Ahora han recogido a los muertos jóvenes y a los muertos
niños, han limpiado la sangre y han reparado los destrozos. En Littleton,
Denver, Colorado, queda una vida cotidiana salpicada de huecos. Seguramente, en
el sitio de la matanza, quitarán de las aulas los 15 pupitres que quedaron
libres para atenuar las ausencias. Las familias tendrán que acostumbrarse a un
dolor inmune a los analgésicos y la policía del condado tendrá que reconstruir
la gestación de los sucesos y encontrarle lógica a una historia que se resiste
a tenerla. Pero, más allá de las explicaciones forenses, persiste la pregunta
sobre el patrón de conducta de un ritual que ha causado, en los últimos tres
años, cientos de bajas fatales en las escuelas estadunidenses.
Lo más sencillo fue atribuir al cine y a la tele la
propagación de conductas violentas y criminales entre los escolapios del país
vecino. "Consumir en la pantalla 20 asesinatos por hora --nos decíamos--
no puede no tener efectos secundarios y daños colaterales". Pero es una
explicación ramplona. Según esa lógica, tendría que producirse, entre los
jóvenes que visitan con asiduidad los templos católicos, y que se exponen,
allí, a la contemplación de imágenes de extrema violencia, un número
significativo de crucificadores, decapitadores, flechadores y apuñaladores de
señoras dolientes.
La policía dice que los dos ángeles exterminadores acusados
de la matanza --habrá que fincarles responsabilidades a sus cadáveres-- habían
concebido un libreto mucho más devastador. Planeaban volar la escuela, causar
medio millar de muertes, atacar viviendas vecinas, secuestrar un avión y
estrellarlo en Manhattan. Las matrices de ese guión pueden, sin duda,
inscribirse en el género de películas y series de desastre y en los abundantes
thrillers impresos que conforman la parte sustancial de la cultura narrativa
del estadunidense medio. Pero el deseo de causar bajas y escombros guarda
parecido, también, con las incursiones de la OTAN en la Yugoslavia cada vez más
ex (si siguen los bombardeos y las expulsiones, habrá que hablar de la ex ex
Yugoslavia) y con los impulsos orgásmicos de Estado de descargar, de un golpe,
los arsenales acumulados durante lustros.
La motivación de lo ocurrido en Denver, los desaires y las
burlas de que eran objeto los exterminadores por parte de sus compañeros de
escuela, también recuerda el orgullo herido de Washington y de sus socios
cuando los representantes serbios los despreciaron en Rambouillet. Luego se
dijo que los ataques contra Serbia tenían por objeto evitar una limpieza étnica
que, por el contrario, ha resultado intensificada y apresurada.
O tal vez estos paralelismos son una mera alucinación y los
ángeles kamikaze de Denver no tienen nada que ver con los ángeles que todos los
días, desde hace un mes, depositan sobre Belgrado sus mensajes de muerte.
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