(Respuesta
fraternal, junto con un abrazo, al artículo de Guillermo Almeyra
“Sobre frentes y alianzas” del
26 de febrero de 2017, réplica a mi texto “Hacia
un frente amplio”.)
Si Morena fuese exclusivamente un partido político electoral, y si su único y último propósito fuera llevar a su principal dirigente a la Presidencia, muchos no militaríamos allí. Es claro que la institucionalidad electoral mexicana está diseñada para uniformar, uncir y desvirtuar a cualquier corriente opositora organizada en partido con registro. Así ha ocurrido con formaciones de izquierda que acabaron como aparatos burocráticos sin más horizonte que los intereses de sus dirigentes, agencias de colocaciones y comodines electorales para aceitar el juego de las alianzas.
Además,
la mera conquista del poder formal no garantiza la consecución de un
programa de reconstrucción política, económica y social como la
que el país requiere con urgencia y que es condición indispensable
para iniciar la construcción de una nueva sociedad. Para avanzar en
ese rumbo se debe impulsar las luchas, las causas, las resistencias y
los movimientos populares, lo que implica trabajar con, desde y para
las autonomías, las horizontalidades y las marginalidades. Es allí
donde se piensan y diseñan los posibles trenes de aterrizaje del
anticapitalismo.
Sería
espléndido que estuviera en construcción una instancia de
coordinación de todas las causas sociales, ciudadanas y populares al
margen de la formalidad institucional y capaz de disputarles el poder
o, al menos, que hubiera posibilidades concretas de emprender tal
construcción. Pero no parece probable que pudiera surgir en el
México actual un equivalente del Soviet de Petrogrado. Y a falta de
ese polo, las causas, los pueblos, los sindicatos, los movimientos
sociales y las insurgencias locales permanecen aisladas unas de
otras, vulnerables, siempre bajo los riesgos de la derrota represiva,
la neutralización y la cooptación. Por sí mismos, esos movimientos
no están en capacidad de plantearse como alternativa al régimen.
Desde
luego, Morena no es ni pretende ser un partido de clase, pero el
núcleo de su plataforma procede de las causas mencionadas y para
instaurar una política de Estado que les sea favorable recurre, como
medios, a la vía electoral y a las alianzas. El partido no acude a
las luchas de abajo en busca de votos; quiere los votos de la
ciudadanía en general para dar a esas luchas acceso a posiciones de
poder.
En
un caso personal, ha sido por medio de Morena que el que escribe ha
podido conectarse con la CNTE y los trabajadores de la Salud, con la
Asamblea Popular de Tixtla, con comunidades de la Sierra Norte de
Puebla y de la Meseta Purépecha, en Michoacán, con movimientos
urbanos en resistencia a megaproyectos, con presos políticos de
Oaxaca, con las comunidades heroicas de Nochixtlán e Ixmiquilpan,
entre otras.
La
articulación con luchas de esa clase es la única garantía de que
una alternativa progresista se mantenga fiel a su ideario, tanto en
la oposición como en caso de que gane una elección presidencial,
logre defender su triunfo y acceda al gobierno.
Sin
duda, es inevitable que entre un movimiento popular (local, regional
o nacional) y un partido nacional se presenten colisiones, como
ocurrió en torno al famoso “punto 6” del décalogo en defensa de
México que planteó AMLO en enero pasado y que reseñó
en estas páginas nuestro colega Gilberto López y Rivas. Tengo
para mí que más fácil será gestionarlas y solucionarlas mientras
mayor y más estrecha sea la articulación entre Morena y las causas
sociales, y mientras más amplia sea la capacidad de éstas para
conformar polos de poder popular.
Ciertamente,
en tanto que organización pluriclasista, al partido no le toca
saldar contradicciones entre clases a favor de una de ellas sino
resolver conflictos y conformar consensos entre sectores sociales y
lo hace, al menos, sin pretender el sometimiento o aplastamiento de
los jodidos, sino buscando anteponer los intereses de la mayoría a
los de la minoría.
* * *
Hoy
se cumple un año del asesinato aún impune del doctor Venancio
Queupumil Cabrera en Cuautitlán Izcalli. Mapuche de sangre, mexicano
por adopción y comunista de convicción, dedicó su vida a luchar
por los derechos y por la salud de los condenados de la tierra. Por
ello sufrió persecución de la dictadura pinochetista y debió
abandonar su Chile natal. Se formó profesionalmente en La Habana y
en México combinó el ejercicio de la medicina con la militancia en
la organización Rumbo Proletario. La pudrición político-delictiva
que padece el Estado de México se cobró la vida de un hombre grande
y bondadoso y hasta la fecha no hay justicia.
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