Uno despliega los pulmones para recibir el aliento de la
primavera, pero entonces, desde el Atlas que
reposa en el librero, llega un olor a carne humana frita. Hay que abrir las
ventanas de par en par, no para recibir los aires primaverales, sino para ventilar
la casa y revisar qué es esa quemazón en el libro geográfico. En la doble
página de África se localiza el incendio: en Kanungu, no lejos del Lago Eduardo
y las fronteras con el Congo y Ruanda. Un número de seres humanos imposible de
cuantificar, porque el fuego hizo bien su tarea, optó por la incineración en
vida en el interior de un templo herético cristiano, cerrado a piedra y lodo.
Entre los restos había bebés y niños y mujeres y hombres.
Unas horas antes, los pedazos chamuscados eran más bien gente
que comía pollo y pan de mijo, y bebía refrescos y pertenecía al Movimiento
para la Restauración de los 10 Mandamientos de Dios, un culto desprendido de la
Iglesia católica y excomulgado por Roma. Desde fines del año pasado, sus
dirigentes espirituales les dijeron que el fin del mundo estaba cerca. La
profecía fue recorrida del primer día del 2000 a estas fechas, cuando en el
Hemisferio Norte entra la primavera. Pensaban en su iglesia como el Arca de
Noé, y se congregaron en ella cuando se les anunció la llegada del tiempo de la
calamidad.
Hay que abrir bien las puertas y ventanas para enterarse del
destino de esos pobres creyentes. Ellos, antes de encerrarse en el recinto y
clausurar sus puertas y ventanas con tablas clavadas, sacrificaron una vaca y
se la comieron. Quiere decir que los integrantes de esa comunidad religiosa no
la pasaban tan mal, como el resto de sus compatriotas. Uganda es un país
difícil para las cifras.
A falta de un censo oficial confiable desde 1970, la CIA
proyectó, en julio de 1999, una población de 22 millones 800 mil almas, con un
ingreso per cápita de mil 20 dólares al año. Una fuente local habla de un PIB
per cápita de 850 dólares, y el Estudio de países de la Biblioteca
del Congreso de
304.
El espionaje estadunidense, que tiene las cifras más
optimistas, atribuye a los ugandeses una esperanza media de vida de 43.06 años
(42.2 para los hombres, 43.94 para las mujeres), una tasa de mortalidad
infantil de 90.68 por cada mil nacimientos y un índice de fertilidad de 7.03
hijos por mujer.
El porcentaje de analfabetismo es de 30.2 por ciento (o de
44 o de 50, según la fuente) y 55 por ciento de la población vive por debajo de
la línea de pobreza. El agro ocupa 86 por ciento de la fuerza de trabajo, pero
produce sólo 44 por ciento del PIB; los servicios, en cambio, emplean a 10 por
ciento de la fuerza laboral y producen 39 por ciento del producto interno
bruto. En el país hay una alta incidencia de malaria, tétanos, tuberculosis y
anemia, y el sida alcanza allí proporciones de peste bíblica.
No creo que estos datos hayan tenido incidencia alguna en la
decisión de los sacerdotes apóstatas de Kanungu de llevar a sus fieles al
paraíso dudoso de las llamas. Estaban convencidos, más bien, de la llegada del
tiempo de la calamidad, como si ésta no se hubiera instalado en Uganda, y
alrededor de ella, desde hace tres décadas, cuando el dictador Idi Amín Dada se
comía a sus más selectos opositores y guardaba los restos en el refrigerador
presidencial.
Ahora mismo se habla de una recuperación “espectacular”,
pero la corrupción devora el magro presupuesto estatal con una voracidad
análoga a la del antiguo tirano, los desasosiegos armados continúan presentes y
el país está cercado no sólo por lagos, sino también por un conjunto de vecinos
que sufren guerras civiles interminables.
El suicidio y el asesinato fueron inspirados, en todo caso,
por la inminencia de la primavera. Estas personas del Movimiento para la
Restauración de los 10 Mandamientos de Dios se parecen a sus próceres y
ancestros de Guyana, de Waco y de San Diego, al menos en un punto excluyente:
nadie actuó por pobreza ni por hambre.
El problema es que el Atlas (el
tomo, abierto, se ha ventilado y se disipa ya su aroma de prójimo a las brasas)
indica con terquedad que Uganda es un país mediterráneo, salpicado de lagos,
eso sí, y ecuatorial: es decir, la cintura del planeta pasa por la mitad de
Uganda, o sea que allí no hay más estaciones que la seca y la húmeda, que en
esas tierras el comienzo de la primavera septentrional le importa un rábano a
todo mundo y que el misterio de la parrillada, en consecuencia,
persiste.
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