30.8.11

La paz de la derecha



Los atentados de días recientes fortalecen las probabilidades políticas, legislativas y propagandísticas, de esta vieja utopía:

Una tanqueta, o cuando menos un Humvee, en cada esquina y en cada crucero del país; vigilancia permanente, con artillería ligera, en los barrios residenciales; razzias y rondines intimidantes en las colonias populares, con aprehensiones y allanamientos domiciliarios sin trámite judicial de por medio; ocupación del espacio aéreo por helicópteros, aviones de reconocimiento y aeronaves no tripuladas (pero sí artilladas), una parafernalia que escapa a las posibilidades financieras y tecnológicas de las autoridades mexicanas y cuyo control directo recaería, en consecuencia, en las estadunidenses; acciones de limpieza social discreta, pero efectiva, capaces de causar una merma de escala demográfica en las filas de la informalidad delictiva.

Imposición del principio de respeto a la autoridad, que empieza por dar penas de privación de la libertad a borrachos escandalosos, que sigue con el establecimiento del derecho de los policías a impedir que los delincuentes los hagan quedar como tontos ante el juez (juicios expeditos y sumarios, con prevalencia de la palabra de la autoridad sobre la del presunto culpable) y que culmina con la supresión de las críticas al funcionario público, por parte de los ciudadanos, y al patrón, por parte de los empleados.

Tipificación de los delitos de lucha social, huelga, manifestación, protesta, concentración en espacio público, organización política, sindical y agraria (en modalidades de tentativa o de consumados), difusión de información contraria a los intereses de dependencias y de empresas, defensa de los recursos nacionales y resistencia de particulares a la entrega de la soberanía.

Eliminación del principio de rehabilitación que rige (muy en teoría) al sistema de justicia penal y su remplazo por el de castigo y venganza social contra los infractores.

Despenalización de facto de los delitos corporativos, electorales y “de cuello blanco” (evasión fiscal, fraude bursátil y bancario, fraude electoral, desvío de recursos, prevaricación, tráfico de influencias, lavado de dinero, homicidio industrial, afectaciones al entorno, etcétera) e intensificación de la lucha contra los delitos cometidos al margen de la Bolsa de Valores, fuera de la jurisdicción de la Condusef y más allá de las atribuciones de la Comisión Federal de Competencia.

Para los segundos, aumento de las sanciones, desde la multiplicación de años de cárcel hasta la reintroducción de la pena de infamia, los azotes, la pena de muerte, la confiscación de bienes, el tormento y las deudas por herencia.

Restablecimiento de una división social en castas, aunque simplificada, para ejercer el principio de presunción de inocencia, como beneficio para la gente honorable, y la sospecha previa de culpabilidad, para proteger a la sociedad de su propia mayoría, conformada por malvivientes, lúmpenes, indios, comerciantes ambulantes, migrantes. ninis, pervertidos sexuales, pejistas, zapatistas y mujeres adictas al aborto.

Regularización y legitimación del actual modelo fiscal, consistente en la exención absoluta y universal a las fortunas, y confiscación de salarios, desde el mínimo hasta diez veces la suma equivalente.

Todo el peso de la ley a los ejecutores de crímenes de sangre relacionados con la delincuencia organizada, y a sus jefes directos, en caso de que éstos no cuenten con la documentación correspondiente a la gente honorable, y beneficio de la libertad incondicional para todos aquellos empresarios, políticos y funcionarios que obtengan provecho lícito, electoral, legislativo o pecuniario, del clima de violencia, de la descomposición institucional y de la zozobra ciudadana.

Estos son, en el fondo, los objetivos en torno a los cuales México debe “unirse”. No es otro el escenario que proponen el CCE y la Coparmex, con su rebaño anexo de logotipos y siglas ciudadanas, y los cuadros panistas y priístas que decidieron estar hartos de la violencia causada por el régimen del que forman parte. Así va el guión de la paz a la que aspira la derecha. Y lo hará realidad si el resto de la sociedad se descuida.


29.8.11

Décimas de la violencia

Obama, el PRI, Calderón,
o será que todos esos,
andan esparciendo sesos
por la sufrida nación.
Tienen para ello un montón
de matones a destajo
que cumplen con un trabajo
de pavoroso cariz:
encaminar al país
derechito hasta el carajo.

Con tal de aterrorizar
ningún método les sobra:
se trata de crear zozobra
y de desmoralizar;
así nos podrán saquear
a como les dé la gana
y la estrategia malsana
abarca de la frontera
a la región lagunera
y a la tierra michoacana.

Ya Felipe el Horroroso,
entre trago y alipús,
consiguió que Veracruz
se vuelva un fúnebre foso.
Cierto es que su plan odioso,
engendro vivo del mal,
tiene un aliado local
que la tarea comparte:
para eso está Javier Duarte,
gobernador nominal.

Obama, que es mayordomo
de Bush y la güera Hilaria,
esta orgía funeraria
va alimentando con plomo,
y sin perder el aplomo
ni la labia demagoga,
las facultades se arroga
de atizar la matazón
dando armas a Calderón
y a los capos de la droga.

Es un designio fascista
que busca, al precio que sea,
convertir a nuestra aldea
en mercado armamentista.
La conjura está a la vista
y, con su andar de gorila,
a la nación descarrila
y la va hundiendo en el fango,
por Jalisco, por Durango,
por Nayarit y Coahuila.

Se abate el plan asesino,
por conducto del sicario,
contra joyería, acuario,
estadio, bar o casino,
y no hay que ser adivino
para ver los atentados
como argumentos preciados
en cadena nacional
para el engendro legal
que traman los diputados:

esa mentada reforma
se va a tratar, en los hechos,
de quitarnos los derechos
que la carta magna norma,
y de actuar, en tiempo y forma,
con cobertura legal
y estilo discrecional,
en capturas y cateos
y otros abusos muy feos
contra el pueblo en general.

Con mentirosa indecencia
dicen combatir el narco
y afirman que en este marco
abaten la delincuencia
mas la popular sapiencia
mira con sagacidad
que la enorme mortandad
es, en realidad, castigo
y el verdadero enemigo
es toda la sociedad.

23.8.11

Dos operativos

A uno le llamaron balacera y al otro, asalto. El primero tuvo lugar afuera del estadio Santos Modelo, de Torreón, Coahuila, el sábado, cuando en ese recinto se disputaba un partido de futbol entre el equipo anfitrión, el Santos Laguna, y el Morelia. El segundo ocurrió al día siguiente en la Plaza Las Américas de Morelia, en donde un grupo de siete hombres armados con armas largas sustrajo con violencia alhajas y relojes de una joyería allí situada.

En forma excepcional, para los estilos corrientes de la delincuencia en México, ninguno de esos hechos se saldó con víctimas mortales. Fueron acciones “limpias” o casi limpias (en la capital michoacana, los vigilantes de la joyería fueron golpeados en la cabeza), pero ambas produjeron estados de pánico y zozobra en las localidades respectivas. No hubo detenidos pese a que ocurrieron, ambas, en ciudades que han sido escenario de extensos despliegues policiales y militares. Con la pena, pero estos ataques suenan más a acciones de desestabilización que a meros episodios de una criminalidad descontrolada.

Es un viejo saber que forma parte del repertorio de algunas de las agencias estadunidenses policiales, de seguridad e inteligencia que operan en México (CIA, DEA y fuerzas especiales del Pentágono) y que consta en los manuales de cualquier ejército regular, en el capítulo de Operaciones Sicológicas: realizar acciones de desestabilización y zozobra orientadas más a un gran impacto mediático que a la destrucción de objetivos físicos y humanos.

Claro que las casualidades existen, y posiblemente sean meras coincidencias el que ambas acciones hayan resultado incruentas hasta el punto de parecer cuidadosamente orquestadas, el que ambas hayan generado terror en la sociedad, el que se hayan registrado con un día de diferencia, el que hayan sido equipos de futbol de Coahuila y de Michoacán los que disputaban el partido suspendido en Torreón, y el que esas entidades sean cuna de dos políticos de primera fila claramente enfrentados entre sí en el momento actual: Humberto Moreira y Felipe Calderón.

Si faltaba contexto político, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional, Alejandro Poiré, y el propio Calderón, se encargaron de establecerlo. El primero regañó a las autoridades estatales y municipales, a las cuales responsabilizó de manera elíptica por lo ocurrido, y las instó a “fortalecer sus lazos institucionales y de cooperación”, en tanto que el segundo llamó, horas después, a “la unidad”. Y la pregunta es obligada: ¿a cuál de todas las divisiones que afectan al país alude esa “unidad”? ¿A la división entre ciudadanos buenos y delincuentes malísimos que pregona el régimen? ¿A la división entre quienes aún puedan creerle a la estrategia oficial de seguridad y quienes la cuestionan e impugnan? ¿A la división entre cárteles? ¿A la división entre partidos? ¿A la pugna entre las facciones tricolor y blanquiazul del régimen oligárquico?

¿Estamos ante un correlato violento de las agrias disputas político-judiciales que libran las distintas facciones que ocupan las instancias de gobierno? ¿Vivimos, como ha ocurrido en Líbano, un laberíntico entramado entre facciones partidistas y brazos armados, o entre grupos armados y brazos partidistas, pero con la variedad de los cárteles? ¿O serán los nervios?

19.8.11

Por la puerta de atrás...

“¡Espurio!”,
te gritan por las calles,
“¡espurio!”,
te dicen por doquier.
Entraste,
como entran los ladrones,
como entran los chiflones,
por la puerta de atrás.


Liliana Felipe


Por la puerta de atrás llegó Felipe
a robar y manchar la investidura;
furtivo, inesperado, cara dura,
molesto y transgresor, como la gripe.

Por la puerta de atrás nos fue saqueando
al erario por miles de millones,
y un día amanecimos en calzones
sin ver el cómo y sin saber el cuándo.

Por la puerta de atrás, dio concesiones
a Elba Esther, y a Marín, impunidades,
y de idiotas de todas las edades
llenó las oficinas y salones.

Por la puerta de atrás firmó un tratado
que marco fue de la injerencia pura
y a miles despachó a la sepultura
a fin de concretar lo estipulado.

Por la puerta de atrás, este salvaje,
con paciencia, rigor y parsimonia,
al país colocó como colonia
del estadunidense tutelaje.

Washington sobre todo decidía:
hacienda, minería, agricultura,
tráfico de armas y de droga pura,
Ejército, Marina y Policía.

Ya lo sabemos: cada vez que salgas
del país, en un viaje al extranjero,
irás, usurpador y traicionero,
por la puerta de atrás, a dar las nalgas

En Washington se dice comunmente
que siendo un entreguista tan probado,
del país al que tienes devastado
eres back orifice, no presidente.

16.8.11

Caminos a la paz

La manera en que se imagine el camino hacia la paz depende de la percepción que se tenga de la guerra en curso.

A grandes rasgos, hay tres posibles: la primera es la del régimen, expresada regularmente por Alejandro Poiré, según la cual el conflicto es entre “México” y un grupo de malas personas. El país va ganando y para desembocar en la paz debe hacerse más de lo que el calderonato ha venido haciendo desde diciembre de 2006. El papel de la sociedad, en esa perspectiva, consiste en cerrar el pico, por lo que se refiere a críticas a la estrategia y a sus resultados, y abrirlo sólo cuando haya oportunidad de delatar a un presunto enemigo en un call center de “denuncias anónimas”. En esa lógica, la pérdida de vidas es inevitable (y hasta deseable, porque la idea, contenida en el intertexto, es “eliminar” a los malos) pero a la larga –no se dice en qué tiempo– “México” habrá prevalecido ante sus enemigos. Hay razones para dudar que a estas alturas alguien dé crédito a esa versión, como no sea por razones laborales, como podría ser el caso del propio Poiré.

Una segunda noción, la más extendida, es que la multiplicación y el encarnizamiento de la violencia, la pérdida del control territorial por el Estado en amplias regiones y la creciente descomposición institucional que la acompaña son resultado de un monumental error de cálculo de la administración en curso: ya fuera por necesidad de ganar simpatía y legitimidad entre la población o por mera idiotez, el calderonato lanzó a las fuerzas del orden contra la delincuencia sin tomar en cuenta que estaban infiltradas por los mismos delincuentes, sin concebir previamente un esquema de coordinación entre ellas y sin haber realizado un mínimo trabajo de inteligencia, tanto en el sentido literal como en el eufemístico, es decir, de espionaje. Por añadidura, el grupo gobernante no consideró las raíces sociales de la criminalidad, y pretendió extirparla como si fuera una verruga, sin tener en mente las causas de fondo que la originan.

Una variante de esa versión es la que atribuye la catástrofe actual a una anomalía ideológica y moral en el grupo gobernante: el que hace de presidente y los suyos se dejaron llevar por el autoritarismo y el belicismo –“Calderón y García Luna sólo tienen imaginación para la violencia”, dijo Javier Sicilia, en una descripción muy aguda– y perdieron de vista, de esa manera, la complejidad social, económica, política de los fenómenos delictivos.

La consecuencia lógica de este razonamiento es que es posible y pertinente realizar un trabajo de educación del grupo gobernante para hacerle ver las fallas de su estrategia, exigirle que cambie de rumbo y difundir entre la población las incoherencias internas del discurso oficial sobre la guerra, a fin de que la sociedad se cohesione en torno a un llamado enérgico por la paz.

Una tercera percepción, sin duda la más pesimista –y alarmista, dirán algunos, o hasta delirante– es que las decenas de miles de muertes, el descontrol, la descomposición, el desgarramiento del tejido social y la pérdida absimal de valores que genera la violencia no constituyen el resultado malo e inesperado de una visión equivocada para enfrentar a la delincuencia, sino, hasta ahora, el éxito rotundo en la aplicación de una estrategia de desestabilización y desintegración que no se fraguó precisa ni exclusivamente en México, sino en Estados Unidos.

La idea puede resultar chocante, pero permite explicar conductas de Washington hacia nuestro país que de otro modo no se entienden: ¿Por qué permiten las autoridades gringas el paso de la droga por sus propias fronteras? ¿Por qué son tan ineficaces sus medidas para evitar el lavado de dinero en sus instituciones financieras? ¿Por qué miran para otro lado ante la actividad del narcotráfico en el propio territorio estadunidense? ¿Por qué suministran armas a dos bandos que supuestamente están en pugna, como el gobierno federal y el Cártel de Sinaloa? ¿Por qué fracasan con tanta frecuencia autoridades mexicanas asesoradas o, más bien, dirigidas por la DEA, la CIA y el FBI?

En esta perspectiva, en México se ha configurado un narcoestado y una intervención, y, como vía para la paz, el diálogo y la negociación con los componentes políticos y empresariales del régimen carece de sentido, porque son socios, cómplices e instrumentos de una guerra en gran medida ajena. Lo procedente, en cambio, es sacar al país de la espiral descendente de violencia en la que orbita mediante la movilización social y hacer frente a la impunidad por las vías jurídicas disponibles.

15.8.11

Juárez: secuestran a mujer
cercana a la familia Reyes

Guadalupe, Distrito Bravos, Lunes 15 de Agosto de 2010.- Alrededor de las 19:30 horas del domingo 14 de agosto del 2011, fue secuestrada de su domicilio la señora Isela Hernández Lara de 39 años de edad. En los hechos ocurridos en la colonia Francisco Villa de Guadalupe, Distrito de Bravo (municipio al sureste de Ciudad Juárez). Presenciaron el secuestro sus dos hijas de 13 y 16 años, así como su esposo, quien fue brutalmente golpeado y ya se encuentra hospitalizado en El Paso, Texas.

Entraron al domicilio por la fuerza aproximadamente ocho hombres fuertemente armados que viajaban en una camioneta Ford Explorer negra, de cabina y media, placas desconocidas. Con extrema violencia, maltrataron a la familia con la finalidad de encontrar al señor Enrique Hernández Lara y a su nieto, un niño "Alberto" de 3 años de edad, a quien la señora Isela tuvo por encargo bajo su cuidado hasta hace apenas dos días.

"Alberto" es también nieto de Marisela Reyes Salazar, hermana de Josefina y Rubén Reyes Salazar, líderes sociales de Guadalupe asesinados en Enero y Agosto de 2010 respectivamente, así como de Elías y Malena Reyes Salazar, desaparecidos y asesinados en Febrero del presente año. Todos los crímenes fueron perpetrados por grupos armados que operan con la anuencia de las fuerzas de seguridad del Estado en todo el territorio del Valle de Juárez.

Como consecuencia de estos hechos ocho familiares de la hoy desaparecida Isela Hernández Lara se entregaron anoche en el puente fronterizo Dr. Porfirio Parra (Caseta), que comunica con el municipio texano de Tornillo, para solicitar refugio en los Estados Unidos dadas las condiciones de riesgo en que se encuentran por haber atestiguado la desaparición.

En un comunicado, el Comité Juárez No Están Sólos, que acompaña a la familia Reyes Salazar, expresó: "Es necesario la solidaridad de todos y todas para encontrarla. Exigimos la inmediata presentación con vida de la señora Isela Hernández Lara, así como protección y garantías de seguridad a la familia Reyes Salazar. Responsabilizamos a Felipe Calderón, al gobernador de Chihuahua César Duarte, al General Guillermo Galván Galván, al Secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna de la integridad física de la señora Isela Hernández Lara".

11.8.11

¿De verdad
estamos tan solos?

Texto divulgado por el poeta Efraín Bartolomé tras la brutal incursión policial en su domicilio en otras casas vecinas.
Efraín Bartolomé

Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.

Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, DF.

Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa.

Prendí la luz.

Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.

Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo: hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?) acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur.

Mi mujer me gritó que me metiera.

Así lo hice apresuradamente y alcancé a poner la tranca de nuevo.

Oí cristales rompiéndose y pasos violentos hacia nuestra recámara: rápidos y fuertes.

“¡Abran la puerta!” era el grito que se repetía antes de que empezaran a golpear con violencia mayor nuestra puerta con tranca.

Nos encerramos en el baño y busqué a tientas un silbato que cuelga de un muro sin repellar: comencé a soplarlo con desesperación, unas diez veces, quizá.

Mi mujer está llamando a la policía.

Les dice que están entrando a la casa, que vengan pronto por favor, que nos auxilien.

Yo sigo soplando el silbato con desesperación.

En la oscuridad, mi mujer se ubicó tras de mí mientras oíamos que la tranca de la puerta se quebraba y los hombres entraban.

¿Tres, cuatro, cinco?

Quise cerrar la puerta del baño pero ya no alcancé a hacerlo.

Empujé unas cajas hacia dicha puerta y en algo estorbó los empujones.

“¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta, hijos de la chingada...!” gritaban mientras empujaban y metían sus rifles negros hacia el interior.

Quise detener la puerta con mis manos pero no tenía sentido: vencieron mi mínima resistencia y entraron.

Policías vestidos de negro, con pasamontañas y lo que supongo que serían “rifles de alto poder”.

“¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo, hijos de la chingada! ¡Al suelo y no se muevan!”

Uno de los hombres me da un manazo en la cabeza y me tira los lentes.

Alcanzo a pescarlos antes de que toquen el suelo.

Me quita el silbato.

–¡No golpee a mi esposo! –grita mi mujer.

–¡El teléfono! ¡Déme el teléfono! –le responde y pregunta si no tenemos otro teléfono o un celular.

Ella y yo nos arrodillamos primero y después nos medio sentamos en el suelo de cemento de este baño sin terminar.

Policías jorobados y nocturnos, como en el romance de García Lorca.

Quién lo diría: aquí, en nuestra amada casa donde cultivamos y enseñamos la armonía.

Aquí...

Justo aquí estos hombres de negro, con pasamontañas, con guantes, con rifles de asalto, con chalecos o chamaras que tienen inscritas las siglas blancas PFP, nos apuntan con sus armas a la cabeza.

Uno de ellos, siempre amenazante, nos interroga.

Dos más permanecen en la puerta.

–¡Las armas! ¡Dónde están las armas!

–Aquí no hay armas, señor, somos gente de trabajo.

–¡A qué se dedica!”

–Soy psicoterapeuta y escribo libros.

–¿Desde cuándo vive aquí?

–Desde hace treinta años...

–Cómo se llama.

–Efraín Bartolomé.

–Cuántos años tiene.

–60.

–A qué se dedica.

–Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.

–Usted cómo se llama... –se dirige a mi mujer.

–Guadalupe Belmontes de Bartolomé.

–A qué se dedica.

–Soy arqueóloga y ama de casa.

–Cuántos años tiene.

–54.

–Tranquilos. Respiren profundo... Voy a verificar los datos.

El hombre sale.

Oigo ruidos en toda la casa.

Están vaciando cajones, abriendo puertas, pisando fuerte sobre la duela de madera.

Oigo ruidos afuera, en el cuarto de huéspedes, en la torre, en el estudio de abajo.

Nos cambiamos de posición.

Mi mujer pone algo sobre el frío piso de cemento.

Cinco o siete minutos después regresa el hombre y repite su interrogatorio.

Si recibimos gente en la casa, con qué frecuencia, cada cuánto salimos de viaje, quién cuida entonces.

Respondemos a todo brevemente.

Dice nuevamente que va a verificar los datos y que volverá a decirnos porqué están aquí.

El tiempo pasa.

Oímos que abren nuestro carro en el garage.

Voces ininteligibles en el patio del norte.

Más tiempo.

Varios minutos después se oyen motores que se prenden y carros que arrancan.

Mi mujer y yo seguimos en la oscuridad.

Comenzamos a movernos.

Sólo silencio.

Nos incorporamos con cierto temor.

Salimos del baño hacia la recámara iluminada.

Desorden.

Cajones abiertos.

Cosas volcadas en el buró.

La chapa de la puerta en el suelo.

Restos de la tranca destrozada.

La puerta de tambor machacada y rota, pandeada en su parte media.

Salimos al pasillo: un cuadro en el suelo y abiertas las puertas de lo que fueron las recámaras de mis hijos.

Desorden en el interior: maletas y cajas abiertas, cajones vaciados.

Vamos hacia el comedor: uno de los vidrios roto en su ángulo inferior izquierdo, muchos cristales en el piso.

La puerta de la sala está rota de la misma forma en que rompieron la de nuestra recámara: la chapa en el suelo y fragmentos de duela en el piso.

Está abierta la puerta de la torre y prendidas las luces del cuarto de huéspedes.

Salimos por la puerta de la sala y nos asomamos con cierto temor.

Nada.

Mi mujer llama por segunda vez a la policía.

Es en vano: piden los datos una vez más.

Dicen que ya enviaron una unidad.

Llego a la barda y me asomo: no hay carros.

El portón del garage está intacto.

Bajamos las escaleras hasta la puerta de acceso: rota igual que las de adentro.

El estudio de abajo está con las luces prendidas.

De por sí desordenado, ahora lo está más.

Vamos hacia la torre y entramos al cuarto de huéspedes: cajones volcados, revistas en el suelo, cosas sobre la mesa, puertas del clóset colgando, zafadas de su riel inferior.

Subo al tercer piso: una esculturita de alambre volcada pero no se nota demasiado desorden.

Subo a los pisos superiores: no hay daño en la salita de arte.

En el último piso dejaron abierta la puerta a la terraza.

Volvemos al interior: queremos tomar fotos pero no está la cámara de mi mujer que estaba sobre el buró.

“¡Tampoco está la memoria de mi computadora!”, grita.

También se la llevaron

Quiero ver la hora y voy al buró por mi reloj: ha desaparecido mi querido Omega Speedmaster Professional que me acompañó por casi cuarenta años.

Tiene mi nombre grabado en la parte posterior: Efraín Bartolomé.

Oímos que un auto se estaciona y nos asomamos.

Mi mujer llama una vez más a la policía: lo mismo.

Ya tienen los datos pero nunca enviaron apoyo.

Indefensión.

Del auto blanco baja un joven y avanza hacia la esquina.

Se asoma y regresa.

Lo saludo y responde.

Le preguntamos qué pasa y responde que viene en atención a una llamada de su amiga que vive a la vuelta y a cuya casa también se metieron.

Mi mujer pregunta de qué familia se trata, cómo se apellida.

Magaña, responde el joven.

¡Es Paty!, dice mi mujer.

Salimos a la calle y voy hacia allá.

Encontramos a Patricia Magaña, bióloga, investigadora universitaria, acompañada de su papá, en la calle.

Entraron a ambas casas la de ella y la de sus padres, con la misma violencia que a la nuestra.

Patricia y su hija estaban solas.

Sus padres octogenarios también estaban solos.

Volvemos a nuestra casa vejada y con la puerta rota.

Atranco la destruida puerta de la calle.

Con todo, mantenemos una sorprendente calma.

“Pudieron habernos matado”, dice mi mujer.

Yo imagino por unos segundos nuestros cuerpos ensangrentados en el baño en desorden.

¿Sabe el presidente Calderón esto que pasa en las casas de la ciudad?

¿Lo sabe Marcelo Ebrard?

¿Lo sabe el procurador Mancera?

¿Ordenan Maricela Morales o Genaro García Luna estos operativos?

¿Sabrán quién fue el encargado de este acto en contra de inocentes?

Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes.

Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa, quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad, nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos...

Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo.

Subo al estudio a escribir esto.

Allá, abajo, la ciudad parece embellecida por la calma.

Arriba la impasible Luna de agosto, casi llena.

Son ya las 6:35 de la mañana.

La luz de oriente comienza a colorear y a inflamar el horizonte.

La policía nunca llegó.

¿De verdad estamos tan solos?



9.8.11

Reformitis

Se entiende perfectamente: las leyes no pueden ni deben ser inmutables porque las sociedades en las que se aplican se encuentran, para bien o para mal, en permanente proceso de transformación, y el marco legal debe ser readecuado y perfeccionado una y otra vez. Esa debe ser la tarea del Legislativo, además de servir de contrapeso al Ejecutivo. Éste, por su parte, tiene la responsabilidad primaria de cumplir y hacer cumplir las leyes vigentes.

Así tendría que ser. Pero en el régimen oligárquico que padece México actualmente, el principio de legalidad está de cabeza. No hay que estirar mucho la mano para encontrar un ejemplo contundente de esa inversión: Washington envía a policías en activo y a militares en retiro a participar en la desastrosa guerra en curso impulsada por el calderonato, y esos efectivos realizan interrogatorios, intervienen telecomunicaciones y han tenido un papel clave en decenas de capturas o “eliminaciones” (que parecen ser, muchas de ellas, ejecuciones extrajudiciales) de presuntos narcotraficantes. La injerencia no se perpetró aprovechando un descuido del gobierno mexicano, sino en respuesta a sus peticiones.

Para argumentar la “legalidad” de la operación de personal policial extranjero en México, Alejandro Poiré ha salido con la puerilidad de que éste “no porta armas” y con la abierta mentira de que “no realiza ninguna labor operativa”. Incluso si así fuera, el Artículo 21 constitucional es inequívoco: “La investigación de los delitos corresponde al Ministerio Público y a las policías, las cuales actuarán bajo la conducción y mando de aquél en el ejercicio de esta función”; el 32 no deja lugar a dudas: “En tiempo de paz, ningún extranjero podrá servir en el Ejército, ni en las fuerzas de policía o seguridad pública” y “para desempeñar cualquier cargo o comisión en el Ejército, Armada o Fuerza Aérea en tiempos de paz, se requiere ser mexicano por nacimiento.” ¿Con qué saldrán entonces? ¿Con que no estamos en “tiempos de paz”? Pues qué pena: legalmente, para que el país esté en guerra, es necesario que el Ejecutivo federal la declare, previa ley del Congreso de la Unión (Art. 89), cosa que no se ha hecho.

El régimen oligárquico no acata la Carta Magna, y menos el resto de las leyes. Hace meses que la Secretaría del Trabajo proclama sin pudor que la Ley Federal del Trabajo es letra muerta, como si no fuera su obligación el hacerla cumplir. El reconocimiento cínico de omisión de la legalidad es convertido en argumento para modificarla a gusto de los funcionarios en turno y de sus marañas de interés. Otro caso notable es el sempiterno populismo legal de la derecha (Peña Nieto es un exponente de él) sobre la supuesta necesidad de “endurecer” las penas para delitos graves a fin de disuadir a la criminalidad. Eso podría tener sentido, así fuera sentido argumental, en un estado de pleno derecho, pero no en un país en el que la impunidad prevalece en el 80 o 90 por ciento de los casos. ¿Para qué quieren incrementar a siete mil años el castigo por homicidio, pongamos por caso, si 9 de cada diez sospechosos de homicidio andan sueltos, y si los que son detenidos son liberados por falta de pruebas, o bien exonerados en juicio, y no cumplen ni con las sanciones de 20 0 30 años actualmente vigentes?

En su gran mayoría, las modificaciones legales operadas por el Congreso del salinato a la fecha no son adecuaciones necesarias para el mejor funcionamiento de la sociedad, sino arreglos jurídicos para saquear el erario sin temor a posibles sanciones, entregar las riquezas nacionales a los grandes capitales locales y foráneos, acelerar la concentración de la riqueza y reforzar por diversas vías –desde la electoral hasta la policial, pasando por la mediática– el control político que la élite empresarial ejerce sobre el resto de la sociedad. Este último es el propósito del engendro de reforma a la Ley de Seguridad Nacional: el texto vigente fue negociado por Beltrones, Fernández de Cevallos y otros del estilo en 2004, promulgado por Fox en enero de 2005 y violado unos meses más tarde por ellos mismos, cuando permitieron la injerencia de la embajada de Estados Unidos en el proceso de imposición de Felipe Calderón en Los Pinos.

Tal y como están, las leyes nacionales son descripción de un país estable y habitable. Si las autoridades de los tres niveles de gobierno las cumplieran, viviríamos en él. Señores legisladores de todos los partidos, déjense de reformitis. Antes de decirnos que no sirven, vean primero que los preceptos jurídicos se respeten. Tienen atribuciones para ello.

6.8.11

Para Yamina, en el
presunto fin del mundo


Si se acaba la luz, si se termina
la claridad del cosmos de repente,
entre la oscuridad, tengan presente,
nos queda la mirada de Yamina.

Si la gama que impregna y que ilumina
al mundo de colores esplendente
se redujera a grises solamente,
queda la cabellera de Yamina.

Si el planeta de pronto enmudeciera
y cesara a la vez todo el sonido
por causa de maléfica sordina,

no piensen que llegó la hora postrera
y nadie vaya a darse por vencido
pues nos queda la risa de Yamina.


5.8.11

Había...


.. jades verdes y obsidianas negras, dulces de almendra perfectos para ser degustados en una tarde lluviosa del siglo XVIII, daguerrotipos de Santiago matando moros, humo empacado en cajitas de madera rústica, amor de oxidado bisabuelo. Nada de eso traje conmigo, porque no me están permitidos los obsequios que pesen más de 0 gramos. Así que les regalo El hombre que parecía un caballo de Rafael Arévalo Martínez. El textito pesa un poco menos que eso y creo que vale la pena.

2.8.11

El jardín del rey Luis



En sus largos brazos extendidos
el bosque donde despierta Flora
tiene rosarios de ahorcados
que la mañana acaricia y abrillanta.
Este oscuro bosque, donde el roble
enarbola racimos de frutos inauditos
incluso entre los turcos y los moros,
es el jardín del rey Luis.

Toda esta pobre gente atormentada
rumia pensamientos que ignoramos,
gira en enloquecidos torbellinos,
revolotea todavía con vida.
El Sol naciente los devora.
Miren, cielos deslumbrados,
cómo bailan en el fuego de la aurora.
Es el jardín del rey Luis.

Estos colgados, pretendidos por el Diablo,
llaman a más ahorcamientos
mientras en el raso del cielo azul,
en donde brilla un meteoro,
el rocío del alba se evapora
y un enjambre de pájaros gozosos
les picotea el cráneo.
Es el jardín del rey Luis.

Príncipe: hay un bosque al que decora
un montón de ahorcados, ocultos
en el dulce follaje sonoro.
¡Es el jardín del rey Luis!

Théodore de Banville (1854)

Canta: Georges Brassens