6.3.01

Venganzas de Satán


El rito islámico prescribe que, en el camino a La Meca, al pasar por el puente de Jamarat, cada peregrino del haj debe lanzar siete piedras al día, durante tres días, a cada uno de los tres monolitos erigidos en ese lugar y que simbolizan al Diablo. Ayer, 23 mujeres y 12 hombres --que, sumados, dan 35, es decir, cinco por cada piedra que cada musulmán debe tirar a cada estela-- murieron apachurrados durante la lapidación. Por una razón cualquiera, la multitud se descontroló y, en vez de concentrarse en la abominación de Satán, pisoteó y asfixió a decenas de sus propios integrantes. Hace tres años ocurrió en Jamarat un accidente similar, aunque más grave, pues dejó 118 muertos y casi 200 heridos. Es probable que la causa de estas desgracias no sea un afán de revancha del Maligno por los castigos que se infligen a su representación en piedra, sino el menosprecio y la falta de organización con que las autoridades de Arabia Saudita reciben a los millones de fieles procedentes de todo el mundo islámico y que viajan cada año a La Meca para cumplir con el precepto coránico. Hacinados y tratados como si fueran reses, los peregrinos han sido víctimas de otras catástrofes, como el incendio ocurrido en Mena en 1997, en donde 343 integrantes de la Uma perdieron la vida.

Tal vez la determinación de los actuales dueños de Afganistán de destruir todas las expresiones del arte budista preislámico en ese país mediante disparos de tanque y de artillería antiaérea también pueda atribuirse a un designio satánico, de no ser porque el vandalismo tiene una explicación alternativa más prosaica. Las intervenciones extranjeras en ese territorio puente entre oriente y occidente impidieron la formación de instituciones nacionales y pulverizaron las pocas que había. Afganistán fue convertido en teatro de la guerra fría a raíz de la atroz injerencia militar soviética de fines de los setenta, y posteriormente fue usado como campo para dirimir complejas disputas e intereses geopolíticos de Pakistán, Irán, India, China y Rusia.

Las intervenciones han aprovechado y exacerbado la división del país en tribus diversas y a veces antagónicas, y la dispersión social consecuente creó las condiciones propicias para que los talibanes, un grupo de fanáticos alucinados, surgido en los seminarios coránicos del sur del país, llegara al poder e impusiera con facilidad una dictadura fundamentalista sobre una población cuya tasa de analfabetismo rebasa 70 por ciento.

Entre sus primeras medidas, ese “gobierno” prohibió a las mujeres efectuar cualquier trabajo que no fuera el doméstico e ilegalizó la música occidental y las señales de televisión procedentes del extranjero.

En vez de buscar el diálogo con las autoridades de Kabul, Estados Unidos, en nombre de la comunidad internacional, bombardeó territorio afgano y promovió e implantó un férreo bloqueo contra el país. Con ello se logró radicalizar las posturas integristas de esos gerifaltes que ahora se cobran una venganza más estúpida que satánica contra las hermosas, gigantescas e indefensas representaciones de Buda, no tanto porque sean una ofensa al Islam sino porque el resto de la humanidad (o sea, todo mundo menos los talibanes) las considera un patrimonio histórico invaluable.

Otro suceso reciente que podría ser interpretado como muestra de la actividad del Maligno es la creciente violencia entre israelíes y palestinos: un atentado dinamitero de autoría palestina en Netanya, con saldo de cuatro muertos y 60 heridos, un palestino atacado a mordidas por israelíes enfurecidos, más los ataques de represalia que cabe esperar por parte de Tel Aviv.

Esos bombazos contra Israel, sin duda criminales e injustificables, podrían ser inspirados por el Diablo, pero hay a la mano una razón más simple: la desesperación ciega de grupos político-religiosos palestinos que, tras siete años de proceso de paz, no han visto más resultado que la continuada opresión, la intolerancia, el cerco y la humillación por parte de Israel hacia los habitantes de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental y hacia sus nacientes instituciones nacionales.

En esa medida, el círculo vicioso del terrorismo palestino y las represalias israelíes --que merecen el nombre de terrorismo de Estado-- puede ser interpretado como una conspiración de Satanás en este mundo, pero acaso sea, simplemente, un espejo de la banal y exasperante crueldad humana.

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