Tal vez
algunos desconozcan la carga irónica detrás del mote de Il
Cavaliere con
que se conoce a Silvio Berlusconi. Silvio Heliogábalo lo
llamó Antonio Tabucchi --autor que ahora sufre en la Italia berlusconiana el
problema de la censura--, en evocación de aquel corruptísimo emperador romano
(218-222) que sirvió de ejemplo a John Locke para argumentar sobre la
indisoluble relación entre la esencia humana y un cuerpo y una forma
específicos: “No creo que nadie, por seguro que esté de que el alma de
Heliogábalo resida en uno de sus cerdos, diga que ese cerdo es un hombre, o que
es el propio Heliogábalo”, asentaba el filósofo en su Ensayo
sobre el entendimiento humano.
Pero Il
Cavaliere o Heliogábalo no
tiene nada de caballeroso. Así pudo constatarlo Indro Montanelli, venerable
periodista de derechas de toda la vida que se lió en los negocios con el actual
gobernante y que salió tan decepcionado de la aventura que terminó llamando a
los italianos a votar por la izquierda. Así lo percibió también la opinión pública
europea el pasado miércoles, cuando el truhán impresentable se estrenó como
presidente de la Unión Europea (UE) insultando al diputado alemán Martin
Schulz, a quien comparó con un guardián nazi de campo de concentración. El
canciller Gerhard Schroeder exigió que Il Cavaliere se
retractara y ofreciera disculpas. Como la presión era tan fuerte, al día
siguiente, Berlusconi llamó por teléfono a Schroeder para pedir perdón. Pero el
viernes declaró que no había ofrecido ninguna disculpa; “sólo subrayé que yo
había sido el ofendido”, dijo el tramposo político-empresario.
Por sí
solas, la patanería y la bajeza de Berlusconi podrían ser un desdoro menor para
la UE; a fin de cuentas, ninguno de los textos fundamentales de ese
conglomerado de naciones prohíbe explícitamente que el presidente en turno
arroje excrementos a sus críticos. Lo más grave es que la Europa comunitaria,
que se pretende modelo de legalidad, democracia y justicia, esté presidida por
un sujeto de largos y graves antecedentes penales. Montanelli no tenía otra
forma de explicarse el origen de la fortuna de Berlusconi que el reciclaje de
dinero sucio. Il
Cavaliere ha
sido investigado por evasión fiscal, soborno, asociación con la mafia, lavado de
dinero y hasta por su presunta participación en el asesinato de un juez. Cuesta
creer que en el contexto de la democracia italiana los procesos e indagatorias
correspondientes --algunos aún en curso-- no se hayan constituido en un
impedimento insalvable para que un sujeto como Berlusconi conquistara, por segunda
ocasión, en 2001, la jefatura del gobierno. Pero, según los indicios
disponibles, Il
Cavaliere se
lanzó a la política precisamente para alcanzar posiciones que le permitieran
tapar sus ilegalidades y asegurar la impunidad. Y hasta la fecha, el premier
italiano ha logrado que sus partidarios en el parlamento impidan cualquier
investigación de sus negocios turbios.
Pero,
más allá de inelegancias e ilegalidades, el ascenso político de Berlusconi es
una exhibición de inmoralidad: la que implica ser dueño de la mayor parte de la
televisión italiana y, al mismo tiempo, el jefe de los medios electrónicos del
Estado. Lo ilustra esta reflexión aparecida en el periódico madrileño El
País el
29 de junio: “Cuando el pasado 28 de mayo tomó asiento en la tribuna de
personalidades en el estadio Old Trafford para presenciar la final de la Copa
de Campeones, lo hacía en su triple condición de primer ministro italiano (los
dos equipos finalistas lo eran), presidente del Milán y gran patrón de la
televisión, porque fue una de las emisoras de su propiedad, Canale 5, la que
transmitió en directo el encuentro”.
Il
Cavaliere posee la mayoría de la empresa que controla los tres mayores
canales privados italianos; es propietario de Mondadori, la principal editorial
del país, cuyas divisiones de libros y revistas abarcan, respectivamente, 30 y
38 por ciento de los correspondientes mercados nacionales; es dueño, además,
del semanario Panorama,
los diarios Il
Giornale e Il
Foglio, un portal de Internet y hasta una empresa encuestadora, Datamedia,
que en la campaña electoral del año antepasado inflaba 7 por ciento las
preferencias electorales en favor de la coalición de nacionalistas, fascistas y
xenófobos que encabeza el propio Berlusconi.
En el
año 222, los mismos militares que habían encumbrado a Heliogábalo se hartaron
de él, lo asesinaron en una letrina y tiraron su cadáver al Tíber. La
democracia italiana ha tenido varias oportunidades de deshacerse --en un
sentido político, por supuesto-- de Berlusconi pero ha escogido, en cambio,
hundirse en el descrédito en compañía de su primer ministro. Antes del segundo
triunfo electoral de Il
Cavaliere, y ante la andanada de críticas de la prensa extranjera por su
impunidad ascendente, el empresario Giovanni Agnelli (Fiat) se quejó de que su
país estuviese siendo tratado como república bananera. No pudo reconocer que
cualquier nación que permita ser gobernada por un tipo como Berlusconi es una
república bananera. Ahora la institucionalidad política de la UE tendrá que
elegir entre hacer el vacío a su flamante presidente y sobrellevar con
discreción la vergüenza durante los próximos seis meses o asumirse como un
territorio de impunidad, corrupción y decadencia.
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