En
Puerto España, la capital de Trinidad y Tobago, un redactor y un fotógrafo del
ruidoso Sunday
Express consiguieron la historia de sus vidas: activistas del grupo
clandestino Frente Islámico los llevaron, con los ojos vendados, a un sitio en
el sur de la isla principal, donde les mostraron unas botellas supuestamente
llenas de armas químicas. La nota fue retomada por el hilo de AFP y de ahí pasó
a publicaciones menos divertidas que el Express, como el madrileño El
Mundo. Según la nota, los exhibicionistas de los venenos amenazaron a
Estados Unidos e Inglaterra con atacar objetivos de esos países en caso de que
Washington y Londres emprendan la guerra contra Irak.
La
historia es continuación de otra, publicada en diciembre del año pasado por el Express,
que introducía a los atribulados lectores británicos en el tema de las amenazas
terroristas provenientes de Trinidad y Tobago, que podrían concretarse en el
próximo carnaval (febrero) y que tendrían el rostro de un tal Umar Abdullah,
buscado por agentes de la FBI y de las fuerzas especiales inglesas (SAS)
destacados en Puerto España.
El pie
de realidad para las noticias de esta clase podría ser el 6 por ciento de
población musulmana de Trinidad y Tobago y la sangrienta revuelta de 1990,
emprendida por Yasin Abu Bakr y sus matones del grupo islámico Jamaat Al
Muslimeen. Además, en las versiones se enfatiza que la nación caribeña es un
importante productor de petróleo y un receptor de inversiones ingentes en el
ramo de la petroquímica; habría que agregar que en Trinidad y Tobago se ubica
una planta de importancia regional de licuación de gas natural, desde la cual
se exporta a Estados Unidos y España.
Por lo
demás, la gestación de ataques terroristas y el almacenamiento de armas de
destrucción masiva en esa isla paradisiaca del Caribe se parece hasta la
sospecha al guión de la película Mentiras verdaderas (True
lies) que protagonizaron Arnold Schwarzenegger y Jamie Lee Curtis. La
diferencia sustancial entre la producción de James Cameron y la información del Express reside
en que, en la cinta, los terroristas islámicos se hacían de un par de bombas
atómicas, mientras que en la segunda no han podido exhibir más que unas
humildes botellas con agua sucia.
Si se
hurga un poco más se descubrirá que la verdadera red terrorista --es decir, la
conspiración interesada en causar pánico-- tal vez no cuente con armamento
químico ni atómico, sino con una serie de medios informativos que incluyen,
además del Express,
a la revista Insight
the News, difusora de los rebuznos conservadores del clan Bush, promotora
de la prohibición del divorcio y divulgadora de cosas mucho más delirantes que
las fotos con frascos de armas químicas: la presencia de Al Qaeda en Puerto
España y los esfuerzos de Hugo Chávez por “conectar a las redes terroristas
internacionales con los servicios de seguridad de su país” y “clonar la
revolución cubana y convertir a Venezuela en una base terrorista”. El dato
esclarecedor es que Venezuela y Trinidad y Tobago son vecinos y que, con ayuda
de unos buenos prismáticos, casi es posible entablar una conversación en el
idioma de los sordomudos entre un país y otro.
La
guerra contra el terrorismo se desarrolla en el frente militar, en el
diplomático y en el mediático. En este último se dan cita instituciones de elegancia
incuestionable como The
New York Times y
otras que, como The
Sunday Express, apestan a loción barata.
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