Mucho se ha especulado sobre el trato que habría recibido
Elián González en Estados Unidos si hubiese tenido una nacionalidad distinta a
la cubana.
A fines de mayo, un hecho trágico ocurrido en Arizona
despejó cualquier duda al respecto: la inmigrante Yolanda González Galindo, de
19 años de edad y originaria de San Pedro Chayuco, Juxtlahuaca, en la Mixteca,
murió deshidratada después de cuatro días de caminar por el desierto. Había
salido de Nogales, Sonora, con un grupo de indocumentados a los que un pollero anónimo
les aseguró que la caminata duraría cuatro horas. Yolanda llevaba con ella a su
hija Elizema (o Elizama) Hernández González, de 18 meses, y la pequeña
sobrevivió.
Los agentes de la patrulla fronteriza localizaron a la madre
muerta y a la hija viva nueve kilómetros al sur de la comunidad de Sells. La
prensa no registra el destino del cadáver, pero sí el de la bebé, quien fue
entregada al Consulado Mexicano que, a su vez, la envió al DIF de Nogales; de
ahí, la niña pasó al DIF estatal, en Hermosillo, que la entregó, previa escala
en la ciudad de México, al DIF de Oaxaca. La semana pasada, un juez familiar
anunció que entregaría a la menor a la custodia provisional de la abuela
materna, en tanto el padre (quien, al parecer, reside en Estados Unidos) decide
si ejerce o no la patria potestad.
Todo en la historia de Elizema (o Elizama) resulta un tanto
brumoso e incierto. El 4 de junio, un vocero de la patrulla fronteriza en Yuma
anunció el hallazgo de una mujer de 19 años y de su hija de dos, procedentes de
Oaxaca, que se encontraban vivas pero deshidratadas, y que habían atravesado el
desierto. El nombre que se manejó fue Carmen Saavedra, y no Yolanda González.
Tal vez fuese un error de identificación o tal vez haya sido
un caso similar, ocurrido bajo el mismo sol implacable de Arizona y bajo el
acoso de los rancheros que en esta temporada practican el deporte de la cacería
humana. Pero el hecho es que ningún estadunidense se cuestiona qué hacer con un
niño (o niña) hallado junto al cadáver de su madre en alguna zona inhóspita de
la región fronteriza: lo entregan a las autoridades migratorias, y éstas
tampoco vacilan a la hora de dar el próximo paso: lo turnan al consulado que
les quede más cerca para efectos de repatriación.
En el caso de Elizema (o Elizama), nadie, lo que se dice
nadie, desde Alaska hasta Florida, pensó que pudiera ser cruel o inhumano --y
no digo que lo sea-- la devolución de la niña a las condiciones de miseria y
marginación que imperan en San Pedro Chayuco, Juxtlahuaca, en la región
Mixteca, y de las que su madre trató, con mala fortuna, de sacarla. No hubo al
respecto un debate nacional ni encuestas en línea ni talk shows y
pornografía sentimental en horario televisivo estelar, ni conflicto o diferendo
jurisdiccional alguno entre México y Washington.
Las tragedias de Elián y de Elizema (o Elizama) se parecen:
ambos perdieron a sus madres cuando éstas intentaban llegar a territorio de
Estados Unidos, huyendo de entornos económicos adversos y buscando reunirse con
sus respectivas parejas. Ahí terminan las diferencias. Elián podía ser
capitalizado como un símbolo político para la mafia cubana de Florida y Elizema
(o Elizama) era sólo una pieza menor, incidental e indeseable en los juegos de
esparcimiento de los rancheros de Arizona.
Sin proponérselo, echó abajo la montaña de demagogia que se
ha acumulado en torno a Elián. La manifiesta discriminación en su contra la
salvó de convertirse en rehén político-sentimental de los gringos. Su odisea
fue, por eso, mucho más breve, y ya se encuentra en San Pedro Chayuco al lado
de su abuela.
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