12.8.03

Videla y Astiz


La embajada francesa en Buenos Aires ocupa el Palacio de Ortiz Basualdo, en la céntrica avenida 9 de Julio. En el jardín de la sede diplomática, muy cerca de la entrada, hay una pequeña estela con 15 nombres, grabados en orden alfabético, bajo la siguiente leyenda: “En memoria de los ciudadanos franceses víctimas de la represión ilegal 1976-1983”. En sexto y séptimo lugares figuran Alice Domon y Léonie Duquet. De acuerdo con la información disponible, Alice y Léonie, dos monjas del Institut des Soeurs des Missions Etrangères Notre-Dame de la Motte, fueron detenidas el 8 y 10 de diciembre de 1977 por elementos del primer cuerpo del ejército argentino.

Veinte años antes, en un dispensario del oeste bonaerense, en Morón, ambas religiosas habían participado en el cuidado y la educación de Alejandro, un niño oligofrénico nacido el 7 de octubre de 1951 y muerto 20 años después a causa de un edema pulmonar en la colonia Montes de Oca, en un hospital para enfermos mentales abandonados y sin recursos económicos, pese a que entonces su padre, el general Jorge Rafael Videla, ocupaba ya una posición prominente en la jerarquía militar argentina, y su madre, Alicia Raquel Hartridge, empezaba a colarse entre las damas de la alta sociedad porteña.

Nadie sabe, hasta la fecha, dónde está enterrado el infeliz muchacho. Nadie conoce tampoco el sitio en el que se encuentran los restos de las monjas secuestradas por los subordinados del entonces dictador Videla. El 18 de diciembre de 1977 la oficina presidencial atribuyó la desaparición de las religiosas a un comando de Montoneros. Incluso difundió una foto en la que Alice y Léonie aparecían rodeadas de sus presuntos captores y con el emblema montonero a sus espaldas. Luego habría de saberse que las monjas estuvieron detenidas en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), donde se fabricó la fotografía y el supuesto comunicado montonero. Según el terrible testimonio de Andrés Castillo, sobreviviente de la Esma, Léonie caminaba “con la clásica dificultad de quien ha recibido electricidad en los genitales”. Un subordinado de Videla narró, años después, que el entonces dictador se puso “muy nervioso” cuando fue informado de la detención de las monjas y que, refiriéndose a los autores de la captura, exclamó: “Además de animales, seguramente son muy ineptos”. Luego el general se fue a comer y hasta la fecha no ha vuelto a tratar el tema.

La razón por la que las religiosas fueron desaparecidas, torturadas y seguramente asesinadas fue la vinculación de Alice con el grupo de familiares de desaparecidos que luego sería conocido en el mundo como Madres de Plaza de Mayo. Al parecer el secuestro de Léonie fue un error de los militares, quienes la confundieron con otra monja promotora de los derechos humanos. Junto con ellas fueron secuestradas y también desaparecidas tres de las primeras integrantes de la organización: Azucena Villaflor, Esther de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, así como otros siete familiares de desaparecidos que solían reunirse en la iglesia de la Santa Cruz: Raquel Bulit, Gabriel Horane, Remo Bernardo, José Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Angela Aguad y Patricia Oviedo.

Unos meses antes se había unido al grupo un joven muy guapo que se presentó como Gustavo Niño y se ostentó como hermano de un desaparecido. Con esa historia se ganó la confianza de los activistas de derechos humanos y fue invitado a las reuniones de la Santa Cruz. La noche del jueves 8 de diciembre de 1977 hubo un encuentro ahí, con el fin de reunir las contribuciones para pagar un desplegado. Al terminar la reunión, cuando los montones de monedas y billetes de baja denominación quedaron en una bolsa en manos de Esther de Careaga, Gustavo Niño se despidió de cada uno de los participantes con un beso. Fue una forma de señalarlos para los agentes de la dictadura que se encontraban, de incógnito, entre los fieles. En los dos días siguientes, cada uno de los besados fue detenido por efectivos del primer cuerpo del ejército, cuyo comandante máximo era el general Jorge Rafael Videla. Ninguno de los secuestrados ha aparecido hasta la fecha. Los 12 debieron sentir indignación y terror cuando volvieron a toparse con Gustavo Niño, pero ya no en el papel de hermano de un desaparecido, sino de torturador, ya con su nombre verdadero --Alfredo Astiz--, su grado de capitán de fragata y su cargo de oficial de operaciones del Grupo de Tareas 33/2 de la Esma.

Astiz sabía disparar contra civiles amarrados y aterrorizados. Otro conocido episodio en su trayectoria fue la muerte de la adolescente sueca Dagmar Hagelin (17 años), a la que asesinó de un tiro en la nuca para luego abandonar el cadáver en la cajuela de un coche robado. Reconoció su habilidad cuando declaró públicamente (el 23 de enero de 1998) que se consideraba “el mejor preparado para matar políticos y periodistas”. Pero la guerra es otra cosa: 15 años antes, Astiz se mostró como un militar cobarde y pusilánime, cuando en uno de los primeros episodios de la guerra de las Malvinas entregó las islas Georgias a los ingleses sin disparar un solo tiro.

En 1990 la justicia francesa juzgó en ausencia al ex militar argentino por los asesinatos de Alice y Léonie, y lo condenó a cadena perpetua. También ha sido reclamado por tribunales de Italia y Suecia. Pero Astiz estaba protegido e impune en Argentina. Ahora un tribunal de Francia se ha unido al juez Baltasar Barzón y exige que se le entregue a Astiz para someterlo a juicio.

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