Pienso ahora en esa figura incierta y borrosa del panteón
nahua que tiene nombres diversos y advocaciones contrastadas: Ixcuina,
Tlazoltéotl, Tlacultéotl, Tlazolcuani o Tlaelcuani, la Comedora de Inmundicias
y una de las deidades mesoamericanas más sospechosamente próximas a los usos
del catolicismo porque redime de los pecados mediante la confesión. Tlazoltéotl
simboliza las sustancias más bajas, pero también, o por eso mismo, la
fertilidad, y se le considera una de las diosas madres, propiciadora y protectora,
además, de la lujuria y las relaciones carnales ilícitas; es hilandera, adivina
y comadrona, y a veces se engalana vistiendo la piel de los sacrificados.
Medio milenio después de la demolición de los ídolos de
piedra y su remplazo por ídolos de palo, esa diosa de la basura está viva,
recorre el planeta y propone sus formas peculiares de sanación social. Y es que
no es un consuelo de tontos, sino una pésima noticia, pero las clases políticas
del mundo en general están hundidas en la mierda y acompañadas en ella por una
masa de medios informativos que no pierde oportunidad de compartir las
abluciones.
Estados Unidos es gobernado por un tipo que llegó a la Casa
Blanca mediante un fraude electoral, se sostiene en ella mediante la mentira y
ha usado el poder --político, diplomático, militar-- para conseguirles
contratos a las empresas de sus amigos. La Unión Europea está presidida por un
mafioso italiano cuyos problemas con la justicia se remontan a 1979. Para qué
ir a buscar ejemplos a Rusia, Nigeria o Arabia Saudita.
De este lado del mundo las cosas no son mejores. Breve
recuento del Suchiate para abajo: el ex testaferro guatemalteco Alfonso
Portillo anda huido, al parecer por estos rumbos, porque en su país hay varias
averiguaciones judiciales en su contra por corrupción, lavado de
dinero y malversación de fondos; en diciembre pasado la justicia nicaragüense
condenó a 20 años de prisión y al pago de 17 millones de dólares al ex
presidente Arnoldo Alemán por lavado, fraude, malversación,
peculado, asociación e instigación para delinquir y delito electoral; en Perú,
como si no bastara con los escándalos de la mancuerna Fujimori-Montesinos, el
actual presidente, Alejandro Toledo, concedió a algunos parientes de su esposa
los contratos para la remodelación del palacio presidencial; en Argentina hay
dos ex presidentes --Carlos Menem y Fernando de la Rúa-- sujetos a proceso por
dar usos indebidos al dinero de la nación; en Ecuador el mandatario Lucio
Gutiérrez enfrenta acusaciones por actos de nepotismo y por haber recibido,
para su campaña electoral, fondos del narcoempresario César
Fernández de Cevallos; en Brasil se denuncia que algunos financieros vinculados
con los juegos de azar --legales e ilegales-- financiaron algunas campañas
electorales del PT, el partido del presidente Luis Inazio Lula da Silva.
Es de temer que las personas del poder público hayan
desarrollado una afición, o incluso una dependencia, a las abluciones inmundas.
Las cadenas de televisión y radio y los pasquines impresos acuden puntualmente
a beber los líquidos de sus pocilgas. Según conveniencias y gustos, los tragan
para ocultarlos o los vomitan para hacer más incluyente y generalizado el baño.
Ante la ausencia de propuestas para moralizar a los políticos, o para
rescatarlos de ese suculento infierno de sí mismos, es posible que alguna firma
con buen sentido del marketing y de
la oportunidad lance como producto de temporada el culto a Tlazoltéotl --o
Ixcuina, o Tlacultéotl, o Tlazolcuani o Tlaelcuani--, dirigido al mercado de
las personas del poder político y económico. A fin de cuentas, todo en estos
días --la espiritualidad, la salud, la educación, la muerte, el nacimiento, el
placer, el amor, la amistad, el poder, el servicio público, el oro y el
excremento-- es susceptible de volverse objeto de negocio.
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