En Nueva York una corte absolvió recientemente a cuatro
policías blancos que mataron de 41 balazos a Amadou Diallo, un joven inmigrante
originario de Guinea que vendía sombreros en las calles. Tres de ellos tienen
antecedentes por haberse excedido, en otras ocasiones, en el uso de sus armas
de fuego. Según las explicaciones oficiales, los agentes del orden buscaban en
las calles del Bronx a un violador múltiple en el momento en que divisaron a
Amadou, quien se disponía a entrar al edificio donde vivía. Cuando la víctima
sacaba su cartera del bolsillo, los policías supusieron que el muchacho se
disponía a empuñar un arma y dispararon a discreción. No hay que olvidar estos
nombres: Sean Carroll, Edward McMellon, Kenneth Boss y Richard Murphy, los
asesinos absueltos, pertenecen a la Unidad de Delitos Callejeros (SCU, por sus
siglas en inglés). De cada 45 presuntos delincuentes detenidos por la SCU, sólo
10 son sujetos de arresto legal; los agentes de la corporación apenas reciben
entrenamiento, actúan sin supervisión directa y son calificados en función del
número de arrestados que logran y, en consecuencia, violan la Constitución
todos los días, según un policía retirado que habló para Newsday. Ya en 1997 un
gran jurado recomendó a las autoridades de la ciudad un mayor control sobre los
policías de la SCU, dos de los cuales habían disparado 24 tiros contra un negro
desarmado. Pero hoy en día, ante la ola de indignación que provocó la
absolución de los asesinos de Amadou, el alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani,
y el comisario de Policía, Howard Safir, se limitan a ofrecen a la opinión
pública la disyuntiva entre aceptar una policía ruda o dejar que la ciudad
caiga en la anarquía. Como dice Cynthia Cotts, del Village Voice, el mensaje de
los gobernantes neoyorquinos es que “incidentes aislados” como el homicidio de
Amadou, es el precio que hay que pagar para tener calles seguras.
Pero la muerte de este inmigrante de Guinea ųcorroborar el
dato de su nacionalidad implicó una ardua búsqueda, porque los medios
informativos dieron por referirse a él simplemente como "africano"ų
no es un mero accidente, sino la consecuencia de un patrón sistemático de
conducta racista, paranoica y brutal de la policía neoyorquina, y la
exoneración judicial y gubernamental de los homicidas confirma que esta
traducción práctica de la consigna de mano dura forma parte de una línea de
gobierno.
La absolución de cuatro policías blancos que acribillan de 41
balazos a un negro inocente contrasta con la condena a muerte del negro Mumia
Abu-Jamal, acusado de asesinar de un tiro a un policía blanco. En el juicio
inicial, realizado en Filadelfia entre junio y julio de 1982, se eliminó del
jurado, mediante amenazas de la Fiscalía, a los integrantes negros; se pasó por
alto que en el cuerpo de la víctima había un agujero de calibre .44, en tanto
que el arma del acusado era un revólver .38; se prescindió de peritos balísticos
y de médicos legistas porque la Corte no tenía fondos; se escamoteó la
comparecencia ante el jurado de testigos de descargo que desmintieron la
acusación contra Mumia y que fueron sistemáticamente intimidados; se prohibió
la presencia del acusado en la mayor parte de las audiencias, y se permitió que
el Fiscal basara parte de su alegato en la militancia política de Mumia, quien,
tras pertenecer al Partido Pantera Negra, se destacó como periodista y defensor
de los derechos humanos, especialmente los de los negros.
Desde entonces, Mumia, quien hasta su detención en 1981
carecía de antecedentes penales, ha vivido 22 horas al día en una celda
aislada, y cuando publicó el libro Live From Death Row (Addison-Wesley, 1995)
se le castigó con la cancelación total de visitas y llamadas telefónicas. En el
afán de aislar a este prisionero, el sistema penitenciario de Pensilvania
estableció incluso la prohibición a los medios de entrevistar o fotografiar a
cualquier reo en el estado.
Amadou, con 41 balazos en el cuerpo, está muerto. Mumia está
vivo, pero Estados Unidos insiste en enviarlo a la tumba ųeste año, de ser
posibleų con una dosis de sustancias venenosas en el organismo. Amadou vendía
sombreros en las calles de Nueva York y Mumia distribuía ideas de igualdad y
cambio social en Oakland y en Filadelfia. Uno nació en Guinea y el otro en
Estados Unidos. Uno fue enterrado como víctima sin victimarios y el otro fue
condenado a muerte como victimario sin víctima. Ambos son negros y miembros de
la especie humana.
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