Hay que
dar gracias a los raelianos porque con sus historias cloníferas nos brindaron
un poco de distracción y esparcimiento en este duro arranque de año y nos
dieron oportunidad de olvidar, así fuera por un momento, la persistencia de la
recesión, la inminencia de la guerra y la terquedad de la violencia.
La
comunidad científica sostiene que lograr la clonación exitosa de seres humanos
en la circunstancia actual del conocimiento y de la técnica es tan improbable
como convertir una cocina doméstica en estación espacial, y las apariciones
frente a las cámaras de la directora de Clonaid resultaron ajenas a toda
verosimilitud. Sin embargo, el anuncio levantó un revuelo mediático sólo
explicable por la carencia de otros insumos noticiosos en los días críticos de
diciembre.
Vaya la
impostura en abono de la audacia sectaria: habida cuenta de la repulsión moral
que suscita la perspectiva de replicar personas, el presumible embuste
difundido por Clonaid podría ser tan peligroso y autodestructivo como si los
guerrilleros colombianos anunciaran que poseen armas atómicas.
Hasta
ahora, para fortuna de la secta, todo ha quedado en réplicas condenatorias por
parte de Bush y del Papa. Ni uno ni otro pararon mientes en el sentido
mercadológico y mediático de la conferencia de prensa ofrecida por la doctora
Brigitte Boisselier y se apresuraron a condenar lo que fue, a lo sumo y de
acuerdo con la información disponible, una mera clonación de dividendos para la
polémica empresa establecida en Bahamas. Juan Pablo II se escandaliza porque ve
en la hipotética práctica reproductiva una competencia demasiado directa a las
atribuciones de su jefe máximo y el presidente de Estados Unidos pierde el
sueño sabrá Dios por qué, acaso porque se imagina la proliferación de miles de
millones de códigos genéticos de Osama Bin Laden.
Con
esos temores en mente, los máximos superpoderes espiritual y militar del mundo
se han avenido a entrar en polémica con los seguidores de un señor que dice
estar empeñado en construir una embajada para extraterrestres y que no tiene
empacho en proponer el asunto de la clonación como el preludio a la vida
eterna: el siguiente paso será introducir, en el cerebro en blanco de un bebé
clonado, todo el registro mental del donador de ADN, incluidas sus capacidades
inductivas y deductivas, su complejo de Edipo y sus fantasías presidenciales o
monarcales con la misma facilidad con la que hoy día se respaldan los datos de
una computadora en otra.
La
investigación científica y tecnológica seguirá avanzando y hará posibles procedimientos
sencillos y confiables para clonar de manera satisfactoria mamíferos
superiores. No se necesita para ello más impulso que la perspectiva de
incrementar el margen de ganancia sobre el pastrami y las chuletas de cerdo.
Pero una vez que tales procedimientos estén puestos a punto, nada impedirá que
los ególatras, los estériles o los delirantes manden a hacer fotocopias
genéticas de sí mismos.
Los
detractores de la clonación harán todo lo que esté de su parte para convertirla
en negocio jugoso. La prohibición no la suprimirá, sino que será un factor de
encarecimiento. Lo que hoy no es más que una pastorela de alta tecnología podrá
convertirse entonces en una actividad de decenas de miles de millones de lo que
sea. Alabados sean los seres galácticos y los terrestres idiotas que les siguen
el juego.
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