27.2.14

La vacunoia: causas y curso


“¡Los maravillosos efectos de la nueva inoculación!”, viñeta satírica de 1802, obra de James Gillray, aparecida en las Publications of the Anti-Vaccine Society, que muestra a Edward Jenner administrando vacunas contra el virus de la viruela bovina. El temor popular era que la vacuna provocaría el crecimiento de “apéndices vacunos” en los pacientes. Biblioteca del Congreso, Washington, EU


Todo medicamento, desde la aspirina hasta los compuestos de la quimioterapia, pueden tener efectos secundarios perniciosos. Ninguna vacuna garantiza al 100 por ciento la inmunización del paciente y algunas de ellas, mal aplicadas, tal vez hayan acabado con algunas vidas: sea porque se excedió la dosis, porque la sustancia provocó una reacción alérgica severa, porque el lote había caducado, porque hubo una falla criminal en la fabricación o porque el idiota que la inyectó lo hizo tan mal que causó una trombosis a su víctima. Dicho lo anterior, en su historia más o menos reciente, las vacunas (al igual que los antibióticos) han salvado una cantidad de vidas millones de veces superior que el número de accidentes como los señalados. De hecho, a esa dupla de inventos le debemos, en buena medida, la explosión demográfica ocurrida en el siglo XX tras la dramática caída en las tasas de mortalidad infantil y adulta y la extinción de la viruela y la contención efectiva del sarampión y otros padecimientos.

En esta perspectiva, las alarmas de los vacunoia (paranoia de las vacunas) me parecen tan irresponsables como el sistemático sabotaje del Vaticano en contra de las campañas de contención del sida. Desde la década antepasada, en efecto, los jerarcas católicos han proferido toda suerte de tonteras acerca del uso del condón: desde que el VIH es tan pequeño que puede atravesar el “material poroso” (¿será que Sus Eminencias usan condones de encaje?) hasta que la distribución de ese adminículo en África “aumenta el problema”, como rebuznó Joseph Ratzinger en marzo de 2009 durante una visita a Camerún.

Como las creencias –las del ex Papa o las de los vacunoicos– no pueden ser desactivadas mediante ninguna clase de argumento racional, me abstengo de debatir el fondo del asunto y me limito a contarles, por si no lo sabían, que el pánico militante contra las vacunas no es, como podría pensarse, una cosa nueva, impulsada por Internet y el naturismo, sino una postura que data –en Occidente, al menos–, del siglo XVIII, cuando muchas personas reaccionaron con horror a los primeros ensayos controlados de inoculación preventiva con virus, como los que realizaron Zabdiel Boylston y Cotton Mather durante la epidemia de viruela que asoló Boston en 1721. Mather fue insultado por las masas y su casa fue atacada con explosivos, a pesar de que la tasa de fallecimientos entre los inoculados (3 por ciento) fue sustancialmente menor que la de los no inoculados (14 por ciento).



Seis décadas más tarde, cuando Inglaterra se encontraba azotada por una epidemia de la misma enfermedad, el médico rural Edward Jenner observó que las lecheras solían enfermar de viruela bovina por el continuo contacto con las vacas y que, tras reponerse, quedaban inmunes a la viruela humana. Jenner tomó muestras de una pústula e inyectó el fluido en el brazo de un niño. El pequeño paciente enfermó de viruela bovina, se recuperó en 48 horas y luego el galeno le inoculó virus de viruela humana, y el menor no resultó afectado.

Desde luego, la práctica de inyectar pus de organismos enfermos (humanos o animales) en el torrente sanguíneo de individuos sanos tuvo que resultar chocante para el sentido común de las masas, pese a que tales prácticas se empleaban en Asia desde 200 años antes de nuestra era: los médicos chinos almacenaban las costras de las pústulas de infectados con variedades leves de viruela y las molían hasta convertirlas en un polvo que luego hacían aspirar por la nariz a quienes se proponían inmunizar.

Además de repugnancia, la inoculación generó una cantidad de críticas con argumentos religiosos, pseudo científicos y políticos: desde que la vacuna era “anticristiana” porque provenía de un animal hasta que no servía para nada porque la viruela, se decía, no era causada por virus sino por material en descomposición en la atmósfera: una creencia medieval hoy reencarnada en la leyenda de los chemtrails.



El problema es que no todo quedó en discusiones. A mediados del siglo antepasado diversos gobiernos empezaron a realizar, con un espíritu manifiestamente totalitario, vacunaciones obligatorias. Se dijo entonces, con razón, que la práctica atentaba contra la libertad individual. Tras la promulgación de leyes de vacunación obligatoria en 1853 y 1867 surgieron dos organizaciones opositoras: la Liga Antivacunación y la Liga contra la Vacunación Obligatoria. En 1885 tuvo lugar, en Leicester, una manifestación de entre 80 mil y 100 mil personas que exigían la derogación de la vacunación obligatoria. En 1898 ésta fue modificada para incluir la figura del “objetor de conciencia” que permitía obtener certificados de exención.

Entre 1876 y 1885 surgieron en Estados Unidos tres grupos contrarios a la vacunación obligatoria que se desempeñaron principalmente en el terreno de los tribunales. En 1905 llegó hasta la Suprema Corte el caso de Henning Jacobson, un residente de Massachusetts que se negaba a vacunarse. El máximo tribunal refrendó los fallos previos, consideró constitucionales las leyes estatales para proteger la salud de la población en casos de enfermedades contagiosas y obligó al tipo a inocularse contra la viruela.

En los años setenta del siglo pasado las campañas de vacunación DTP (difteria, tétanos y tosferina) provocaron reacciones furibundas, basadas principalmente en un informe parcial que hablaba de 36 casos de problemas neurológicos entre niños vacunados en un hospital de Londres. Se ordenó un exhaustivo análisis de cada uno de los casos y a relación entre la inoculación y las encefalopatías no pudo ser demostrado en ninguno de ellos.



Aunque la administración de vacunas ha dejado de ser estrictamente obligatoria en la mayor parte del mundo, en tiempos recientes han surgido corrientes de opinión en contra de las vacunas contra el sarampión, paperas y rubéola (MMR) y el virus del papiloma humano (gardasil). También se ha denunciado el uso del conservante timerosal, un compuesto que contiene mercurio, en la fabricación de vacunas, con el argumento de que esta sustancia favorece el desarrollo de autismo. No se ha demostrado la veracidad de tal aserto pero existe el consenso de que “el timerosal debe reducirse o eliminarse en las vacunas como una medida de precaución”.

El doctor Juan Gérvas, de la universidad de Madrid, es un crítico radical del uso indiscriminado de vacunas. Si quieren más información sobre la vacunoia y, en particular, sobre los efectos, limitaciones y riesgos de la vacuna contra el VPH, les recomiendo consultar rationalwiki.

Como lo demostró el rebrote de sarampión registrado en Europa recientemente, la vacunoia es mucho más peligrosa que la práctica terapéutica preventiva a la que combate. Y, por definición y por desgracia, contra la vacunoia no hay vacuna posible.


5 comentarios:

JUDITH MELBA dijo...

lo prometido es deuda Pedro. Como dijiste que vas a discutir y no s mi intención discutir. La verdad que tu argumentación es muy sólida. Aparentemente y de acuerdo a tu investigación las vacunas han hecho más bien que mal a la humanidad. Yo nomás quiero compartir mi humilde y simple punto de vista como madre. Me parece que hay poca profundización en en tema de las vacunas (no vistas como el gran remedio) sino como negocio y aplicadas indiscriminadamente a toda "la raza" para "prevenir". El sistema de salud pública mexicano no está exento de haber caído en estas prácticas masivas un tanto cargadas de histeria. Las grandes farmacéuticas viven del negocio y no de sus principios. En la época actual lo que rifa es inocular miedo a toda clase de enfermedades y luego vender el "remedio". Cuando yo tuve a mis dos hijos pequeños llegó un punto en que me pareció innecesario aplicar taaaaaaaaanta vacuna. Asesorada por mi doctora homeópata (a la cual venero y respeto porque me ha curado a mí y mis hijos de cualquier cosa) tantas vacunas, a tan temprana edad acaban por debilitar el sistema inmunológico que a esa edad se encuentra en pleno fortalecimiento.
Mi inconformidad no se queda sólo en lo político sino que cuestiona más allá. ¿Qué consumo, cómo lo consumo y a quién beneficio? y ¿cómo me afecta a mi todo lo que entra y sale de mi cuerpo y de mi casa. MI sabia abuela decía: Por la boca te enfermas y por la boca te curas. Hoy en día la industrialización de todo nos intoxica cotidianamente peroooooo existe todo un arsenal de "remedios" como complemento y ¡zaz! tenemos "negocio redondo"... Las vacunas lamentablemente como casi todo, han pasado a ser parte de ese circuito neoliberal e inmoral. Y yo tampoco voy a liarme en discusiones. Ahí nomás les dejo mi comentario procurando la sana e íntima reflexión.

Unknown dijo...

Excelente artículo, me impresionó lo documentado y me informó de un cacho de historía e histería que desconocía

JUDITH MELBA dijo...

Fe de erratas de mi comentario: no es " Como dijiste que vas a discutir y no s mi intención discutir.".. debe decir: "Como dijiste que NO vas a discutir y tampoco es mi intención discutir sino abonar al tema".
Un saludo!

Pedro Miguel dijo...

Sea, Judith. Tus planteamientos son atendibles, y sabemos que --como en todos los ámbitos gubernamentales-- hay corrupción y compras innecesarias en el sector salud, intereses creados en la formulación de políticas públicas y tal vez, incluso, en el diseño de las campañas de vacunación. Pero nada de eso tiene que ver con las viejas y nuevas supersticiones acerca de las vacunas.

priapil dijo...

Muy interesante y objetivo; lo que no "me cuadra" es la trombosis ocasionada por una mala aplicación. Buscaré información al respecto y lo platicamos.