“... el Douro, concluía Conrad, era
un barco de verdad, tripulado por marinos profesionales y bien
mandados que no perdieron la humanidad ni la sangre fría. No un
monstruoso hotel flotante lanzado a 21 nudos de velocidad por un mar
con icebergs, atendido por seis centenares de pobres diablos entre
mozos, doncellas, músicos, animadores, cocineros y camareros.
“... seguía entrando agua, y lo que
en hombres de otro temple habría sido un “váyanse al diablo, voy
a ocuparme de mi barco”, en el caso del capitán sumiso, propio de
estos tiempos hipercomunicados y protocolarizados, no fue sino
indecisión y vileza. Además de porque era un cobarde, Schettino
abandonó su barco porque ya no era suyo. Porque, en realidad, no lo
había sido nunca.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario