2.3.99

King ante la jeringa


Algunos opinadores de prensa de Texas dicen que describir a John William King como una bestia sería demasiado suave, además de ofensivo para con las bestias. Este joven de 24 años se inició en las lides de este mundo como bebé abandonado a los pocos meses de nacer. Fue adoptado por el tejano Ronald King y su esposa, quienes lo criaron y educaron en un entorno de ideas de derecha. John William las derivó al racismo, se hizo tatuar en diversas partes del cuerpo consignas supremacistas --orgullosamente ario-- y una cruz gamada, y el 7 de junio de 1998, en una carretera de Jasper, Texas, en compañía de dos amigos --Shawn Berry y Lawrence Brewer--, asesinó a James Byrd, un negro de 49 años que padecía de una incapacidad física, estaba borracho y pedía aventón. Los tres jóvenes indicaron a Byrd que podía subir a la camioneta. Luego hicieron un alto, lo golpearon, lo amarraron con cadenas a la parte trasera del vehículo y lo arrastraron por más de una milla hasta que el cráneo y un brazo se desprendieron del resto del cuerpo. De acuerdo con los peritos forenses, durante una buena parte del trayecto Byrd trató por todos los medios de mantener la cabeza despegada del pavimento. Luego, los tres muchachos tiraron los restos en la puerta de un cementerio para negros.

El viernes pasado, King fue condenado a muerte, y se convirtió en el primer blanco sentenciado en Texas a la pena capital por matar a un negro. Es probable que sobre sus compinches caigan sentencias iguales.

El fallo cuenta con la oposición de las hijas del asesinado, las cuales han manifestado su oposición a la pena de muerte. El padre adoptivo de King, por su parte, asegura, con los ojos llenos de lágrimas, que él y su difunta esposa invirtieron demasiado amor en este muchacho.

Este episodio legal constituye una prueba de fuego para quienes sostienen que el homicidio legalizado --mediante una inyección letal, en este caso-- es, en cualquier circunstancia, inadmisible y repudiable. Ocurre que King no tiene atenuantes: es un joven en pleno uso de sus facultades y, durante todos estos meses, las ha utilizado para sostener y argumentar --sin confesarse culpable-- sus idioteces racistas. Cometió su crimen con premeditación, alevosía y ventaja y no muestra señales de arrepentimiento. Por el contrario, durante todas las sesiones del juicio mantuvo una actitud desafiante.

En suma, King es un tipo abominable, carece del menor sentido de piedad y de sensibilidad humana y resulta extremadamente peligroso para la sociedad. ¿Merece, entonces, que le metan una dosis letal de veneno en el sistema circulatorio?

Yo pienso que no. Más aún, me parece que, de manera totalmente involuntaria, este joven nazi nos ha brindado a quienes nos oponemos a la pena de muerte un ejemplo extremo y utilísimo de su improcedencia.

King odia a los negros porque siente que amenazan la supremacía aria. Asesina a Byrd en forma atroz e introduce, en el apacible entorno social de Jasper, Texas, la ley de la jungla. Ahora King es una alimaña amarrada las 24 horas con un cinturón de alto voltaje --para impedir que intente una nueva agresión-- y la sociedad decide deshacerse de él por el método de la jeringa. Es lo más fácil. Así se evita el riesgo de que vuelva a matar. Además, al enterrarlo, se borrarían los excesos de un racismo subyacente, de clóset, que recorre el contexto social estadunidense pero que nunca debe pasar de los pensamientos a las palabras, y mucho menos a los actos. La sentencia de muerte contra King es, básicamente, un acto de defensa de los buenos modales.

Pero matarlo sería darle la razón; sería aceptar que la ley de la jungla es el único referente válido para las relaciones sociales.

Por lo demás, su ejecución impediría que John William King reflexione sobre lo que ha hecho. Si se le mantiene vivo, tarde o temprano este joven abominable podría explicarnos los sentimientos y los pensamientos que lo llevaron a la barbarie, y ese testimonio sería muy valioso para entender los mecanismos del odio.

Finalmente, King es un ser humano. Uno de los peores seres humanos, si se quiere, pero tiene derecho a seguir vivo.

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