado a Molinero en horas de la madrugada, poco antes de los asesinatos? ¿Tienen los sitios un modo de guardar la esencia de los sucesos ocurridos en ellos? ¿Recuerdan las personas los lugares por los que han transitado o son los lugares los que se acuerdan de las personas ausentes?

* * *

En la cafetería del hospital, Jacinta decidió abusar un poco de la paciencia de Manuel y se dio un rato para llorar sus remordimientos. Su interlocutor no tenía prisa, pero la intensidad de aquella descarga emocional le intrigó, y decidió inquirir por su razones. Y como Jacinta, recostada en la mesa de formica, hilvanaba un sollozo tras otro, él se permitió una ironía dicha en tono amable:

—¿Te puedo interrumpir?

Jacinta alzó la cara un momento, lo miró con unos ojos rojos e hinchados como tomates y le respondió con rabia:

—¡No!

Trató de retomar el hilo de su llanto, pero la comicidad involuntaria de la circunstancia había socavado toda credibilidad a su pena. Se quedó desconcertada, boqueando como pez, porque tenía las fosas nasales auténticamente bloqueadas por lágrimas y mocos. Entonces Manuel aprovechó:

—Quería preguntarte, si no es indiscreción, por qué o por quién lloras.

—Por un novio al que he tratado muy mal —dijo ella con voz plana y mirando al vacío.

—Ah, entonces no lloras por él, sino por ti: lloras porque has sido mala.

—Bueno, pero y usted... ¡qué chingados...! —arrancó Jacinta, y de inmediato se obligó a contenerse— Perdón, es que...

Iba a ensayar una explicación y una disculpa, pero no pudo seguir, porque en ese momento resonaron en su cabeza, con un efecto retardado, las palabras de Manuel: “has sido mala”. Se ubicó en tiempo y en lugar y recordó que se encontraba allí porque su madre estaba internada. Por unas horas se había olvidado por completo de la circunstancia.

—Discúlpeme —le dijo al viejo con una voz aniñada—. Mi novio, mi mamá, mi vida... Está todo hecho un relajo. Ahora tengo que subir a ver a la paciente.

—Espérame —le dijo Manuel. Se rebuscó entre los bolsillos con una lentitud exasperante, por fin localizó algo, sonrió, en gesto de asentimiento a lo que se encontraba en su mano, lo sacó y se lo entregó a Jacinta. Era una tarjeta de presentación antediluviana y un poco arrugada, con correcciones de bolígrafo sobre los datos impresos en alguna extinta prensa plana.

Jacinta se sintió abrumada por la generosidad de aquel hombre y se dio cuenta de que estaba a punto de generar una nueva deuda afectiva.

—Gracias. Yo lo llamo —dijo secamente.

Dio media vuelta, caminó hacia la recepción y en el trayecto se topó con una enfermera, pequeña y nerviosa como un canario que la abordó de inmediato:

—¡Señorita Manzano! La estamos buscando. Al doctor le urge hablar con usted.

—Dionez Manzano —corrigió ella con severidad, pero no pudo impedir una punzada de angustia en el tono—. ¿Qué pasa?

—El doctor tiene que darle un reporte urgente sobre la condición de su mami.



(Continuará)

23.6.10

América del Valle
pide asilo a Venezuela


Al pueblo de México:
A los pueblos de la orilla del agua, Atenco:
A mi madre, a mi padre y mis hermanos:
A todas las organizaciones y personas que luchan por la libertad y la justicia en nuestro país:

Han pasado cuatro años desde aquella bárbara agresión del gobierno federal y el gobierno del Estado de México contra nuestro pueblo digno y rebelde de San Salvador Atenco. Desde aquellas salvajes golpizas contra hombres, mujeres y niños; del allanamiento y destrozo de nuestros hogares; el asesinato de Alexis Benhumea y Javier Cortés; el encarcelamiento de más de 200 compañeros; la humillación y violación de decenas de nuestras compañeras durante su traslado al penal; la expulsión del país de amigas chilenas, alemanas y españolas que atestiguaron y sufrieron la represión. Todo, a manos de los cuerpos policiacos estatal, federal y municipal. Todo, ordenado, dirigido y supervisado personalmente desde un lugar situado a unos metros de los hechos, por el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto. Todo, impulsado por la presidencia de la República para cobrarnos la afrenta de haberle impedido arrebatarnos nuestras tierras para cerrar el negocio del sexenio: el de abrir un nuevo aeropuerto con un corredor comercial a todo lujo de varios kilómetros de largo.

Durante estos cuatro años hemos debido luchar y resistir en condiciones sumamente adversas, pero aún así hemos logrado liberar a la mayoría de los presos, han vuelto a su casa la mayoría de los perseguidos y lo más importante es que el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) está vivo y luchando incansablemente por la libertad de los presos que faltan, pero también atento a impedir el despojo de nuestras tierras.

Hoy estamos a escasos días del desenlace jurídico de la lucha por la libertad de nuestros presos. Hemos jugado la última carta legal que tenemos para lograrlo (el amparo definitivo), y la decisión está en manos de la última instancia legal a la que podemos recurrir en México: la Suprema corte de Justicia de la Nación (SCJN)

Quisiera equivocarme, pero todo apunta a que en los próximos días, los ministros atenderán a una decisión de Estado: dejar en la cárcel a algunos presos políticos de Atenco. Sacarán a unos cuantos, reducirán las condenas de otros, pero la realidad es que la injusticia prevalecerá. Una decisión con la que especulan tanto el PAN como el PRI; tanto Calderón, como Peña Nieto, padre y creador de toda esta barbarie. Habiendo una decisión de Estado de por medio (como ocurre también en el caso del SME), es muy difícil que la Corte no la acate. Son contados lo jueces dispuestos a desacatar una orden así girada desde el poder. Por temor o conveniencia, por presiones o por intereses. Basta hacer un breve recuento de su reciente actuar:

La SCJN ha dejado libre e impune a un gobernador que en cadena nacional fue evidenciado protegiendo a una red de grandes empresarios pederastas denunciados por Lydia Cacho, el góber precioso no fue ni siquiera molestado por la Corte.

Más de 20 muertos dejó la represión en contra de la APPO en 2006, las fotos de los sicarios de Ulises Ruiz disparando contra el pueblo de Oaxaca aparecieron en la portada de varios diarios de circulación nacional, cuando la SCJN revisó el caso no puso tras la rejas a ninguno de los sicarios y mucho menos ejecutó acción alguna contra el gobernador oaxaqueño.

Liberó, eso si, a paramilitares responsables de la masacre de Acteal, entre ellos, dos asesinos confesos.

En el caso de la guardería ABC, puso por encima la tradicional impunidad de los funcionarios que se enriquecen a costa de abaratar la calidad de los servicios que ofrecen, al profundo grito de justicia emanado del dolor por la muerte de 49 niños.

Ya una vez la Corte discutió el caso Atenco y decidió una aberración jurídica al referir que sí hubo violaciones a los derechos, pero que nadie era responsable de tales.

En nuestra patria no hay justicia. Me parece evidente que la Corte no puede sostener la aberración indefendible del “secuestro equiparado”, lo cual anularía las vergonzosas penas de hasta 112 años de cárcel para nuestros presos. Pero tienen la orden de buscar la maniobra “legal” para que algunos de nuestros compañeros aún no salgan libres, y todo indica que eso es lo que al final decidirán, más allá de la intención honorable de algunos de los jueces de poner fin de una vez por todas a esta profunda injusticia (nuestro reconocimiento a ellos). ¿De qué se trata? De ejercer un castigo ejemplar, descomunal contra los símbolos de la lucha social. Es una forma de advertir a los que se decidan a luchar, a qué se atienen si persisten en su intento. Saben que la situación es inestable. Tienen miedo, tratan de disuadir al pueblo de toda decisión de rebelarse, para atemorizarlo. Y por eso mismo es que creo que hay una decisión de Estado. La clase política requiere mantener la amenaza vigente, y por ahora no hay mejores candidatos para ello que los rebeldes, insumisos e incorruptibles campesinos del FPDT. Pero nosotros no lo aceptamos, queremos justicia, no más engaños de los mercaderes del derecho. No nos vamos a resignar, vamos a seguir luchando, porque en un país como el nuestro, donde se cierran las puertas de la justicia, la alternativa que nos queda es luchar y organizarnos para detener tanta impunidad.


Me encuentro ahora en esta embajada en México de la República Bolivariana de Venezuela, pidiendo asilo político después de cuatro años de incesante persecución política en mi contra, de no poder salir a la calle ni ver a mis seres queridos, de no poder volver a mi casa ni a mi pueblo. Cuatro años que han sido de amedrentamiento pero también de indoblegable resistencia. Tengo varias órdenes de aprehensión en mi contra, todos los amparos que he solicitado han sido rechazados por el poder judicial. Para mi, no hay más opciones, menos ahora que la Suprema Corte de Justicia de la Nación está a punto de cometer otra brutal injusticia.

Los cargos por los que a mi me persiguen, son los mismos y en los mismos hechos que los de mi papá. Y frente a esta decisión de Estado de dejarlo preso, me he visto orillada a tomar esta decisión, el asilo político, para continuar la lucha desde fuera, pero con más fuerza y en mejores condiciones. He logrado evitar ser encarcelada cuatro años, y por supuesto que si no han logrado apresarme, menos aún lograrán que me entregue por delitos que no cometí.

Es al pueblo de Venezuela y a su presidente, a quienes pido ayuda, porque he sido testigo de su alto espíritu de solidaridad hacia los pueblos que sufren injusticia. Muestra de ello son todos los programas que otorga el pueblo venezolano con médicos, profesores, petróleo barato, operaciones de la vista a cientos de miles de pobres en nuestra América, combatiendo al imperio yanqui y al capitalismo depredador con gran fortaleza y dignidad.

Me voy, pero no me rindo. Y desde aquí quiero agradecer al pueblo humilde que me ha protegido y resguardado todos estos años; no tengo con qué pagarles más que con mi lucha y mi fuerza.

Quiero que lo sepa mi pueblo, Atenco, a quien tanto amo y admiro por su valentía, con quien tengo muchos proyectos y espero regresar pronto para concretarlos, junto a mis compañeros. Quiero que lo sepa mi padre y mi madre y toda mi familia, también que lo sepan mis hermanos de lucha de todos los rincones de mi patria que es México:

Si sigo de pie es por todos ustedes, y aunque mañana esté lejos, cuéntenme entre las filas de los que resisten y luchan por un país mejor, por un México sin despotismo político, sin la corrupción, explotación y despojo que hemos sufrido por años, y que ya no estamos dispuestos a tolerar.

Y quiero que lo tengan siempre bien presente: ¡Venceremos! Ahora más que nunca, es momento de unirnos, de pelar juntos contra el enemigo común. Mineros de Cananea, de Pasta de Conchos, pueblo de La Parota y Copala, trabajadores del SME, maestros de la CNTE, estudiantes universitarios, padres de la guardería ABC, de los muertos y las muertas de Ciudad Juárez, familiares de los miles de inocentes asesinados por esta llamada “guerra” contra el narcotráfico, pueblo pobre y trabajador, sin prestaciones, ni buenos salarios, sobreexplotados y humillados, a ustedes me dirijo con todo mi respeto, tenemos que estar juntos, tenemos que acabar de una vez con tanto despojo y represión, tanto de Felipe Calderón, como de quien aspira a ser su sucesor, Enrique Peña Nieto.

Que también lo escuche fuerte y claro el Estado. No pudieron con Atenco y no podrán conmigo. Sigo y seguiré de pie, resistiendo, porque la saña de los de arriba jamás podrá marchitar la rebeldía sembrada y regada por años en la tierra de nuestra nación. Ni sus jueces ni sus medios mentirosos, ni su cárcel ni su persecución, ¡nada detendrá nuestro camino a la justicia y la libertad! En la trinchera que nos toque estar, estaremos con la frente y nuestro puño en alto.

Ni la embajada de la República Bolivariana de Venezuela, ni el Presidente Chávez, ni por supuesto los millones de venezolanos y venezolanas, tienen nada que ver con lo que afirmo. Ellos tienen su lucha propia, la cual admiro y siento como propia, pero nada han tenido que ver con mi decisión de entrar a esta embajada y pedir asilo, lo cual ha sido decisión mía, exclusivamente.

No estoy dispuesta a permanecer más tiempo escondida, acosada, maniatada. Ya son más de cuatro años así, y la situación no tiene visos de cambiar. Mi única alternativa para recuperar la libertad por ahora es acogerme al asilo político por parte de un gobierno realmente democrático y del pueblo; de una pueblo solidario con la rebeldía de sus hermanos de otras tierras. Quiero mi libertad para seguir luchando, para seguir estudiando, para seguir viviendo. Por eso he decidido pedirle al pueblo de Venezuela, a su presidente, Comandante Hugo Chávez, que me acojan en su territorio mientras logro recuperar mi derecho a seguir luchando en mi propio país.

Que el mundo entero voltee a mirar lo que sucede en México. Que observe atentamente lo que está por ocurrir en estos días: que la mayor instancia de justicia de nuestro país, es incapaz de plantar cara ante una decisión de Estado, aún cuando éste cometa la más burda y lacerante de las injusticias.

América del Valle

(Recibido el miércoles, junio 23, 2010, a las 12:26 pm)

22.6.10

Optimismo



De cuerpo presente, y sin necesidad de mover un músculo ni de musitar una palabra, Monsiváis le dio a la gente la oportunidad de anotarse una victoria sobre el poder oligárquico: este domingo el jefe nominal de las instituciones federales no pudo ni acercarse al Palacio de Bellas Artes y mucho menos presidir el homenaje al fallecido, así fuera ingresando al recinto “por la puerta de atrás”, como especuló, con motivos, alguien del personal del INBA citado en la nota de ayer de Mónica Mateos-Vega y Fabiola Palapa. En el más emblemático recinto cultural, los dueños actuales del poder fueron los apestados del evento. En cambio, López Obrador, el hombre más odiado por el régimen oligárquico, fue recibido con aplausos por la gente. Pero a Calderón no hubo que hacerle explícita la prohibición popular; simplemente, no tenía la menor posibilidad de estar allí.

No es un dato menor. El señor impuesto en el Ejecutivo federal por los dinerales corporativos; el que se alivia los complejos mediante el abuso de tanquetas, ametralladoras pesadas, helicópteros y cuerpos especiales; el que se siente capaz de aplastar a la verdad con avalanchas de propaganda mentirosa; el que necesita, alrededor de su círculo de guaruras armados, otro círculo de guaruras de opinión (ocupados ahora en fabricar a un Monsiváis enemigo del Peje y de las izquierdas), no pudo entrar a Bellas Artes a apoderarse de Monsi, como le habría gustado y convenido, para convertirlo en un amuleto más de ese mito oficial llamado “unidad de todos los mexicanos” en torno a un desgobierno catastrófico. Lo único que pudo hacer fue mandar a Alonso Lujambio para que recibiera, a nombre del gobierno federal, las humillaciones merecidas y los repudios meticulosamente cultivados.

Pobre hombre, este Lujambio, forzado por las circunstancias a autocertificarse como “amigo” de Monsiváis para, a renglón seguido, reducirlo a un modelo de supercomputadora (“memoria de elefante y capacidad impresionante para relacionar datos y analizar la realidad”) y a una madre Teresa de la tolerancia: “nos deja como legado la idea de que los mexicanos debemos respetar nuestra diversidad y convivir juntos” (nadie vaya a pensar en convivir separados). Respetemos, pues —diría este Monsi inventado por el personal de servicio de la Gordillo—, la obsesión del régimen de ensangrentar a México, el afán de sepultar el Estado laico, el gusto por los negocios turbios, la discapacidad para hablar con la verdad, la necedad de suprimir los derechos reproductivos; convivamos en santa paz con el designio de hundir al país en una guerra estúpida (perdón por el pleonasmo), con el secuestro de instituciones, con la proclamación de la desigualdad necesaria.

Qué buen ejemplo de “la sabiduría del autoengaño”, como el propio homenajeado definió los ejercicios de “los más calificados y autocalificados funcionarios del gobierno federal”: “¿A quién persuadir? Pues a los más enterados, a los más competentes, a los que rigen los destinos de la nación, nos referimos, naturalmente, a nosotros mismos”.

En compensación por la derrota —sin precedentes en los anales de la impotencia presidencial— regalémosle a los redactores del calderonato una coartada honorable: la ausencia de su jefe fue un gesto de prudencia y de respeto. Que se alivie con eso la frustrada necesidad de darse importancia y el anhelo, malogrado el domingo, de convertir la ilegitmidad en un discurso en nombre de todo México.

La ausencia de Calderón en Bellas Artes y la irrupción del pueblo en la despedida a Monsi fue una señal de impotencia y un triunfo de la gente pensante —la cosecha de lectoras y lectores es, en buena medida, cortesía del homenajeado— ante un poder despótico y casi analfabeto; una victoria de la plebe ilustrada sobre una élite de ignorantes irremediables, así tengan doctorado y maestría. Los que mantienen a la población bajo cerco militar y mediático viven, a su vez, sometidos al cerco cívico y pacífico del desprecio, y éste es más poderoso de lo que suele pensarse. Dejemos de revolvernos en la impotencia y sirva el registro de este triunfo —que a ustedes les consta— para documentar nuestro optimismo.

17.6.10

El último suspiro
del Conquistador / XLI


Tomás había vuelto a su lugar de origen, acompañado por el zombi Garcí. Muchas cosas habían ocurrido en la localidad desde que el almero se uniera a la expedición de Hernán Cortés. Ahora, su pueblo se llamaba indistintamente Taxahá, en maya, Teotilac, en náhuatl y Teutiercas, como había sido denominado por el Conquistador. Antes de intentar la transmutación del ánima de aquel destructor de hombres y de nombres, Tomás recordó el episodio en el que Cortés había perdido su caballo. El español adujo que había dejado la montura, que venía muy fatigada, al cuidado de los itzaes, quienes lo tomaron por una deidad y le daban de comer flores y plumas preciosas, por lo que el equino murió a los pocos días. Pero Tomás sabía otra verdad: los brujos de la localidad, enterados de que el Conquistador planeaba dar muerte al Señor Cuauhtemotzin, sustrajeron a Molinero, que así se llamaba el caballo, para intentar un sortilegio que impidiera el homicidio inminente del último Tlatoani. No es que los itzaes, sometidos por Tenochtitlan al odioso régimen de tributos, no abominaran a los mexicanos; presentían, sin embargo, que no debía permitirse el colapso definitivo de eso que se llamaba México desde antes de que existiera tal nombre, y que no era otra cosa que el poderío del Anáhuac, proyectado durante mil trescientos años desde el Altiplano hacia ambas costas, hacia las tierras chichimecas del norte y hasta los confines del istmo centroamericano, en el sureste. Si tal dominio se derrumbaba, el mundo conocido habría de desmoronarse como una figura de barro antes de ser cocida. Era imperativo, pues, impedir que el Huey Tlatonai fuera asesinado, y los sacerdotes iztaes, temerosos de las armas españolas que les impedían acercarse al jinete, volcaron todas sus artes en el caballo.

Molinero fue sacrificado en la ribera opuesta del río Acalán, hoy Candelaria, pero ello no produjo efectos perceptibles en el ánimo del conquistador ni impidió que Cuauhtémoc y su primo Tetlepanquetzal fuesen ahorcados del otro lado del río. Pese a lo infructuoso de la empresa, los ah kin que participaron en la ceremonia decidieron conservar el corazón del equino y preservar su cuerpo, a la espera de revelaciones que les permitieran usar aquellos despojos contra el poder y la barbarie nueva que irrumpían en su universo.

Conforme las poblaciones chontales y mayas iban cayendo en poder de los conquistadores, los sacerdotes locales buscaban preservar sus objetos de culto trasladándolos al oriente, hacia el corazón del Petén, a donde convergían, también, los empeños de los invasores. Cinco lustros después de los asesinatos de Taxahá, el propio Cortés estuvo, sin saberlo, muy cerca del cadáver de Molinero, cuando intentó infructuosamente tomar por asalto la ciudad de Tayasal. Pero durante 156 años esa urbe resistió las embestidas de los españoles. No fue sino hasta 1697 que Martín de Urzúa, al mando de una expedición combinada que partió de Tabasco y Yucatán, y que incluía barcos cañoneros, consiguió destruir la última ciudad mesoamericana que sobrevivía a la Conquista. Al igual que Tenochtitlan, Tayasal era un asentamiento insular en medio de un lago –Petenxil–, y corrió la misma suerte que la capital de los mexicanos: la destrucción hasta los cimientos y la erección, en el mismo sitio y con las mismas piedras dislocadas de las viejas construcciones, de iglesias católicas.

Cuando las autoridades coloniales tomaron posesión de la arrasada, se encontraron, en uno de los templos, el cadáver de Molinero, preservado con sal, con ojos de obsidiana instalados en las cuencas oculares y erguido por medio de cuñas de madera clavadas en el pecho y en las ancas y gruesas cinchas de cuero que mantenían en su lugar las articulaciones de las extremidades.

Siglo y medio más tarde, y ya en tiempos de la República, el pueblo maya habría de fundar, a muchas leguas al nororiente de Tayasal, y no lejos de las costas del Caribe, un nuevo centro de resistencia. Pero esa es otra historia.

El almero Tomás se preguntaba cómo habría de dar muerte a Garcí, en caso de que éste accediera a someterse a una acción tan extrema, a fin de preparar su cuerpo para que recibiera el ánima desterrada del Conquistador. En una ocasión llamó a su esclavo español y se lo preguntó en tono suave:

–¿Permitirías que te sacara el corazón?

–Su merced es dueño de hacer conmigo lo que le venga en gana –respondió el interpelado, con su sempiterna sonrisa dócil.

* * *

La rusa despertó a Andrés poniendo una mano enorme sobre su belfo y moviéndole la quijada de un lado a otro. Cuando el joven abrió los ojos, ella le soltó una retahíla de reclamos en un francés chirriante. Andrés se sentó sobre la cama guanga, se dio cuatro segundos para identificar el sitio y la compañía y a continuación, sin hacer caso del torrente verbal de la prostituta, ubicó sus prendas, se las puso y salió de la habitación. En la sala de espera, Evaristo Terré, despatarrado en un sillón, dormía la mona, pero se levantó de un salto con el ruido del portazo con el que la matrioshka monumental puso fin al trato. Bajaron ambos en silencio las escaleras del edificio y salieron a una madrugada parisina primaveral y fresca.

–¿Y entonces? – soltó Terré–. ¿Se siente mejor el mancebo, o qué?

La pregunta ahondó el desasosiego de Andrés, porque la respuesta era obvia: no había pasado nada que le permitiera mejorar el ánimo, y antes al contrario.

–Me cagué en mi existencia, Terré –repuso al cabo de unos momentos–. Destruí mi doctorado y luego destruí la relación que me había llevado a destruirlo.

–La vida es más que eso, hombre –replicó Terré, con una ligereza que molestó a su interlocutor.

Con el alma sembrada por cargas de profundidad, Andrés dio por sentado que tendrían que caminar de regreso hasta el apartamento de su amigo. Desembocaron por la Rue des Maronites al Boulevard Belleville y Terré, al ver ese nombre en una placa, se puso a cantar una vieja canción del siglo antepasado:


Papa c’était un lapin
Qui s’app’lait J.-B. Chopin
Et qu’avait son domicile
A Bell’ville...

Miró a su amigo para ver si tenía semblante de hacerle segunda, pero cerró el pico cuando vio el rostro de Andrés, perdido y átono. Siguieron en silencio el trayecto por el Boulevard de la Villette, rodearon la plaza Colonel Fabien, en donde Andrés observó la sede del Partido Comunista Francés y le pareció, con sus curvas modernistas y casi móviles, un edificio ebrio. Siguieron por la Rue Louis Blanc y al cruzar el puente que libra el canal Saint Martin, a unos metros de las Esclusas de los Muertos, Andrés, apesadumbrado, murmuró a su acompañante:

–Perdóname, Terré, y gracias por el apoyo, pero esto ya valió madre.

Acto seguido, tomó vuelo, saltó pesadamente hasta el pretil y se arrojó al agua.


(Continuará)

15.6.10

¿Autorretrato?


“El gobierno de los ricos y socialmente influyentes, el de la mafia o el del populacho dejan ver, cada uno a su modo, las desventajas de un gobierno sin derecho en comparación con uno de derecho”, escribe Richard Bellamy al comentar a Bobbio (DOXA, Cuadernos de Filosofía del Derecho, Nº 28, 2005).

Al explorar conceptos de gobierno y de estado de derecho, casi da ternura la candidez con la que el gerente en turno del poder oligárquico traza un retrato de su propio régimen al ensayar definiciones y descripciones del crimen organizado: “la organización criminal que a través de de la violencia o la amenaza busca apoderarse de las rentas de las empresas lícitas o ilícitas en una comunidad”; “... una vez hecho el 'arreglo', los delincuentes controlan a la autoridad y, una vez que la han sometido, se apoderan de la plaza sin restricción alguna y no existe límite a sus abusos sobre la población” (“La lucha por la seguridad pública”, Felipe Calderón Hinojosa, 14 de abril de 2010). Daría ternura, pero “la recuperación de la seguridad de las familias mexicanas” ha generado lo contrario y ha costado ya 23 mil muertos. Y mientras asistimos de manera obligada a la carnicería, el saqueo de los bienes públicos permitiría cubrir con una fila de monedas de a peso la distancia de aquí a Júpiter.

“Apoderarse de las rentas...” Al leer eso, uno piensa en la manera en que la alianza gobernante le enjaretó a la mayoría de la sociedad un incremento de impuestos que habría podido evitarse si los altos funcionarios, los legisladores y los magistrados, moderaran las facturas por viajes y comidas que le endosan al presupuesto.

Además, las líneas citadas obligan a recordar que esta administración y las anteriores han saqueado impunemente a Pemex, no para beneficiar al conjunto de sus propietarios –es decir, a la población– sino para beneficiar a un puñado de magnates, transnacionales y funcionarios públicos, ya sea mediante contratos que les dan a ganar miles de millones de dólares en perjuicio de las arcas públicas, ya por concesiones con el 80 por ciento de descuento (adjudicación de frecuencias a Televisa y Nextel), ya por el otorgamiento de exenciones y privilegios fiscales escandalosos, como los que el propio Calderón reconoció el 29 de octubre del año pasado, ya por transferencias extra salariales del erario a servidores públicos, como las que se otorga a sí mismo Francisco Mayorga, titular de la Secretaría de Agricultura.

Las caracterizaciones de la delincuencia que formula Calderón evocan también los atropellos a la ley cometidos en la extinción de Luz y Fuerza del Centro, en la concesión a particulares de actividades constitucionalmente reservadas a la nación, en “la violencia o la amenaza” empleadas contra los mineros y los electricistas, en el uso de la fuerza pública para beneficio de la fuerza (financiera) privada de Grupo México: “los delincuentes –afirma Calderón– controlan a la autoridad y, una vez que la han sometido, se apoderan de la plaza sin restricción alguna y no existe límite a sus abusos sobre la población”.

Volviendo a Bellamy: “No es justo que los tiranos tengan el hábito de asegurarse la legitimación legal después de la toma del poder, y no antes de ésta”.

Si en algo acierta el panista es en que no fue la acción del gobierno la que provocó la violencia, y que ésta es más bien fruto de los enfrentamientos entre distintos grupos de la criminalidad. Porque gobierno, lo que se llama gobierno, no hay mucho que digamos.

Otro que comenta a Bobbio, el colombiano Álvaro Acevedo Tarazona (Reflexión Política, Universidad Autónoma de Bucaramanga, Vol. 2, Nº 3, 2000), extrae de la lectura de El futuro de la democracia una conclusión local: “Si bien estamos viviendo en un país nominalmente 'democrático', a diario nos enfrentamos al desafío de reconstruir una verdadera democracia en la cual el imperio de la ley, las libertades y la justa convivencia sean su sustento”. En México se puede decir más claro: la sociedad debe construir un gobierno.

10.6.10

El último suspiro
del Conquistador / XL


Sólo con ver a Juan Riestra y a Rufino entrar a la comisaría, el comandante supo que debía darles un trato diferenciado. Con un gesto de la mano, hizo seña al primero para que tomara asiento en una de las sillas frente a su escritorio, sobre el cual el agente responsable de la captura de ambos había colocado los documentos que les decomisó en la habitación del hotel.

–Ay, ay, ay, señor –dijo, con un gesto de abatimiento que quería combinar la reprobación y la simpatía. Mire nada más en qué problema se ha metido.

–Pues arreglémoslo –respondió Riestra a regañadientes, y luego, sin molestarse en disfrazar la propuesta, agregó:

–Usted dígame cuánto.

El comandante negó con la cabeza, sonrió, y luego dirigiéndose a sus subordinados, les ordenó:

–A ver, llévense al muchacho a que le tomen declaración.

–Riestra sintió temor por lo que podrían hacerle a su amante y se revolvió en la silla con inquietud, pero no quiso pedir nada. El mismo policía que los había capturado enganchó a Rufino por el borde trasero del pantalón y lo sacó del recinto, acompañado por los otros uniformados.

Cuando se quedó a solas con Riestra, el jefe policial suspiró hondo y se quedó un rato en silencio con la mirada clavada en el techo. Quería hacer sentir su poder sobre el empresario, y éste se dio cuenta. Se sentía humillado, furioso y reducido a la impotencia.

–Así pasa, mi señor. Usted ha de ser un hombre casado, con familia. A veces, por una pendejada, destruimos nuestra vida.

–Dígame cuánto quiere –replicó Riestra con un hilo de voz pastosa.

–Mire, señor... –el jefe policial revisó con rapidez los documentos sobre su escritorio y halló el dato que quería– … señor Riestra: usted se ve una persona respetable; ha de ser usted licenciado, o comerciante, o contador... o empresario transportista, ¿verdad? Y de repente, ¡cuas!, todo su entorno social, su señora, sus hijos de usted, sus clientes, sus socios, sus amigos, su señora madre, digo, con todo respeto, se enteran de que anda usted cogiendo con chavitos... ¿Cuánto vale su imagen, señor Riestra, cuánto vale mantener su vida tal y como la ha llevado hasta ahora...?

El aludido aguantó aquel sermón repugnante y amenazador sin responder nada y sin apurar nada, porque supuso que el funcionario público estaba haciendo sus propios cálculos para una extorsión de veras astronómica. Cuando fijara el monto, vendría su turno de regatear. El comandante prosiguió:

–Podría yo pedirle... ¿trescientos mil? ¿Un millón? ¿Un millón por cada una de las fotos en las que salen usted y el chavito chaqueteándose el uno al otro? ¿La mitad de su patrimonio? ¿Cuánto vale usted, señor Riestra?

El detenido no soportó más aquel ejercicio de degradación.

–Le doy quinientos mil –dijo con rapidez, esperando a que su interlocutor pidiera el doble. Pero el comandante no respondió. Haciéndose el ofendido le dijo:

–Qué pasó, señor Riestra. Cómo cree usted que le voy a aceptar dinero. Yo lo que quiero es que me haga un pequeño favorcito que no le va a costar nada.

El empresario desconfió pero se sintió intrigado. Miró fijamente a su interlocutor, a la espera de la precisión.

–La chamba de la autoridad es canija, señor Riestra, y a veces tenemos que actuar con discreción. Mire, hoy en la mañana, usted corrió a tres de sus operarios porque nos estaban moviendo, a espaldas de usted, un... pues un material de trabajo...

–¡La caja con granadas! –exclamó Riestra, comprendiendo de golpe la razón de su captura. Cayó entonces en la cuenta de que su captura estaba relacionada con aquel incidente y encaró al oficial:

–Es increíble. Ustedes estaban usando mi camión para transportar armas. ¿Qué, no tienen una manera legal de hacerlo?

El policía se incorporó con rapidez y su tono de voz se elevó y se volvió ríspido:

–Mire, Riestra, usted no es quién para decirme a mí lo que es legal y lo que no, y además, está metido en un santo pedo. Así que decida: o se calla el hocico y hace como que no se entera de esos materiales que tenemos que mover en sus camiones, y deja de molestar a sus trabajadores que cooperan con nosotros, o mañana su esposa, la directora de la escuela donde van sus hijos, y su chingada madre, van a estar recibiendo las fotos de sus puterías.

* * *

En algunos agujeros de la eternidad, la bruma de la nada se disipaba y él observaba con arrobamiento la esplendente Tenochtitlan, con las siluetas de sus templos reflejadas en el lago, tal y como la observó desde la axila que compartían dos grandes volcanes. Y volvía la niebla, y entre sus jirones miraba las escenas de violencia y muerte correspondientes a los largos meses que duró el asedio de la urbe: casas desgranadas, incendios, charcos de sangre y vómito, cuerpos hinchándose bajo el sol, mujeres agonizantes que imploraban la muerte en una lengua que él nunca consiguió dominar, aunque hubiese logrado dominar a sus hablantes. Contemplar y recordar la derrota de los enemigos, pensó, era el castigo eterno de los vencedores, por más que éstos hubiesen prorrumpido en gritos de júbilo y hubiesen organizado parrandas tras la caída de la ciudad. No tenía otro concepto para digerir aquellos ¿recuerdos? ¿evocaciones? ¿imágenes?, y en el pesado paso de las edades se le fue haciendo presente la idea de que había sido condenado al Infierno y que permanecería allí para siempre. Pero una vez...

* * *

En el Zócalo, además del campamento de los electricistas que hacían huelga de hambre en demanda de reinstalación, se habían plantado los maestros disidentes, exasperados por la corrupción y la cerrazón que imperaba en su sindicato, y los indígenas de San Juan Copala, agraviados por tres asesinatos recientes y por el cerco que contra su pueblo mantenía un grupo de paramilitares priístas.

–Puta madre –se dijo Sánchez Lora–. Este gobierno está haciendo exactamente lo opuesto a gobernar.

Tras observar a aquellos centenares de ciudadanos que pedían un sitio en la patria, y quienes de seguro representaban a muchos cientos de miles más, Sánchez Lora pasó otra semana de severa depresión, encerrado en su departamento, Pero hasta allí le llegaban noticias que le trastornaban el sentido de realidad. Para los mexicanos mayores de cuarenta, el nombre de Cananea era una referencia histórica casi sagrada: en esa localidad minera del noroeste habían surgido las primeras luchas obreras del país, allí se había escuchado por primera vez en el suelo patrio la demanda de ocho horas de trabajo, y allí el Porfiriato había rendido la soberanía nacional a la soldadesca gringa, que asesinó a decenas de mineros en huelga para preservar los intereses de los amos de la explotación. Incluso los ciudadanos más jóvenes sabían que las cabezas de Hidalgo, de Aldama, de Allende y de Jiménez, habían sido expuestas al escarnio de la mirada pública, puestas en jaulas de hierro y colgadas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. Y ahora el gobernante en turno ordenaba a la policía cargar contra los mineros de Cananea. Y ahora escarbaba para sacar los cráneos de los padres de la patria, y volvía a ponerlos en exhibición.

“Tengo que salir, tengo que hacer algo –pensó– . Si no, el fin de este país me va a agarrar encerrado en mi casa.”

Entonces decidió que debía buscar a aquella tal Jacinta Dionez y sacarle la sopa acerca de la muerte de Rufino Vázquez Morgado.

(Continuará)

8.6.10

Violencia y resistencia


Como no tiene legitimidad que preservar, y como además el orden social está roto, los funcionarios del calderonato y los cacicazgos priístas estatales y sindicales se permiten cualquier cosa: organizar escuadrones de la muerte y presumirlo en público; tolerar y justificar la muerte de civiles a manos del ejército; embolsarse carretadas de dinero; entregar vastas riquezas públicas a particulares; decir mentiras tan escandalosas como que la Constitución “habla explícitamente del matrimonio entre el hombre y la mujer” (Calderón) o como que el cadáver de Paulette estuvo nueve días enredado en un edredón sin que se dieran cuenta familiares, policías ni perros que se encontraban en el sitio (empleados de Peña Nieto); dar impunidad a los responsables de la muerte de los niños en la guardería ABC de Hermosillo; desaparecer por decreto una empresa eléctrica de propiedad nacional, y dejar a más de 40 mil personas en el desempleo; permitir que las bandas de Ulises Ruiz asesinen a activistas y dirigentes en San Juan Copala y en otros puntos de Oaxaca; encarcelar a personas inocentes y a líderes sociales y lograr, para los segundos, condenas absurdas; pisotear los derechos de los trabajadores y lanzar a los federales –al servicio de los empresarios privados y a balazos, en el más puro estilo porfirista–, contra mineros y sus familiares en Cananea y Pasta de Conchos.

Bienvenidos al descontrol más peligroso, que no es el de sectores sociales, sino el de los poderes públicos. Al igual que al régimen genocida de Israel, que con una mano en la cintura comete piratería en aguas internacionales y practica a continuación el homicidio y el secuestro de civiles, a los actuales gobernantes de México no los desvela el “qué dirán” ni el “qué harán”. Si los capos han llegado al punto de mandarse a asesinar o a secuestrar entre ellos (dicen que Mouriño murió en un accidente, que Beltrán Leyva se resistió al arresto y que el secuestro de Fernández de Cevallos tiene un propósito meramente económico), lo de menos es aplastar a un sindicato, asfixiar a un municipio autónomo, eliminar a un líder social incómodo o fabricar delitos contra ciudadanos en principio inocentes, como los alcaldes y funcionarios estatales y municipales de Michoacán detenidos hace cosa de un año en una redada de inocultables tintes electoreros. Da la impresión de que si este desgobierno federal no se ha empeñado más a fondo en la represión de los movimientos sociales opositores, ello no es por escrúpulos legales o de imagen, sino porque en su orden de prioridades va primero la disputa contra otros poderes fácticos.

A fin de cuentas, el tan profetizado estallido violento de 2010 ya empezó –incluso antes de este año–, y no es bonito: no fue una sublevación obrera, campesina y popular ni una guerrilla desafiante, sino la irrupción de ejércitos del narcotráfico que ya dominan extensas zonas del territorio nacional y que se enfrentan a las Fuerzas Armadas en combates en regla. A su manera, el poderío de la delincuencia es resultado de la depauperación, la miseria, la marginación, la corrupción federal, estatal y municipal, el desempleo, la cerrazón política, la destrucción del Estado desde sus puestos de mando, el saqueo de bienes nacionales y de recursos naturales, el abandono de los sistemas públicos de educación y salud, la claudicación de la soberanía; en suma, el saldo de la secuencia de gobiernos neoliberales Salinas-Calderón.

En esta circunstancia nacional trastornada, los movimientos políticos, sociales y sindicales empeñados en la defensa de la legalidad y en la transformación pacífica del país cobran una relevancia central: son los únicos elementos de civilidad cuando el resto de los actores –incluidas corporaciones privadas y gobiernos federal y estatales– experimentan un corrimiento hacia la criminalidad y se disputan, a plomazos y levantones, el control de territorio. A pesar de los empeños oficiales por criminalizarlas, la resistencia y la organización popular son, por hoy, los únicos instrumentos visible para mantener abierta la vía política –aunque no necesariamente la electoral– y recuperar la legalidad, rota por los grandes intereses empresariales y por los delincuentes, con o sin cargo oficial.

Los sindicatos de mineros y electricistas, el municipio autónomo de San Juan Copala, la CNTE, los grupos prozapatistas y el movimiento lopezobradorista son, en la hora de los matones, otras tantas apuestas por la convivencia civilizada; son la reserva ética del país ante la barbarie; son las semillas de la reconstrucción.

3.6.10

El último suspiro
del Conquistador / XXXIX


El hombre agazapado tras la puerta de la habitación que compartían Rufino y Juan Riestra no tuvo que esperar mucho. Tampoco le fue necesario recurrir a la transcripción de lo que oía, una tarea que le desagradaba, por lo difícil que le resultaba la escritura. Veinte minutos después de haberse apostado allí, escuchó risas cachondas y después, jadeos y majaderías amorosas. Enchufado a los auriculares del estetoscopio con el que lograba amplificar los sonidos procedentes del interior del cuarto, sonrió para sí. Qué tonto era el comandante, pensó, que le había ordenado tirar la puerta. El oreja sacó del bolsillo del pantalón un juego de ganzúas, las operó con habilidad y silencio en la cerradura y, cuando tuvo todo a punto, hizo una seña al fotógrafo que aguardaba en un rincón del pasillo. Cuando éste se acercó, caminando en las puntas de los pies, el policía hizo un movimiento rotatorio con las herramientas que provocó un discreto “clic” y empujó la puerta. Riestra y Rufino, tendidos en la cama y trenzados en una postura que les facilitaba la masturbación mutua, recibieron cinco flashazos antes de reaccionar.

—Qué chingad... —empezó a decir el empresario, soltando el pene erecto de su amante, pero el policía no lo dejó terminar.

—Aquí están prohibidas la homosexualidad y la indecencia por bando municipal —le espetó el agente, con el estetoscopio aún colgando del cuello—. Me van a tener que acompañar —y al decirlo, se pasó las ganzúas a la mano izquierda e hizo descansar la palma de la derecha sobre el revólver .38 especial que llevaba al cinto.

Riestra se frotó la cara con desesperación. Era evidente que, en esa circunstancia, ningún argumento tenía sentido.

—Vístete —le dijo a Rufino en un susurro, mientras se incorporaba para hacer lo propio—.
Rufino estaba paralizado por el terror, pero un grito del agente del orden lo hizo bajar de la cama con rapidez:

—¡Que se vista, putito!

Momentos después, ambos, cabizbajos y revolviéndose en su impotencia, eran presentados ante el comandante de la policía municipal.

* * *

El almero Tomás midió cuidadosamente con un hilo la boca del frasco que contenía el alma de su Señor, justo a la altura en la que el corcho se unía al vidrio. A continuación, rodeó con el hilo el cuello de un pellejo para vino y realizó un corte lo más exacto posible. Hizo un corte más ancho en la base del cuero e introdujo por él el recipiente vítreo y una piedra del tamaño de su puño. Después cosió un fondo más ancho a la bota, con puntadas primorosas y minúsculas. En el extremo inferior practicó un pequeño agujero e introdujo por él el pico metálico de un fuelle de esos que se usaban en las forjas, y al terminar, untó sobre todo el conjunto un material que los españoles desconocían hasta poco antes: el caucho. En seguida, aguzó un extremo de un fragmento de caña, del largo y ancho de su dedo meñique, y obturó la punta opuesta con una bolita de paño empapada en cera. Finalmente, clavó lentamente la punta afilada de la caña en el corcho del frasco, que sobresalía del pellejo, hasta que escuchó un tenue “plop”. Tras poner a resguardo el ingenio resultante, Tomás preparó un pequeño altar, sobre el cual colocó una daga de hierro toledano y un dardo empapado en extracto de la hierba del sueño. Luego, salió en busca de su esclavo Garcí.

* * *

Casi anestesiado por la borrachera, Andrés nadó con desgano entre las carnes desparramadas de una rusa cincuentona: no habían conseguido más con los fondos de Evaristo Terré. Se había dejado conducir por su amigo, sin ilusión ni asco, por entre impasses y vericuetos en los que servidores sexuales de varios géneros y de diversas etnias y nacionalidades ofertaban sus propuestas, pero todas ellas les habían resultado inalcanzables, hasta que un etiope enjuto se les cruzó en el camino y les indicó que él podía conducirlos hacia un sitio en el que era posible hallar la mercancía mas barata.

El lugar resultó ser un apartamento en el que languidecían una abuela bretona, con los dientes rotos pero el maquillaje intacto, un travesti que hipaba a consecuencia de los primeros indicios de la abstinencia y una matrioshka de envergadura portentosa y un gran calado descendente. Andrés, sin fijarse mucho, escogió a esta última, y ya se iba con ella a la habitación, cuando Terré lo alcanzó con una carrerita ridícula, agitando en la mano un pequeño empaque de plástico blanco.

—M’ijo, se le está olvidando: tenés que ponerte un preservativo, Ave María; esta dama te puede regalar una infección más pesada que una novela de Tolstoi.

* * *

—Préstame tu aparatito —pidió Manuel, señalando el celular de Jacinta. Déjame hacer una llamada.

La muchacha tomó el teléfono de la mesa y se lo entregó a su interlocutor. Pero éste hizo tantas muecas al observar el pequeño teclado que Jacinta se lo arrebató, con un movimiento entre camaraderil y grosero, y le dijo:

—Yo marco. Se ve a leguas que usted se quedó en los teléfonos de disco.

Sin ofenderse por la impertinencia, Manuel se palpó el cuerpo, se arremolinó en la silla, buscó entre sus bolsillos del pantalón, de la camisa y del saco, y por fin dio con su libreta de teléfonos. La puso sobre la mesa. Luego, con movimientos semejantes, buscó sus lentes. Se los colocó con parsimonia sobre la nariz, abrió la libreta, alzó la cabeza para aumentar la distancia entre el papel y su presbicia y, con ese gesto adquirió el aire de quien se dispone a leer una escritura sagrada. Luego, dictó lentamente un número, que fue transcrito con ansiedad por el dedo de Jacinta sobre las teclas del aparato. La muchacha oprimió “Send” y le pasó el celular a su inesperado benefactor.

Momentos después, Manuel se prodigaba en una larga charla con alguien que lo mismo era “Lolita” que “Doctora Contreras”. Hablaron de recuerdos, hicieron referencia a asuntos académicos diversos, y Jacinta sintió que le estaba pasando encima la aplanadora de la eternidad. Al cabo de un rato, Manuel entró en materia, habló del espectrómetro y del cromatógrafo, hizo una vaga mención a una investigación antropológica y pidió el favor. La sonrisa en su rostro hizo entender a Jacinta que la gestión iba por buen camino.

—Es un hecho —dijo por fin Manuel tras una larga despedida en el aparato—. La doctora Contreras, del Cinvestav, nos va a conseguir el laboratorio. Mañana me da fecha, pero no pasa de la semana entrante.

Contra lo que podía esperarse, Jacinta se derrumbó. La inminente consumación de su larga aventura le hizo sentir todo el cansancio que no se había permitido en años. Por fin tendría la verdad al alcance de la mano, pero desde antes de averiguar qué era lo que en realidad había en su frasco, ya sentía el vacío de la consumación. Cayó en la cuenta de que, a la postre, no había necesitado de Andrés para llevar a cabo su pesquisa, y entonces hubo de rendirse a la evidencia de que, de todos modos, lo necesitaba. Y mucho.

Manuel percibió el inopinado cambio de ánimo en su nueva amiga.

—¿Qué? —le preguntó—. Ahora tendrías que estar satisfecha, y mira nada más qué cara se te puso. ¿Te da miedo descubrir que en el frasco no haya nada?

—No —respondió ella, tratando de contener un sollozo—. Es que ahora tengo que lograr que alguien me perdone. Y no va a estar fácil.

(Continuará)

1.6.10

Los huesos


El país está incendiado. Se perdió (o se regaló, o se vendió) el control del Estado sobre el territorio, y no sólo a favor del narco, sin también en abono de las transnacionales; uno de los más prominentes secuestradores de instituciones sigue secuestrado, a su vez, por sabrá Dios cuál de las mafias que se disputan el poder fáctico; la media de 30 ejecuciones diarias no muestra visos de disminuir; sobre los estamentos organizados del pueblo (SME, municipio autónomo de Copala, mineros de Cananea, comuneros de Atenco) se abate una represión visceral e incontenida, mientras la Secretaría de Energía guarda bajo llave los documentos de la extinción de LFC y se niega a divulgarlos por temor a que su contenido genere “actos violentos o conflictos sociales” (¿pues qué pillerías se esconden en ese acto prepotente, que tanto miedo tienen de exhibirlas?) Está por cumplirse un año de la muerte atroz de 45 niños en la guardería ABC de Hermosillo sin que se haya sancionado a alguno de los altos responsables de esa catástrofe; el cadáver de la pequeña Paulette lleva ya tres meses enredado en la trayectoria presidencial de Peña Nieto y nadie se da cuenta; sobre la gran mayoría de la gente se abaten la inflación, el desempleo, la recesión, la inseguridad, y el absoluto desdén de las autoridades hacia los ciudadanos, de los que se acuerdan sólo cuando llega el momento de sacarles impuestos o sufragios.

En esta circunstancia, a Calderón no se le ocurrió nada mejor que manosear los presuntos huesos de los próceres de la Independencia, hacerlos pasear por Reforma, llevarlos al Castillo de Chapultepec y hacerlos analizar para establecer, más allá de cualquier duda, si son de quienes se dice que son.

¿Para qué? ¿Es posible identificar a ciencia cierta el origen de esas osamentas? ¿Y si resulta que entre los despojos hay huesos de niño y hasta de pollo, como fue el caso de “los restos de Cuauhtémoc” conservados en Ixcateopan, Guerrero, y examinados con rigor científico en los años setenta del siglo pasado?¿No habrá pensado Calderón que, por culpa de su torpeza, suficientes cabezas andan rodando por el sufrido mapa nacional como para, encima, ponerse a juguetear con los cráneos (reales o designados) de los padres de la patria? ¿Por qué lo hizo? ¿Por necrófilo, por morboso, por malentretenido? ¿Por afán de ponerle un poco de tuétano a ese caldo insustancial que es su festejo bicentenario?

Pudo ser por una de esas razones, o por varias de ellas combinadas, o por ninguna. Hay una más, y es deprimente: la realización de un ritual primitivo en el que el oficiante se apodera de unos restos humanos, se hace con ellos un collar o un sombrero y cree que de esa forma obtiene para sí las virtudes y las capacidades del difunto: el sacerdote azteca que se uncía al cuerpo la piel del Xipe Tótec; las enormes colecciones de carroña santa acumuladas por una iglesia no tan santa; el cuerpo de Lenin, disecado y exhibido para untarle a Stalin un poquito de gloria.

Con la pena, pero en esas anda Calderón: este personaje musiliano, furiosamente empeñado en la búsqueda del Santo Grial de la legitimidad (que más se le aleja mientras más la ansía), usa ahora el poder presidencial malhabido en la forma más arbitraria que uno pueda imaginarse: ordena el manoseo solemne de unos huesos heroicos —que, fueran de quienes fueran en realidad, hasta la semana pasada descansaban en paz, a pesar del tránsito de Reforma— y se toma la foto con ellos, como queriéndonos decir: “Miren quiénes están en mi poder” o, cuando menos, “vean nomás con quiénes me codeo”. Tal vez, en otro momento, a otro gobernante le habría lucido el gesto. Pero a éste, tan marcadamente entreguista que se ha pasado subastando la soberanía a pedazos (desde la insistencia en transferir la industria petrolera a entidades extranjeras hasta la prosternación impresentable en el cementerio de Arlington, en incluyente homenaje a los invasores estadunidenses caídos en suelo mexicano), la iniciativa se le ve mal: poner al lado de Calderón el cráneo de Hidalgo es como devolverlo a su exhibición de escarmiento en la Alhóndiga de Granaditas.

La herencia ideológica y moral de los dirigentes independentistas es de las pocas cosas que están bien repartidas en este país: de su posesión sólo están excluidos, por propia decisión, los neoliberales mafiosos. Como no le tocó nada de ese legado intangible, Calderón se apañó los huesos. Y en una de esas, hasta falsos le resultan.

Foto: Cristina Rodríguez