Que había comprado una casa.
Que la casa tenía una puerta en la que no había reparado.
Que la abría y que del otro lado descubría varias piezas que
duplicaban el tamaño de la vivienda.
Que al final de ellas había un jardín.
Que al cruzar el jardín llegaba a la casa vecina.
Que allí vivía una mujer dulce y hermosa.
–Hola, vecina. Usted disculpe: aún no tengo claro dónde
termina mi casa y dónde empieza la suya.
–Hola, vecino. No se preocupe. Lo estaba esperando.
El resto del sueño es impublicable.
Gracias, Morfeo, por el regalo.
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