Algunos de los recambios en Bucareli han generado dolor de pérdida en entornos familiares y habría que acomodarse a las zafias maneras del calderonato para hacer escarnio de fallecimientos trágicos. Pero el respeto ante la muerte no obliga al silencio en lo que toca a las implicaciones, para el país, del constante desfile de secretarios en Bucareli.
Más allá de teorías conspiratorias y de hipótesis disparatadas, algo o alguien, o una combinación de factores variopintos, ha estado eliminando secretarios de Gobernación en estos cinco años. Sea el narco, sean las disputas por el poder, sean las desavenencias personales, sea la alta peligrosidad estadística de las aeronaves oficiales o de sus tripulaciones, sean las turbulencias y las nubosidades, sea la mala estrella de este régimen, el hecho es que en los próximos días su jefe formal saldrá a anunciar la designación de un quinto coordinador de gabinete. En promedio, uno por año. El primero pasó unos meses aprendiendo el desempeño del cargo, el segundo se dedicó a los negocios, el tercero anduvo atestiguando pactos inconfesables y el cuarto, que se sepa, no hizo nada.
Para un país en guerra y en crisis económica focalizada (sólo afecta al 70 por ciento de la población), con profundas fracturas sociales y políticas y en pavorosa regresión a los tiempos priístas de votos inducidos a punta de pistola (como ocurrió el domingo en Michoacán), el palmarés del Palacio de Cobián, y el del calderonato en su conjunto, no son lo que se dice adecuados.
Mientras desde Los Pinos y desde la Secretaría de Comunicaciones y Transportes pretenden abrir paso a la teoría de la nubosidad asesina (o mientras les llega de arriba alguna instrucción realmente útil e ingeniosa, como echarle la culpa a Irán, a Venezuela o a Al Qaeda), la Procuraduría General de la República se dedica a detener, sin orden de aprehensión y con violencia innecesaria, al tuitero autor de un chistorete que, de no ser por la sórdida intervención de los muchachos de Marisela Morales, casi nadie habría leído: “No salía tan temprano del trabajo desde que se cayó la avioneta de Mouriño. Anden con cuidado, funcionarios voladores”. Agravio adicional: estas procuradurías, tan ineptas cuando se trata de combatir con éxito a la delincuencia, investigar masacres o reducir los índices de impunidad, son, en cambio, buenísimas para repartir sustos inolvidables entre ciudadanos pacíficos como Efraín Bartolomé o @mareoflores. De paso, y en la forma más estúpida posible, el atropello cometido por la AFI dio nuevos aires a la hipótesis de que el helicóptero de Blake Mora cayó por efecto de un atentado. De hecho, puede darse por oficial el que el gobierno está dando palos de ciego en un sitio insospechado: los timelines de Twitter. Semejante despiste compite por el primer lugar, en términos de capacidad desoladora, con la mala fama –merecida o no– de los servicios de transporte de la Segob y del EMP.
Estos niveles de desgobernación conforman un escenario ideal para operar cosas como la elección del domingo en Michoacán, en donde los recursos públicos (denunciaron todos) y el poder intimidatorio de grupos delictivos (señalaron perredistas y panistas) y de la Policía Federal (a decir de los priístas) fueron empleados como instrumentos de persuasión, en un sentido o en otro, en la disputa por el voto ciudadano. Nada de eso fue sorpresivo o inesperado ni podría atribuirse a la circunstancia trágica, aunque pasajera, de un gabinete federal chimuelo. La tragedia nacional es que la gobernación del país no ha merecido el interés ni el empeño del grupo en el poder, dedicado más bien a cumplir designios extranjeros, a garantizar negocios propios y ajenos y a llevar al país por un rumbo de catástrofe con el fin de aceitar tasas de utilidad que resultan impensables en un entorno de paz, de desarrollo económico y de mínimo bienestar social.
Lo pavoroso, pues, no sólo es la saga de funcionarios que ha desfilado por Bucareli como efecto de defunciones o defenestraciones, sino también la poca, por no decir nula, diferencia entre que el cargo esté ocupado o vacante. Y es que esto no es un gobierno, sino una administración, con cargo al país, de negocios privados; entre ellos, los correspondientes al ramo de la guerra.
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