El primer episodio del thatcherismo
tuvo lugar seis años antes de que Margaret Thatcher llegara a la
jefatura del gobierno británico; concretamente, empezó el 11 de
septiembre de 1973, cuando un grupo de militares –azuzado por
Richard Nixon; su secretario de Estado, Henry Kissinger; el entonces
vicepresidente, Gerald Ford, y George Bush padre, quien se
desempeñaba como representante de Washington ante la ONU– destruyó
la democracia chilena, asesinó a miles de ciudadanos, secuestró,
encarceló y torturó a decenas de miles. Otras decenas de miles
hubieron de partir al exilio. Una vez instaurada, la dictadura que
encabezó Augusto Pinochet clausuró el Congreso, declaró la
ilegalidad de los partidos políticos y un par de años después
entregó el manejo económico a un grupito de posgraduados en la
Universidad de Chicago –de allí el apodo de Chicago Boys–, donde
enseñaba Milton Friedman: Sergio de Castro, José Piñera, Jorge
Cauas, Pablo Barahona...
Hasta entonces, ningún Estado había
sido sujeto a un desmantelamiento económico tan devastador como el
que emprendieron los operadores del régimen militar, quienes
transfirieron la mayor parte de la propiedad pública a consorcios
privados, confiscaron los fondos de pensiones para llevarlos al
ámbito de la especulación financiera, redujeron en 20 por ciento el
gasto público, despidieron a tres de cada 10 empleados del Estado,
liquidaron los sistemas de ahorro y préstamo de vivienda,
flexibilizaron el mercado laboral y aumentaron significativamente el
IVA. Los costos sociales fueron casi tan devastadores como la
represión política misma: el producto interno bruto (PIB) se
desplomó 12 por ciento, el desempleo se disparó a 16 por ciento y
el volumen monetario de las exportaciones experimentó una
contracción de 40 por ciento.
Hacia 1977 los indicadores
macroeconómicos repuntaron, impulsados por las desorbitadas
ganancias que obtenían las empresas privadas, particularmente las
administradoras de fondos de retiro, rentabilidad que tuvo, como
contraparte, una severa depreciación de las pensiones que les fueron
encargadas. Tras la contracción económica inicial, la siguiente
fase de crecimiento (que duró hasta 1982) fue llamada boom o milagro
chileno por la masa de medios informativos.
Ese fue el primer ensayo de lo que
Margaret Thatcher habría de aplicar en Inglaterra a partir de 1979.
Con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, casi dos años más
tarde, el modelo fue repetido en Estados Unidos con el nombre de
reaganomics. Ya asentado en calidad de política oficial, el
neoliberalismo fue proyectado, con el nombre de revolución
conservadora, desde Londres y Washington, al resto de las economías
capitalistas, empezando por las periféricas: México se deslizó
hacia el paradigma desde 1982 y seis años más tarde cayó en él,
de manera estrepitosa, con la fraudulenta imposición de Carlos
Salinas en la Presidencia; Argentina sucumbió un año más tarde,
con el gobierno de Carlos Menem; a Perú le llegó el turno en 1990,
cuando ganó una elección presidencial el hasta entonces desconocido
Alberto Fujimori. Sólo unos ejemplos.
Ese primer ciclo de regímenes
neoliberales tuvo como características principales el autoritarismo
y/o militarismo y la corrupción. La entrega de los bienes públicos
a empresarios privados confundió las fronteras entre el ámbito
empresarial y el político. Reagan echó mano del terrorismo de
Estado contra Libia, Granada y Nicaragua, y lo alentó en El Salvador
y Guatemala, e impulsó el narcotráfico mediante la operación Irán-
contras. Thatcher impuso la guerra sucia en Irlanda contra los
combatientes independentistas y, en la guerra contra Argentina,
recurrió a una crueldad tan extremada como innecesaria (recuérdese
el hundimiento inútil del General Belgrano) y desplegó armas
nucleares en una región que había decidido prohibirlas. En el
gobierno de Salinas fueron asesinados cientos de opositores
políticos. Fujimori está actualmente preso por las graves
violaciones a los derechos humanos cometidas durante su gobierno,
parte del cual fue una desembozada dictadura; Menem indultó a los
responsables de crímenes de lesa humanidad.
Pinochet está muerto. Reagan también
está muerto y ahora se les ha unido Margaret Thatcher. Pero dejaron
herederos de segunda generación, como Sebastián Piñera –hermano
menor del Chicago Boy que privatizó las pensiones chilenas–,
Mariano Rajoy, operador de un implacable plan económico antipopular
en España; la jefa real del anterior, Angela Merkel, y Enrique Peña
Nieto, discípulo de Salinas, entusiasta de las privatizaciones de
bienes públicos y del recorte de derechos laborales, y autoritario
si los hay. Sólo unos ejemplos. El neoliberalismo va en retirada en
el mundo, pero la batalla contra la revolución conservadora aún no
ha terminado.
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