31.1.12

DF: por la izquierda



Hipertrofiado y caótico, inclemente y contaminado, golpeado y acosado, el Distrito Federal es, sin embargo, un remanso en el país. Tómense un rato para reírse del aserto y luego cotejen la situación de esta entidad con la de otras, rubro por rubro. Vean, por ejemplo, el incremento de homicidios durante los primeros años del calderonato y comparen lo que ocurre en el DF y en los colindantes Morelos y Estado de México. Según cifras oficiales, en el asiento de los poderes federales ese delito creció 5 por ciento entre enero de 2007 y diciembre de 2010 (la información desglosada del año pasado aún no está disponible); el incremento fue de 1000 por ciento en Morelos y de 561 por ciento en el Edomex. En números absolutos, las muertes violentas registradas por el gobierno federal fueron, respectivamente, 191 (DF), 335 (Morelos) y 623 (Edomex). Por lo que hace al índice de secuestros, según el Consejo Nacional de Seguridad Pública, en 2010 fue de 0.7 por cada 100 mil habitantes en el DF, de 1.1 en el Edomex y de 1.6 en Morelos. Según un documento del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI), en ese año hubo 60 secuestros y 169, en el Edomex. La procuraduría morelense no entregó cifras para el estudio.



Más allá de la seguridad, o para mayor precisión, de la menor inseguridad relativa que se registra en el DF, aquí se mantiene, pese a todo, un proyecto social caracterizado por las pensiones para adultos mayores, los comedores populares y públicos, las becas, los uniformes y los útiles escolares gratuitos, el seguro de desempleo, las ferias alternativas del libro, la atención médica y medicamentos gratuitos a domicilio, la red de mastógrafos, y otro montón de medidas de mínima justicia social que no existen en otras entidades. Por añadidura, el DF es un refugio para mujeres que necesitan o desean abortar, para integrantes de minorías sexuales acosados por la discriminación judicial, institucional y social.

Lo anterior no es un elogio centralista del Distrito federal en detrimento del resto de la república, sino una constatación –dolorosa– de carencias y atrasos en los dos ámbitos. Tampoco es la postura autocomplaciente de un habitante capitalino: Por supuesto, es exasperante tener 191 asesinados en cuatro años y 60 secuestrados en 12 meses; por supuesto, aquí hay corrupción; hay irregularidades; hay funcionarios y empleados públicos que se enriquecen con el mal manejo de los bienes públicos y hay autoridades que abusan de su poder y que atropellan los derechos ciudadanos; hay insensibilidad, frivolidad y manipulación, como lo sacó a relucir el proyecto de la Supervía, y desvaríos tontos como la (por fortuna) fallida intención de reintroducir un sistema de tranvías en el Centro Histórico; ha habido casos tremendos de infiltración institucional por parte de traficantes de influencias, como lo exhibió el affaire Ahumada-Robles-Bejarano, y casos de negligencia policiaca como el manejo infame de la catástrofe en el antro News Divine. Y hay manejos indebidos desde el poder para apalancar carreras políticas e inducir respaldos electorales. Pero todos esos vicios no son la esencia del proyecto político, económico y social que gobierna la urbe desde 1997, sino perversiones colaterales que pueden ser enfrentadas, combatidas y derrotadas por la ciudadanía.

Con todo y que tiene en contra la hostilidad de los gobiernos federales panistas, a pesar de las miserias burocráticas desarrolladas por los sucesivos equipos de gobierno y por las izquierdas partidistas y electorales –el perredismo gobernante a la cabeza–, y a contrapelo de la lógica que hace del DF una caja de resonancia de la catástrofe nacional inducida por el actual régimen federal, ese proyecto de izquierda y alternativo se ha mantenido, ha mostrado su viabilidad y su coherencia y ha trascendido, con mucho, los nombres, las cualidades, las debilidades y las carencias de los cinco políticos que han detentado, a lo largo de los últimos 14 años, la jefatura de gobierno.

La demagogia y el populismo se encuentran en los partidos que aquí son oposición y que son capaces de prometer cualquier cosa con tal de sacar del GDF al conglomerado de corrientes políticas que han administrado la capital del país. Para tener una referencia de lo que realmente harían aquí esos partidos basta con ver el desastre, ocultado por escenografías de Televisa, que ha dejado la gestión de Enrique Peña Nieto en el Edomex, o la catástrofe inocultable que el calderonato ha causado en el país.

Comedor popular en el DF. Foto: Carlos Cisneros / La Jornada


26.1.12

Velocidad del pensamiento




Traté de aclararme el dato y me metí en un berenjenal. Para calcular una velocidad determinada es preciso definir un suceso específico y el tiempo que dura; por ejemplo, el desplazamiento de un automóvil en una distancia determinada, o un cálculo aritmético realizado por un procesador de cómputo, o la impresión de un ejemplar de periódico en una rotativa, o la ingesta de una salchicha. De esas relaciones derivan unidades como m/s (metros por segundo), FLOPS (operaciones de punto flotante por segundo), ejemplares por hora (no hay abreviatura, que yo sepa) o s/m (salchichas por minuto). Pero el pensamiento es algo más complicado de definir que un metro, una suma, un diario impreso o un embutido, y de ahí el problema.

Sabemos que en los mamíferos superiores como nosotros (se supone), los impulsos nerviosos pueden viajar a velocidades tan variables que van desde 0.5 micras (milésima de milímetro) por minuto hasta 300 kilómetros por hora, dependiendo del diámetro de los cables, su grado de mielinización, etcétera, y que el proceso es complejo, porque implica descargas de sustancias (neurotransmisores como noradrenalina y acetilcolina) que, a su vez, originan descargas eléctricas. La cosa se complica si se tiene en cuenta que las neuronas se comunican entre ellas con un protocolo determinado y con otros diferentes para enviar o recibir información de células musculares y secretoras.

De todos modos, el pensamiento no se puede circunscribir a intercambios de neurotransmisores ionizados, o sí, pero no sabemos cómo, y no disponemos, por ahora, de unidades para medir las muchas manifestaciones posibles del pensamiento ni manera de delimitar la extensión precisa de una idea. La fusión automática de lenguaje, conceptos, imágenes sensoriales, percepciones, recuerdos, fantasías y sentimientos, será todo lo prodigiosa que se quiera, pero es una lata cuando uno trata de analizar de cerca el fenómeno y de reducirlo a sus componentes básicos, porque se encuentra con una sopa pegajosa, amorfa e incomprensible. Hasta ahora.

A la vista de esta limitación, es curioso que se haya definido trastornos relacionados con la “velocidad” del pensamiento, como la taquipsiquia, que consiste en la aceleración patológica de la actividad psíquica y que suele traducirse en verborrea y en fuga de ideas.


Parecería que el caso del “paciente BW”, citado por Bikofsky y Block en 1996, se situaría en el extremo opuesto a la taquipsiquia: una mañana, un hombre que conducía su automóvil notó una manifiesta aceleración de la realidad circundante; postes y edificios a su alrededor empezaron a moverse por las ventanillas como si el vehículo fuera conducido a 300 kilómetros por hora. El individuo quitó el pie del acelerador, se orilló a la orilla, como dicen que dicen, y cuando levantó la vista del volante vio, para su infortunio, que el mundo seguía moviéndose a una velocidad vertiginosa. Horas después (aunque al pobre BW deben haberle parecido unos pocos segundos), los medicos que lo atendieron reportaron que el hombre caminaba y hablaba en cámara lenta y que para su percepción 60 segundos del mundo real equivalían a 286. A la postre le hallaron un tumor en el córtex frontal que impedía al sujeto tener una percepción adecuada del tiempo, lo cual, por cierto, no necesariamente significaba que “pensara despacio”.

Recuperé la esperanza de dilucidar el asunto al ver un artículo de Carl Zimmer, publicado en diciembre de 2009 en Discover y titulado, precisamente, “¿Cuál es la velocidad del pensamiento?”, pero rapidito (no se cúan rapidito, pero sí) descubrí que, en realidad, se refiere a fenómenos como los ya citados impulsos nerviosos la percepción visual y auditiva, experimentos con retinas de anfibios, diámetros de axones y cosas así. Pero de pensar, lo que se llama pensar, no hay ni una definición clara.

El problema, sin embargo, sigue allí. Pensamos a una velocidad determinada, y una prueba palpable de ello es la relación entre pensamiento verbal, lenguaje escrito y los distintos ritmos de los mecanismos de almacenamiento inventados hasta la fecha. Imaginen, por ejemplo, los problemas a los que debe enfrentarse alguien que desea plasmar sus ideas en escritura lapidaria: media hora por letra, como mínimo, mientras su imaginación avanza capítulos enteros.

Los sistemas cuneiformes –escribir en tablillas de lodo– acelera el proceso de escritura y reduce la brecha entre la velocidad del pensamiento y el escrito, pero no tanto como el cálamo, inferior de cualquier forma a la combinación de pluma de ganso y caligrafía cursiva, que permiten una escritura mucho más fluida, en la medida en que no es necesario separar del pergamino o papel, a cada letra, la punta del instrumento. El paso siguiente de esa cadena evolutiva es la estilográfica, que suprime las constantes interrupciones características del cálamo y la pluma de ave, cuyas puntas debían ser remojadas en tinta después de trazar unas pocas letras.

Las máquinas de escribir más primitivas aparecieron en Italia, Austria, Brasil y Dinamarca, entre 1855 y 1865, aunque el éxito comercial de estos artilugios no llegó sino hasta 1895, cuando se diseñaron máquinas que permitían observar la progresión del texto en el papel. Para los años 20 del siglo pasado, los fabricantes de máquinas de escribir, como parte de ardides publicitarios, popularizaron los concursos de velocidad entre mecanógrafas, algunas de las cuales eran capaces de componer, sobre teclados mecánicos, 130 palabras –que son 35 más de las que hay en este párrafo–  por minuto.

Sepa la tía Juana cuántos vocablos pueden acudir a nuestra mente en un lapso de 60 segundos. El hecho es que la máquina de escribir acortó de manera muy siginificativa la brecha entre la escritura y el pensamiento. No tanto como el lenguaje verbal, claro. Para eso, en el primer tercio del siglo XX, los dictáfonos permitieron conservar lo pensado y hablado en cuerdas semejantes a las de guitarra, primero, y posteriormente en cintas magnéticas, las cuales operan a velocidades que van de 9.5 a 38 centímetros por segundo y permiten que el más desaforado hablantín registre la huella análoga de su voz.

Ahora empieza a parecer obsoleto y estorboso el teclado QWERTY, incluso desprovisto de los duros y problemáticos resortes de las máquinas de escribir mecánicas, y parece ser que los sistemas de conversión de voz a texto empiezan, por fin, a ser eficientes. Algunos querrían que la tecnología dé el próximo paso y nos coloque conexiones USB bajo la oreja para transportar nuestros pensamientos a tarjetas de memoria de cuatro Gigas. No estoy seguro de que sea una buena idea. A mi modo de ver, basta con lo que hay y no requerimos de mecanismos más rápidos para plasmar el pensamiento. Es un hecho: cuando escribimos en computadora –escribir, digo, no transcribir ni tomar dictado–, nuestras manos permanecen inmóviles, en promedio, seis de cada diez segundos. O sea que quién sabe qué cosa sea el pensamiento, pero tal vez no sea tan rápido como suponemos.

25.1.12

Capitanes valientes, o no



“... el Douro, concluía Conrad, era un barco de verdad, tripulado por marinos profesionales y bien mandados que no perdieron la humanidad ni la sangre fría. No un monstruoso hotel flotante lanzado a 21 nudos de velocidad por un mar con icebergs, atendido por seis centenares de pobres diablos entre mozos, doncellas, músicos, animadores, cocineros y camareros.

... seguía entrando agua, y lo que en hombres de otro temple habría sido un “váyanse al diablo, voy a ocuparme de mi barco”, en el caso del capitán sumiso, propio de estos tiempos hipercomunicados y protocolarizados, no fue sino indecisión y vileza. Además de porque era un cobarde, Schettino abandonó su barco porque ya no era suyo. Porque, en realidad, no lo había sido nunca.”

24.1.12

La pesadilla de
Joaquín Coldwell



Dice el presidente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, que las presidencias panistas han sido una pesadilla que está por terminar con el retorno de su partido al poder federal. En realidad, la pesadilla viene de mucho antes. Desde 1988, al menos, cuando el PRI gobernante perdió las elecciones, impuso a Carlos Salinas en Los Pinos y dieron inicio, de manera abierta y descarada, la transferencia de la propiedad nacional a manos privadas, el proceso de reducción del Estado a una horda de efectivos armados, la entrega de instituciones y territorios a la delincuencia organizada, el abandono de las obligaciones constitucionales del poder público hacia la población y la claudicación de la soberanía. En esa administración y en las siguientes, los genios de la política económica oficial –con el PRI o con el PAN son los mismos– adaptaron el país a las necesidades de los capitales transnacionales y lo volvieron una inmensa maquiladora y después una gran fábrica de mano de obra exportable. Hoy es ya un jugoso mercado de bienes y servicios para las industrias de la destrucción: armas, drogas, consultorías de seguridad y enormes lavadoras de dinero.

Durante el segundo semestre de 2000 la pesadilla se disfrazó de sueño idílico, y una buena parte de la población –la mayoría– vivió esos meses y los siguientes con la idea de que la pesadilla del autoritarismo, la corrupción y la inoperancia gubernamental habían terminado: no habría más masacres de ciudadanos ordenadas desde el poder, no más desvíos multimillonarios de recursos, no más crisis inducidas por la estupidez, la arrogancia y la ambición de los gobernantes. Pero, en realidad, del gobierno de Ernesto Zedillo al de Vicente Fox la pesadilla se profundizó y se hizo más oscura y asfixiante. No hubo ruptura de la cadena de impunidad y complicidad que recorre los sexenios, la corrupción se hizo más escandalosa y el uso faccioso y patrimonialista del poder culminó con el fraude electoral de 2006, convalidado por los priístas.

Con el Revolucionario Institucional y con Acción Nacional, la pesadilla nacional tiene tres rasgos principales: la privatización insaciable de la propiedad pública –que se traduce en concentración obscena de la riqueza y en multiplicación de la pobreza–, la continua y creciente putrefacción institucional –derivada de la corrupción de los gobernantes– y el autoritarismo legalista que para hacer de veras perfecta a la dictadura perfecta recurrió a una maniobra muy ingeniosa: incluir al PAN. Hoy en día, basta con ver la manera en que el calderonato emplea recursos públicos para inducir votaciones, tuerce las leyes para perseguir a opositores políticos por delitos comunes inexistentes o improbables, se pasa las recomendaciones del Legislativo por el arco del triunfo y desgobierna en la manera precisa que le da la gana, presume cifras imaginarias y distribuye a discreción contratos y negocios entre sus allegados, para caer en la cuenta de que, si el PRI se encuentra fuera de Los Pinos, el priísmo continúa ejerciendo el poder. Ante los saldos de pérdida del Estado laico y del bienestar social, ante el avance de la privatización de todo lo imaginable, con vista en la arbitrariedad como estilo de gobierno, a partir del sometimiento a Washington, es razonable afirmar que el panismo es la fase superior del salinismo. Entre uno y otro, el eje articulador se llama Elba Esther Gordillo.

Y ahora, el priísmo quiere volver a ejercer la presidencia de manera directa, por conducto de un muñeco (des)inflable con credencial tricolor. Su mal sueño de facción es vivir al margen del presupuesto federal y pretende ponerle término. Pero para el resto del país –es decir, para la gran mayoría–, esa perspectiva sería el comienzo de un nuevo capítulo de la pesadilla que padece desde hace muchos años.

23.1.12

A mis amigos mexicanos

“Decir que Uribe negoció con el
narcotráfico y que por eso se redujo la
violencia durante su primer cuatrienio
es una blasfemia en México.”


Desde que los mexicanos decidieron montarse en la tesis de que Colombia logró acabar con el narcotráfico, con la guerrilla y con los paramilitares, y se les dio por decir que a partir de entonces vivimos en un remanso de paz, rodeados por el progreso y la concordia, andan buscando un nirvana que no existe.

La percepción de que Colombia ya logró salir del atolladero en el que ellos empiezan a entrar no acepta mayor discusión, sobre todo en los altos círculos de la élite política y empresarial mexicana, que poco se ha preocupado por saber realmente qué es lo que sucede verdaderamente en Colombia. Cada vez que uno trata de explicarle a un político mexicano del PAN o del PRI que ese país al que tanto se aferran en realidad solo existe en sus deseos, porque ni hemos ganado la guerra contra el narcotráfico, ni hemos logrado acabar con la guerrilla, ni hemos podido desbaratar a los narcoparamilitares, lo miran a uno con desconfianza. ¿Acaso ustedes no lograron bajar los índices de violencia, le recuerdan a uno de manera airada. Y si uno les responde aceptando que ese hecho irrebatible, el de la reducción de la violencia, sin embargo no nos ha significado la desaparición de los carteles ni de sus vínculos con los paramilitares, los cuales a pesar de haberse desmovilizado han vuelto a recomponerse y a asentarse como poderosos poderes regionales, le responden a uno que eso no es cierto, que estamos mintiendo. Según su versión idílica de Colombia, Álvaro Uribe logró lo inalcanzable en los ocho años que duró en el poder: acabar con el narcotráfico, porque se enfrentó como un león a esos malhechores hasta doblegarlos. "A eso aspiramos todos -me dijo un amigo mexicano-. A tener gobernantes como Uribe, pantalonudos, capaces de doblegar al narcotráfico".

La percepción de que fue Uribe el que luchó contra el narcotráfico hasta acabarlo está tan arraigada entre los poderosos empresarios y políticos mexicanos que hasta la ha acuñado en su imaginario un político como Enrique Peña Nieto, quien va a ser elegido próximamente candidato presidencial por el PRI y de quien se dice podría ser el próximo presidente de México. Hace poco él le dijo a Silvana Paternostro, una periodista colombiana que le hizo un perfil, que si él llegaba al poder en México, no quería ser como Lula ni como Clinton, sino como Uribe.

Las cosas se le complican a uno cuando se les riposta y se intenta dañar su Shangri-La. "Uribe sí logró reducir los índices de violencia -me atreví a responderle a un amigo mexicano que es priista y admirador furibundo del presidente Uribe-. Pero eso no lo consiguió a través de la fuerza, como ustedes creen en México, sino porque negoció con el narcotráfico en Ralito. En ese momento, los jefes de los narcoparamilites que allí se concentraron significaban el 70 por ciento del negocio del narcotráfico del país", le advertí. Y de paso, le aclaré que de no haber sido por las ONG internacionales, el Congreso colombiano habría aprobado una ley de justicia y paz en la que a los narcotraficantes se les habrían perdonado sus crímenes sin necesidad de que los confesaran, ni entregaran sus bienes, ni reparan a las víctimas.

Decir que Uribe negoció con el narcotráfico y que por eso se redujo la violencia en Colombia durante su primer cuatrienio es una blasfemia en México. Como también lo es decir que la nueva mafia, a pesar de que ya no mata como antes, ha logrado penetrar al Estado colombiano sin mayor resistencia, hasta llegar a legalizarse.

Lo cierto es que después de miles de conversaciones como estas, he tomado la decisión de desistir en el intento por hacerles ver a los mexicanos lo poco que saben de nosotros y lo desatinadas que resultan sus alabanzas. Por respeto a su tragedia, no les voy a seguir cuestionando su insistencia en mantener a Colombia como su Shangri-La. Así de envainados como andan -todos los días los mexicanos se levantan con la noticia de una nueva matanza en Guadalajara o en Monterrey-, es probable que necesiten aferrarse a cualquier salvavidas, así esté medio desinflado.

Es más: si quieren, les mandamos a Uribe y a su trinca una temporadita para que se aireen comiendo enchiladas en vez de arepas. Aquí, en la Colombia real, no se le ve muy a gusto: su gobierno ha quedado reducido a sus justas proporciones y, salpicado por tremendos escándalos de corrupción, ha ido quedando al desnudo ante la opinión pública. Y si quiere volver a recordar sus días de gloria, le toca ir a donde nadie sepa esto.

(Revista Semana, 3 de diciembre de 2011)

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  47 MESES DEL ASESINATO DE NUESTROS HIJOS
VERÓNICA VELÁZQUEZ, JUAN GONZÁLEZ,
SOREN AVILÉS Y FERNANDO FRANCO;
47 MESES DE UNA INJUSTA PERSECUCIÓN
POLÍTICA CONTRA LUCÍA MORETT POR ELLO
LA ASOCIACIÓN DE PADRES Y FAMILIARES
DE LAS VÍCTIMAS DE SUCUMBÍOS
CONVOCA A QUE NOS ACOMPÁÑES ESTE
1° DE FEBRERO A LA 1 PM
EN LA PROTESTA
“CADA UNO POR LA JUSTICIA”
Frente a la embajada de Colombia en México
(paseo de la reforma # 379, cerca del Ángel de la Independencia)

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19.1.12

Apuntes fluviales





Homero llamó Escamandro al actual Menderes Çay, que confluye con el Simois, o Dümuruk Su, en la meseta situada arriba de Truva, o Troya, en la Çannakkale turca. Según La Ilíada, Escamandro, que era también un dios, montó en cólera contra Aquiles cuando éste rellenó su lecho fluvial con cadáveres y sangre de troyanos para vengar la muerte de su amante Patroclo. Hoy en día, ese cauce de agua se dedica al negocio apacible de alimentar al Mármara con lodo.

¿Para qué sirve un río? Bueno, por ejemplo, para que subas a bordo de una gabarra y remontes el Sena desde París hasta la Isla de la Cuna, en los alrededores de Fontainebleau. Si aceptas la sugerencia, procura hacerlo a fines de junio, cuando la cofradía del jazz gitano se reúne allí para recordar al gran Django Reinhardt y para rendir un homenaje a la vida. Tal vez te quepa en suerte escuchar a Diego el Cigala, a Yuri Buenaventura, a Avishai Cohen... El trayecto será mucho más lento que si haces el viaje por carretera, pero ambas posibilidades ofrecen horizontes de gozo tan distintos entre sí como un orgasmo y un estornudo.

Los cauces de agua dulce le sirven al planeta para distribuir recursos, para horadar cañones, para desaguar glaciares, para albergar salmones, para brindar o denegar la fertilidad a ciertos territorios. Sería pertinente no arruinar  demasiado los mecanismos de ese sistema circulatorio cuyos ramales son, para nosotros, matrices de diversas maneras de la cultura: el Nilo, el Tigris, el Éufrates, el Volga, el Ganges, el Amazonas, el Támesis, el Yang-tse-Kiang, el Usumacinta-Grijalva, el Plata, el susodicho Sena...

De las muchas cosas tremendas que se han dicho y escrito acerca de los ríos, seguramente la más pesada es la que formuló Heráclito de Éfeso: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. Crátilo sintetizaría la inquietud por esa suerte de permanencia en el cambio, o cambio en la permanencia, que es la musculatura del tiempo: Panta rei, todo fluye. Un milenio más tarde, Francisco de Quevedo la plasmó en un manojo de sílabas conmovedor y acojonante: “lo fugitivo permanece y dura”. Se refería al Tíber, que amamantó a la Roma recién nacida, y que siglos más tarde convirtió el líquido nutricio en lágrimas para llorar la ruina de la ciudad eterna.

Aquel patizambo genial no tenía, por supuesto, la obligación de ver las cosas desde un punto de vista geológico, y qué bueno que no lo hizo; de otro modo, se habría dado cuenta que la génesis, el transcurrir y la muerte del Tíber son también suspiros de mosca en la danza lenta de los continentes. Tal vez se habría deprimido tanto que no habría podido escribir el soneto “A Roma sepultada en sus ruinas”.

Algunos pensamos que el Paraíso y el Infierno son hermosas mentiras. Así lo creía también, de seguro, el novelista gringo vigesimónico Philip José Farmer, quien inventó el paisaje más inquietante y divertido para un Más Allá. La premisa inicial de su (por supuesto) larga pentalogía El mundo del río va más o menos así:

Me muero; te mueres; ella y él mueren; todos los seres humanos adultos que en el mundo hemos sido morimos y un buen día resucitamos, todos al mismo tiempo, en las riberas de un río enorme y alambicado, rodeadas por altas montañas, cuyas laderas casi verticales las hacen infranqueables. Allí estamos, entre muchísimos otros millones de individuos, Jesucristo y David Ricardo y Moctezuma y Mahoma y Madame Récamier y Cristóbal Colón y la Reina de Saba y Alejandro Magno y Nelson Rockefeller y el Inca Roca y Juana de Asbaje y Stalin y Nefertiti y el templario Jacques de Molay y Marilyn Monroe y Juan Domingo Perón y Agustín de Hipona y Carlos Monsiváis y Piero Della Francesca y Amy Winehouse y Benito Mussolini y tú y yo. Todos resucitamos desnudos, todos a una edad predeterminada, y al lado de cada uno hay una toalla y una lonchera con un refrigerio. Ahora nos toca organizarnos para escudriñar y desentrañar los misterios de esa segunda vida –o de ese Aqueronte inesperado– , y en ello se van dos mil y pico de páginas de lo más amenas.

Qué sería de Mark Twain sin el Misisipí, de Apollinaire sin el Sena, de Claudio Magris sin el Danubio, de los Evangelios sin el Jordán, de García Márquez sin el Magdalena, del cante jondo sin el Guadalquivir. Qué sería de nosotros sin esos cauces que nos quitan la sed, nos dan de comer, nos permiten transportarnos, nos dan tema para escribir, pintar y hacer música y danza, y nos obsesionan con su emulación de la vida y el tiempo: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir...” (Manrique)

Dicen que por las aguas del Grijalva bajaban los mercaderes itzaes, fenicios de Mesoamérica, hacia el golfo de México, en la culminación de largas travesías terrestres y fluviales que rodeaban la Península de Yucatán: entraban por el Río Dulce al altiplano de la Guatemala actual, se trasladaban por tierra hasta las riberas del Usumacinta y luego, río abajo, entroncaban con el que en aquellos tiempos se llamaba Río Tabasco. Por él se internó el navegante español Antón de Alaminos y en su desembocadura sobre el Golfo se fundó Santa María de la Victoria –frente a la actual población de Frontera–, que fue durante un tiempo la principal urbe tabsaqueña. La dificultad para defender la villa de los ataques de los piratas llevó a su abandono y a la fundación de San Juan Bautista, hoy Villahermosa.

Dicen que en en las postrimerías del siglo XIX esa vía fluvial era muy transitada por barcazas cargadas de maderas preciosas, pieles de cocodrilo, plátano, goma y chicle, y que de allí eran enviadas a los puertos remotos de Nueva Orleáns y Marsella, y que los navíos hacían el viaje de vuelta lastrados con teja francesa y vestidos manufacturados en Nueva Inglaterra. Dicen que hasta el río de los mayas se hizo llegar un barco de paletas procedente del Misisipí, y que fue destinado a cubrir el trayecto río arriba Frontera-Villahermosa, y luego de regreso. Dicen que por el Grijalva llegaron a la región el gusto por el beisbol y los ritmos musicales de la Norteamérica negra.

También cuentan que un buen día se descompuso la draga que se encargaba de desazolvar el río para permitir el tránsito por él de embarcaciones de tamaño medio, y que en vez de repararla se decidió hundirla frente a Frontera, y que con ello la vía navegable se echó a perder para siempre. O casi.

Algo similar ocurrió con el Papaloapan, que tras ser una importante vía de comunicación a través de tierras poblanas, oaxaqueñas y veracruzanas –por algo, las principales poblaciones de la cuenca son ribereñas– dejó de ser navegable por la deforestación y la contaminación, que provocaron la elevación de su fondo.

Lo peor que se le puede hacer a un río, aparte de matarlo, es convertirlo en guardián de nuestros territorios, en sucedáneo acuático del alambrado de púas, en ahogadero de migrantes.

Dicen que cuando Quetzalcóatl abandonó Tula navegó el Coatzacoalcos en una barca fabricada con pieles de serpientes y que al llegar a la desembocadura se perdió para siempre (o no tanto) en el mar.

Dicen que la música sinfónica es marina y que el blues es fluvial, y que Escamandro era un príncipe cretense que colonizó Frigia. Actualmente, su homónimo sigue muriendo instante tras instante en el extremo sur del Mármara.



18.1.12

Mafaldesca


No me gusta esta SOPA.

Meones y matones


Obama y sus cuarenta malandrines,
con la sola codicia de acicate,
mantienen esta guerra que el orate
Bush inició con imperiales fines.

Torvos y delincuentes, los Marines
arrasan un país en el combate
y luego dan el tiro de remate
al rival ya difunto con orines.

Al ver el espectáculo indecente,
el invasor hipócrita proclama
que aquello fue excepción, que fue accidente,

pero matar y mear es el programa
y estrategia genérica y corriente
del amo Bush y de su esclavo Obama.


17.1.12

Los verdaderos narcogobiernos

El mafioso Francisco Santos, el ex presidente colombiano Álvaro Uribe y su sucesor,
Juan Manuel Santos, primo del primero


El negocio de la cocaína migra hacia Perú, Venezuela, Ecuador y Bolivia, en donde los líderes populistas son ambivalentes o abiertamente hostiles a la cooperación con Estados Unidos, dijo en su edición de ayer The Wall Street Journal (WSJ). El rotativo, que representa los intereses de las corporaciones financieras que lavan la mayor parte del dinero proveniente de las drogas ilícitas, mencionó cifras según las cuales tanto el cultivo de hoja de coca como la producción de cocaína se incrementó en tales naciones y disminuyó en Colombia, aseveró que tales tendencias son resultado del éxito de iniciativas del Plan Colombia y que la estrategia del gobierno mexicano contra los cárteles los ha llevado a mudarse a Centroamérica. El WSJ se refirió también a la expulsión de la DEA de Bolivia por el gobierno de Evo Morales y a su significativa reducción en Venezuela por parte del gobierno de Hugo Chávez. Como resultado, dice el periódico, ambos países se han ido transformando en puntos de conexión para el negocio de las drogas ilícitas, conforme los narcotraficantes “buscan entornos menos hostiles en medio de los cambios políticos de América Latina”.


Se trata, a lo que puede verse, de una nueva construcción ideológica que justifique una escalada económica, diplomática y, en última instancia, bélica, contra cuatro países soberanos de la región que, cada cual a su manera, se han comprometido en procesos de transformación social y económica soberanos y que, por eso mismo, han atraído la animadversión de Washington. Si en la presidencia de George Bush padre (1989-1992) se inventó el concepto de “narcoguerrilla” para dotar a la superpotencia de nuevos enemigos –el “imperio del Mal” se disolvía por entonces–, ahora parece buscarse un vínculo entre soberanía y drogas para echar a andar una nueva categoría, la de los narcogobiernos, para meter en un mismo saco a los que presiden Evo Morales, Hugo Chávez, Ollanta Humala y Rafael Correa. Poco importa que la caracterización guarde escasa o nula relación con la realidad.

Es cierto que La Paz suprimió la presencia de la DEA en su territorio y que Caracas la redujo en forma significativa. Dicho sea de paso, se trata, en ambos casos, de medidas correctas para combatir el negocio del narcotráfico, toda vez que nunca es claro en qué medida esa y otras dependencias estadunidenses, como ATF y la CIA, luchan por erradicarlo y en qué medida lo promueven. Lo más común es que hagan ambas cosas, como ocurre en México: mientras que ATF suministra armas a los cárteles, la DEA les facilita el lavado de dinero.

Fuera de ese dato real, lo publicado por el WSJ es un amasijo de cifras inciertas, medias verdades y mentiras descaradas: no hay forma para medir con precisión lo que el diario neoyorquino llama “el potencial para producir cocaína” de un país –a Perú le atribuye 325 toneladas, y 270 a Colombia–, ni hay una relación mecánica entre la cantidad de hoja de coca que se cultiva y la de cocaína que se produce, por lo que, en el caso de Bolivia, el incremento de la primera es irrelevante para calcular la segunda.

Ciertamente, la guerra declarada por Felipe Calderón para, supuestamente, combatir a la delincuencia organizada, ha dado por resultado –además de 50 mil muertos y otros saldos catastróficos no mencionados por el WSJ– la presencia de cárteles mexicanos en Centroamérica, pero, a juzgar por los datos disponibles, no se trata de una mudanza forzada, sino de una expansión empresarial derivada del fortalecimiento bélico, financiero y político experimentado por esos grupos en el curso del calderonato. Un dato ilustrativo, a este respecto, es que, a decir de Edgardo Buscaglia, los cárteles han tomado las instituciones locales hasta el punto de que el 71 por ciento de los municipios del país se encuentran ya bajo el control del narco.

Tampoco cuenta el WSJ los vínculos entre el principal ejecutor del Plan Colombia, el ex presidente Álvaro Uribe, con narcotraficantes –Pablo Escobar, en primer lugar– y paramilitares, vínculos que han sido decisivos en una “pacificación” nacional que tiene mucho de entrega del poder político a la delincuencia organizada.

Así pues, los regímenes mejor calificados para aspirar a la clasificación de narcogobiernos son, pues, los de México y Colombia, que constituyen los dos más estrechos aliados continentales de Washington en una “guerra contra las drogas” que, de manera cada vez más clara, se perfila como una guerra a favor del narcotráfico.

12.1.12

“Me la pelas” y otros
síndromes de la élite



Vé tú a saber qué infierno personal pueda haber en la génesis del energúmeno evidenciado esta semana en las redes sociales y que responde al nombre de Miguel Sacal Smeke, rápidamente bautizado como “El Gentleman de las Lomas”. El punto es que los modos de este agresor (“¡me la pelas!”), al igual que los de Azalia Ojeda y María Vanessa Polo Cajica, las “Ladies de Polanco”, videograbadas en agosto del año pasado cuando maltrataron a policías de un puesto de control de alcohol (“¡nacos asalariados!”), así como la indiscreción tuitera de una hija de Enrique Peña Nieto (“bola de pendejos envidiosos, parte de la prole”) y el cándido racismo feisbuquero del panista Carlos Talavera hacia las mujeres indígenas (“huele impresionantemente feo, pero pues pobresillas: no es lo suyo la higiene”), retratan de manera fiel las actitudes de la élite que detenta el poder económico, político y mediático en el país. Desde hace muchos años, en el México posrevolucionario, conforme la élite política y empresarial se iba convirtiendo en una oligarquía privilegiada y saqueadora, fue desarrollando un desprecio profundo por la mayor parte de la sociedad hasta empatarse en actitudes con los catrines porfirianos o incluso con los encomenderos del Virreinato.

El fenómeno no es nuevo; lo que pasa es que hoy en día la masificación de los registros en texto, foto y video han borrado las fronteras entre lo público y lo privado, y cualquier persona está más expuesta que antes a exhibirse tal y como es, a que se conozca lo que realmente piensa y a que sus dichos y actos cotidianos queden registrados para vergüenza, regocijo o indignación.

En la indignada reacción masiva han proliferado expresiones simétricamente fóbicas, espejo de las palabras de menosprecio, propósitos de linchamiento: el empresario agresor es grosero porque es judío, las procaces de Polanco son pirujas y los políticos (y sus hijos) son todos unos patanes. En las personas mencionadas en el primer párrafo se ha concentrado, para su desgracia, extraviadas reacciones insultantes, racistas y discriminatorias al insulto y la discriminación que resultan lamentables en sí mismas, pero también porque dificultan la comprensión de un clasismo y un elitismo mucho más extendido, profundo y preocupante que unas cuantas insolencias difundidas urbi et orbi por la magia de Youtube y de Twitter.

Vamos a ver: tal clasismo tiene como núcleo central la noción –no muy apartada de la realidad, hasta ahora– de que se puede y debe ejercer el poder político y económico en forma absoluta, arbitraria, ilimitada e impune, e incluso en abierta violación a las leyes y reglamentos que debieran entenderse como constitutivos de esos poderes. Por eso, las Ladies de Polanco se sienten posibilitadas para infringir el Reglamento de Tránsito. Si unos efectivos policiales pretenden impedirlo, bastará, para ponerlos en su lugar, con verbalizar la diferencia de clase que respalda cualquier infracción: “¡Nacos asalariados!”.

Para sorpresa, o no tanto, tal conjuro, que es la erección de una barrera social instantánea, surte su efecto y los agentes del orden se ven de inmediato reducidos a la impotencia por el poder de tales palabras. Poco importa que las majaderas pertenezcan a una desesperada clase media y que apenas estén haciendo unos dudosos pininos en la incorporación al mundo del espectáculo: la injuria impresiona porque se asume, sin dudar, que sólo unas personas realmente picudas pueden pronunciarla.

La discriminación verbal es un arma arrojadiza de alta eficacia. “¡Pinche naco jodido!”, se oye en la grabación de un pleito de cantina protagonizado durante el Mundial de Futbol de Sudáfrica entre el es director del Fonatur Miguel Gómez Mont y su parentela, y familiares del futbolista Cuauhtémoc Blanco. Cualquiera de los bandos pudo pronunciar la expresión, porque ambos podían sentirse con derecho a ello.

En ese reducido universo social para cuyos integrantes no existe frontera alguna entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, los poderosos no se equivocan y el que sostenga lo contrario, miente. Cómo se les ocurre que Papá podría desempeñarse mal en un acto público. Si sostienen tal cosa no es porque tengan razón, sino porque son “resentidos, envidiosos, pendejos y prole”.

Si el empresario de Bosques de Las Lomas estaciona su vehículo en forma incorrecta y una grúa se lo lleva, el resto de la sociedad –representada, bien o mal, por los operadores del vehículo de arrastre y por un testigo que videograba los hechos– “se la pela”, y por él, que vaya a sancionar “a su puta madre”. Él nada más es beneficiario de la ley y el orden y no está obligado a nada. Los miles de pesos que paga por mantenimiento en el edificio donde vive lo convierten en dueño de los empleados del multifamiliar y, para que no quede duda, la emprende a golpes contra uno de ellos que se niega a acatar una orden disparatada y arbitraria.

“Me la pelas” es la verbalización de una actitud generalizada de un ejercicio de poder político, empresarial y mediático desorbitado y enloquecido que no tiene empacho en hacer pedazos al país con tal de hacer negocios jugosos de toda suerte. La expresión representa fielmente a Ernesto Zedillo pretendiendo prolongar su inmunidad presidencial doce años después de que prescribiera, para evitar que lo juzguen por la masacre de Acteal, propiciada por su gobierno; a Carlos Salinas, quien se placea de manera impúdica, al suponer que ya se nos olvidó el enorme daño que su gestión le causó a México; a Felipe Calderón, empecinado en seguir alimentando un conflicto armado sangriento y absurdo y en vendernos a más del doble de su costo una porquería que, si llega a ser conmemorativa, lo será de la corrupción monumental de su administración; a Peña Nieto, quien supone que puede emitir en público todos los rebuznos que desee sin que ello afecte su popularidad, porque cuenta con los recursos para mandarse a hacer encuestas que le resulten favorables.

Nada de esto es (tan) nuevo. Ya en décadas pasadas, Fidel Velázquez se ufanaba de que los legisladores de oposición habían pretendido interpelar a Miguel de la Madrid y “se la pelaron”, (Proceso, 3/09/88) Emilio Azcárraga Milmo se enorgullecía de hacer televisión para “un país de jodidos” (Televisión sin fronteras, Florence Toussaint, p. 114) y el ex góber precioso Mario Marín (reaparecido hace unos días al lado de Peña Nieto) presumía al empresario Kamel Nacif una impunidad que le permitía “darle un coscorrón a esta vieja cabrona”, en el marco de la conjura que ambos organizaron en contra de la periodista Lydia Cacho.

Las aplicaciones tecnologías debilitan severamente las fronteras entre los vicios privados y las virtudes públicas y permiten que los primeros estén mucho más expuestos que antes. Pero la exhibición no basta para erradicarlos, como no basta tampoco la indignación que provocan. En tanto no decidamos en forma colectiva poner fin a este estado de cosas, seguiremos siendo unos “pinches nacos jodidos” que “se la pelan” a los poderosos.


* * *

Vaya un dato: mientras Felipe Calderón anuncia impúdicos subsidios para beneficio de la banca comercial privada y de cualquier cantidad de universidades particulares “patito”, en lo que constituye un nuevo golpe a la educación superior pública, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México siguen agarrados de la greña en un duelo de tod@s contra tod@s.

3.1.12

La Estela de
Luz de Calderón



Bodrio del Bicentenario,
eres el mudo testigo
del gran saqueo al erario
que perpetraron contigo:

en un país miserable,
una partida de hampones
hallaron un modo fiable
de clavarse mil millones.

Fue Felipe de Jesús
el que organizó la estafa
con esa Estela de Luz
que resultó ser tan chafa.

A Pemex, en la movida
Calderón involucró.
y la dizque obra concluida
Lujambio la recibió.

Le faltaban los cimientos,
le faltaban acabados,
y faltaban ochocientos
millones dilapidados.

Nunca cuadraron los datos
del horrible monumento,
y la feria de contratos
generó gran descontento.

Se clavaron el dinero
despacito y paso a paso
y acumuló el cochinero
quince meses de retraso.

Septiembre de 2010
era la fecha pactada;
fue tal la desfachatez
que no inauguraron nada.

Tiene que oír Calderón
verdades cual catedrales:
que sus funcionarios son
rateros, pero impuntuales.

Si su estela tanto estima
y si la encuentra tan bella,
pues que se le trepe encima
y que se siente sobre ella.

Mas, con espíritu austero,
la gente preferiría
que nos devuelva el dinero
gastado en tal porquería.



2.1.12

Piedra de muchas veces



No es
la rosa material de los molinos
que da dientes al agua
y músculos al viento
y que precede a la platina
de la imprenta, a la banda
sin fin de los traslados,
al percutor terrible
de la ametralladora.

No es
el volante que digiere las horas
en el pequeño vientre del reloj
ni el engrane masivo que tritura
horas y miembros del obrero
y sus vidas en serie.

No es, tampoco,
el granito incansable que va, de siglo en siglo,
de construcción en construcción
–de pie de palafito a zigurat,
de zigurat a templo,
de templo a banco,
de banco a lupanar–,
cobijando a desgano vidas y trampas,
ni la roca manual, domesticada,
de moler, macerar y dar filo.

Ni siquiera es la vuelta replicada
del instante que se muerde la cola
y que desemboca en la locura
(el eterno retorno de lo idéntico),
almendra saltarina metida en el cerebro
de tantos, de unos cuantos o de nadie.

Es el amor.

Es el amor sin nombre ni apellido,
sin atributos narrativos,
sin cáscaras ni afeites ni atenuantes.

Lo bautizamos, le ponemos máscaras,
lo llamamos Abel o María Luisa
(cuántas advocaciones tiene esta deidad),
le damos apariencias
y decimos “no puedo vivir sin él o ella”
cuando, en realidad, queremos decir
o no queremos confesarnos
la aridez de la vida
cuando falta esa piedra.

Y cuando nos quedamos solos,
lo seguimos negando en ausencia.

Piedra que es talismán, que es la palabra
en el paladar de la criatura,
piedra que es fundamento de la vida.

No tiene propiedades inmutables;
es, en muchos sentidos,
elección propia,
compulsión al yerro pedestre
o vocación de trascendencia.

Para qué tropezar en un andamio
o morir por la patria
o dejar las vísceras
regadas en Tierra Santa
o concentrarse en la carrera
que tampoco va a ninguna parte
ni al recio pedestal, si aún se puede
morir de amor.

Bienaventurados, quienes quieran
o puedan transferir su hemoglobina
a la cuenta del futuro,
al fondo de la inmortalidad,
al pagaré del heroísmo.

Pero también se puede,
simplemente,
vivir para el amor:
equivocarse de una vez por todas
o conocer la dicha
de perder las batallas una a una:
guerras perdidas de antemano
contra la eternidad,
contra el desgaste de los días,
contra la propia vida, que no da tregua
a quienes se predican a sí mismos
el Evangelio según Venus.

Aunque sea un capricho de la química,
aunque aparezca en el catálogo
de las manías y las filias,
aunque se considere deleznable,
aunque, como todo lo otro,
carezca de sentido.

No hay nada que aprender,
o bien hay que aprenderlo todo, cada vez
que se renace de una muerte estéril
para acudir al estruendo
de cuerpos vivos y de símbolos
que cobran, a su vez, una existencia
intensa sólo para quien la encuentra.

Nada que escarmentar,
nada por perdonarse; sólo
una virginidad por desechar,
un río bautismal, un acto
fundacional en el encuentro.

Piedra de varias veces,
siempre y nunca la misma,
un solo rostro y muchos rostros,
un solo nombre y muchos nombres,
traspié para caer en el cielo,
mal paso que es virtud o pez brillante
y hallazgo,
obstáculo que asciende
a la categoría de fortuna.

Apostar siempre por la patria de un cuerpo
y un corazón y un intelecto prójimos,
no desistir de la consumación,
jugarse entero en el imaginario
de dos que son felices para siempre,
tropezar, tropezar,
todas las veces que se pueda,
en esa misma piedra.