La
embajada francesa en Buenos Aires ocupa el Palacio de Ortiz Basualdo, en la
céntrica avenida 9 de Julio. En el jardín de la sede diplomática, muy cerca de
la entrada, hay una pequeña estela con 15 nombres, grabados en orden alfabético,
bajo la siguiente leyenda: “En memoria de los ciudadanos franceses víctimas de
la represión ilegal 1976-1983”. En sexto y séptimo lugares figuran Alice Domon
y Léonie Duquet. De acuerdo con la información disponible, Alice y Léonie, dos
monjas del Institut des Soeurs des Missions Etrangères Notre-Dame de la Motte,
fueron detenidas el 8 y 10 de diciembre de 1977 por elementos del primer cuerpo
del ejército argentino.
Veinte
años antes, en un dispensario del oeste bonaerense, en Morón, ambas religiosas
habían participado en el cuidado y la educación de Alejandro, un niño
oligofrénico nacido el 7 de octubre de 1951 y muerto 20 años después a causa de
un edema pulmonar en la colonia Montes de Oca, en un hospital para enfermos
mentales abandonados y sin recursos económicos, pese a que entonces su padre,
el general Jorge Rafael Videla, ocupaba ya una posición prominente en la
jerarquía militar argentina, y su madre, Alicia Raquel Hartridge, empezaba a
colarse entre las damas de la alta sociedad porteña.
Nadie
sabe, hasta la fecha, dónde está enterrado el infeliz muchacho. Nadie conoce
tampoco el sitio en el que se encuentran los restos de las monjas secuestradas
por los subordinados del entonces dictador Videla. El 18 de diciembre de 1977
la oficina presidencial atribuyó la desaparición de las religiosas a un comando
de Montoneros. Incluso difundió una foto en la que Alice y Léonie aparecían
rodeadas de sus presuntos captores y con el emblema montonero a sus espaldas.
Luego habría de saberse que las monjas estuvieron detenidas en la Escuela de
Mecánica de la Armada (Esma), donde se fabricó la fotografía y el supuesto
comunicado montonero. Según el terrible testimonio de Andrés Castillo,
sobreviviente de la Esma, Léonie caminaba “con la clásica dificultad de quien
ha recibido electricidad en los genitales”. Un subordinado de Videla narró,
años después, que el entonces dictador se puso “muy nervioso” cuando fue
informado de la detención de las monjas y que, refiriéndose a los autores de la
captura, exclamó: “Además de animales, seguramente son muy ineptos”. Luego el
general se fue a comer y hasta la fecha no ha vuelto a tratar el tema.
La
razón por la que las religiosas fueron desaparecidas, torturadas y seguramente
asesinadas fue la vinculación de Alice con el grupo de familiares de desaparecidos
que luego sería conocido en el mundo como Madres de Plaza de Mayo. Al parecer
el secuestro de Léonie fue un error de los militares, quienes la confundieron
con otra monja promotora de los derechos humanos. Junto con ellas fueron
secuestradas y también desaparecidas tres de las primeras integrantes de la
organización: Azucena Villaflor, Esther de Careaga y María Eugenia Ponce de
Bianco, así como otros siete familiares de desaparecidos que solían reunirse en
la iglesia de la Santa Cruz: Raquel Bulit, Gabriel Horane, Remo Bernardo, José
Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Angela Aguad y Patricia Oviedo.
Unos
meses antes se había unido al grupo un joven muy guapo que se presentó como Gustavo
Niño y
se ostentó como hermano de un desaparecido. Con esa historia se ganó la
confianza de los activistas de derechos humanos y fue invitado a las reuniones
de la Santa Cruz. La noche del jueves 8 de diciembre de 1977 hubo un encuentro
ahí, con el fin de reunir las contribuciones para pagar un desplegado. Al terminar
la reunión, cuando los montones de monedas y billetes de baja denominación
quedaron en una bolsa en manos de Esther de Careaga, Gustavo
Niño se
despidió de cada uno de los participantes con un beso. Fue una forma de
señalarlos para los agentes de la dictadura que se encontraban, de incógnito,
entre los fieles. En los dos días siguientes, cada uno de los besados fue
detenido por efectivos del primer cuerpo del ejército, cuyo comandante máximo
era el general Jorge Rafael Videla. Ninguno de los secuestrados ha aparecido
hasta la fecha. Los 12 debieron sentir indignación y terror cuando volvieron a
toparse con Gustavo
Niño, pero ya no en el papel de hermano de un desaparecido, sino de
torturador, ya con su nombre verdadero --Alfredo Astiz--, su grado de capitán
de fragata y su cargo de oficial de operaciones del Grupo de Tareas 33/2 de la
Esma.
Astiz
sabía disparar contra civiles amarrados y aterrorizados. Otro conocido episodio
en su trayectoria fue la muerte de la adolescente sueca Dagmar Hagelin (17
años), a la que asesinó de un tiro en la nuca para luego abandonar el cadáver
en la cajuela de un coche robado. Reconoció su habilidad cuando declaró
públicamente (el 23 de enero de 1998) que se consideraba “el mejor preparado
para matar políticos y periodistas”. Pero la guerra es otra cosa: 15 años
antes, Astiz se mostró como un militar cobarde y pusilánime, cuando en uno de
los primeros episodios de la guerra de las Malvinas entregó las islas Georgias
a los ingleses sin disparar un solo tiro.
En 1990
la justicia francesa juzgó en ausencia al ex militar argentino por los
asesinatos de Alice y Léonie, y lo condenó a cadena perpetua. También ha sido
reclamado por tribunales de Italia y Suecia. Pero Astiz estaba protegido e
impune en Argentina. Ahora un tribunal de Francia se ha unido al juez Baltasar
Barzón y exige que se le entregue a Astiz para someterlo a juicio.
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