- Invención y anonimato
- La polémica vida de Martin Niemöller
Bertolt Brecht
El texto ha rebotado de aquí para allá, en foros libertarios, publicaciones democráticas, discursos admonitorios y pesadillas personales, asociado a un nombre que no es el correcto. Dice más o menos así:
Cuando los nazis vinieron por los comunistas / me quedé callado; / yo no era comunista. / Cuando encerraron a los socialdemócratas / permanecí en silencio; / yo no era socialdemócrata. / Cuando llegaron por los sindicalistas / no dije nada; / yo no era sindicalista. / Cuando vinieron por los judíos / No pronuncié palabra; / yo no era judío. / Cuando vinieron por mí / no quedaba nadie para decir algo.
Qué honor: un día escribes o dices algo de validez universal, como las historias que involucran a zorras y uvas, o a cigarras y hormigas, y ya tienes al resto de la Humanidad repitiendo eternamente lo que pensaste, y cada cual lo expresa a su manera porque ni siquiera existe un texto para citar, con fidelidad o sin ella. Los hacedores de fábulas, de letrillas, de epopeyas y de refranes, son los más gloriosos porque se diluyen en la gente y acaban inmortalizados por más que nadie tenga la menor idea de su identidad. Tomen el caso del clip, un invento que todo mundo conoce, aunque muy pocos conozcan el nombre del noruego Johan Vaaler, falso o verdadero inventor de ese adminículo que terminó convertido en símbolo de la resistencia nacional frente a los ocupantes nazis; o el de la ley, una porquería utilísima de la que todos hablan con reverencia sin detenerse a recordar a Hammurabi, su primer codificador conocido; o el de la rueda, instrumento imprescindible para prácticamente todos los seres humanos que en el mundo han sido (así fuera para jugar y hacer juguetes, como en el caso de los americanos precolombinos), pero cuyo inventor se ha perdido para siempre en las tinieblas de los milenios idos. A la inmortalidad le gusta el anonimato.
El probable autor del pensamiento arriba citado permanece en la memoria colectiva también por otras cosas. Alguien, sin embargo, inventó que la paternidad correspondía al dramaturgo comunista Bertolt Brecht, acaso porque la idea es manifiestamente brechtiana. Pero no: al parecer, se le ocurrió a Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller, quien distaba mucho de ser un dramaturgo comunista. Era, en cambio, pastor protestante.
Hasta la fecha, su personalidad es carne de polémica. Nacido en Lippstadt en 1892, capitán de submarinos en la contienda de 1914-1918 y héroe de esa guerra, el hombre optó por la Teología y se ordenó en 1931. Hasta entonces había sido un resuelto partidario de Hitler y lo siguió siendo unos años más, hasta que el incipiente Tercer Reich trató de uncir las iglesias protestantes a su proyecto político y estableció que los judíos, incluso los conversos, debían ser expulsados de las organizaciones religiosas alemanas. Todavía en 1933, Niemöller describía el nacionalsocialismo como “un movimiento de renovación basado en fundamentos morales cristianos”, y en 1935 sostenía que los judíos seguirían sufriendo en tanto no se convirtieran: el castigo del pueblo de David era la prueba de que Dios es Cristo, el hombre llevado al martirio por los hebreos.
Sin embargo, el tipo creía en la redención y se opuso a los designios del gobierno de expulsar de las organizaciones religiosas a todos los judíos, incluidos los conversos. Al mismo tiempo, Niemöller se escandalizó por los empeños del Führer de uncir a su proyecto político a las iglesias protestantes de Alemania y de nombrar como “obispo del Reich” al nauseabundo Ludwig Muller. Empezó a disentir y criticó, en sus sermones, la detención de algunos religiosos que se opusieron a la medida, y en julio de 1937 fue arrestado, hallado culpable de “abusar del púlpito” y condenado a pagar una multa de dos mil marcos. En cuanto salió de la corte, fue detenido por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen para ser “reeducado”. Al año siguiente, Joseph Goebbels instó a Hitler a ejecutar al crítico, pero el Führer desestimó la idea. En cambio, Niemöller fue enviado a Dachau, en donde permaneció preso hasta las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí, en 1939, envió una carta en la que se ofrecía para servir en la armada alemana. La oferta fue desestimada, pero el gobierno dio a conocer la misiva a fin de desprestigiar al religioso. La resistencia reclamó que el documento era falso y, desde su encierro, el hombre empezó a convertirse en símbolo del rechazo al nazismo. Más tarde, los medios y los gobiernos estadunidenses y británicos, faltos de un héroe alemán poshitleriano, le dieron el papel a Niemöller.
Tras su liberación por los aliados, el pastor horrorizó a sus admiradores cuando declaró, en una conferencia de prensa en Nápoles, que la carta de 1939 era auténtica y que él nunca había estado en desacuerdo con Hitler en cuestiones políticas, y que sus diferencias con el nazismo eran meramente religiosas.
Con todo, Niemöller promovió la Declaración de Culpabilidad de Stuttgart, firmada por diversos líderes del protestantismo alemán, en la que se reconocía que las iglesias no habían hecho lo suficiente para combatir el nazismo. En 1961 fue elegido presidente del Consejo Mundial de Iglesias. Durante la guerra fría, Nimöller desempeñó un papel preponderante en los movimientos pacifistas europeos y siguió diciendo cosas provocadoras; por ejemplo, que para construir la fraternidad humana, los ricos debían ser aplastados. Luego declaró que el bombardeo nuclear de Japón convertía a Harry Truman en “el peor asesino del mundo después de Hitler”, y suscitó la furia del gobierno estadunidense cuando, en 1965, en plena guerra de Vietnam, se reunió en Hanoi con Ho Chi Minh. En 1982, en su 90 aniversario, dijo que había empezado su carrera política “como un ultra conservador que aspiraba al regreso del Kaiser y ahora soy un revolucionario; si llego a los cien años, es posible que me convierta en anarquista”.
Ahora bien: aquello de “Cuando vinieron por mí...” no es de Brecht, pero ¿es o no de la autoría de Niemöller? Unos dicen que sí, otros que no, y la verdad es que quién sabe. Si les parece, el domingo continuamos por la pista de ese texto, si es que antes, claro (el teclado se me haga chicharrón), no vienen por nosotros.
Ahora bien: aquello de “Cuando vinieron por mí...” no es de Brecht, pero ¿es o no de la autoría de Niemöller? Unos dicen que sí, otros que no, y la verdad es que quién sabe. Si les parece, el domingo continuamos por la pista de ese texto, si es que antes, claro (el teclado se me haga chicharrón), no vienen por nosotros.
2 comentarios:
Inventores, creadores de: artefactos o útiles y enseres.
Inventores, creadores de: palabras o de ideas.
¿Hay paralelismo? Extraño paralelismo.
¿DE QUIEN SERÁ REALMENTE LA FRASE:
"Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto"
OTRA VARIACION DE LA MISMA:
"Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario"
SE LE ATRIBUYE A SALVADOR DIAZ MIRON, A MORELOS, A TOLSTOI, ETC.
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