El rito islámico prescribe que, en el camino a La Meca, al
pasar por el puente de Jamarat, cada peregrino del haj debe lanzar siete
piedras al día, durante tres días, a cada uno de los tres monolitos erigidos en
ese lugar y que simbolizan al Diablo. Ayer, 23 mujeres y 12 hombres --que,
sumados, dan 35, es decir, cinco por cada piedra que cada musulmán debe tirar a
cada estela-- murieron apachurrados durante la lapidación. Por una razón
cualquiera, la multitud se descontroló y, en vez de concentrarse en la abominación
de Satán, pisoteó y asfixió a decenas de sus propios integrantes. Hace tres
años ocurrió en Jamarat un accidente similar, aunque más grave, pues dejó 118
muertos y casi 200 heridos. Es probable que la causa de estas desgracias no sea
un afán de revancha del Maligno por los castigos que se infligen a su
representación en piedra, sino el menosprecio y la falta de organización con
que las autoridades de Arabia Saudita reciben a los millones de fieles
procedentes de todo el mundo islámico y que viajan cada año a La Meca para
cumplir con el precepto coránico. Hacinados y tratados como si fueran reses,
los peregrinos han sido víctimas de otras catástrofes, como el incendio
ocurrido en Mena en 1997, en donde 343 integrantes de la Uma perdieron la vida.
Tal vez la determinación de los actuales dueños de Afganistán
de destruir todas las expresiones del arte budista preislámico en ese país
mediante disparos de tanque y de artillería antiaérea también pueda atribuirse
a un designio satánico, de no ser porque el vandalismo tiene una explicación
alternativa más prosaica. Las intervenciones extranjeras en ese territorio
puente entre oriente y occidente impidieron la formación de instituciones
nacionales y pulverizaron las pocas que había. Afganistán fue convertido en
teatro de la guerra fría a raíz de la atroz injerencia militar soviética de
fines de los setenta, y posteriormente fue usado como campo para dirimir
complejas disputas e intereses geopolíticos de Pakistán, Irán, India, China y
Rusia.
Las intervenciones han aprovechado y exacerbado la división
del país en tribus diversas y a veces antagónicas, y la dispersión social
consecuente creó las condiciones propicias para que los talibanes, un grupo de
fanáticos alucinados, surgido en los seminarios coránicos del sur del país,
llegara al poder e impusiera con facilidad una dictadura fundamentalista sobre
una población cuya tasa de analfabetismo rebasa 70 por ciento.
Entre sus primeras medidas, ese “gobierno” prohibió a las
mujeres efectuar cualquier trabajo que no fuera el doméstico e ilegalizó la
música occidental y las señales de televisión procedentes del extranjero.
En vez de buscar el diálogo con las autoridades de Kabul,
Estados Unidos, en nombre de la comunidad internacional, bombardeó territorio
afgano y promovió e implantó un férreo bloqueo contra el país. Con ello se
logró radicalizar las posturas integristas de esos gerifaltes que ahora se
cobran una venganza más estúpida que satánica contra las hermosas, gigantescas
e indefensas representaciones de Buda, no tanto porque sean una ofensa al Islam
sino porque el resto de la humanidad (o sea, todo mundo menos los talibanes)
las considera un patrimonio histórico invaluable.
Otro suceso reciente que podría ser interpretado como muestra
de la actividad del Maligno es la creciente violencia entre israelíes y
palestinos: un atentado dinamitero de autoría palestina en Netanya, con saldo
de cuatro muertos y 60 heridos, un palestino atacado a mordidas por israelíes
enfurecidos, más los ataques de represalia que cabe esperar por parte de Tel
Aviv.
Esos bombazos contra Israel, sin duda criminales e
injustificables, podrían ser inspirados por el Diablo, pero hay a la mano una
razón más simple: la desesperación ciega de grupos político-religiosos
palestinos que, tras siete años de proceso de paz, no han visto más resultado
que la continuada opresión, la intolerancia, el cerco y la humillación por
parte de Israel hacia los habitantes de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental
y hacia sus nacientes instituciones nacionales.
En esa medida, el círculo vicioso del terrorismo palestino y
las represalias israelíes --que merecen el nombre de terrorismo de Estado--
puede ser interpretado como una conspiración de Satanás en este mundo, pero
acaso sea, simplemente, un espejo de la banal y exasperante crueldad humana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario