11.10.06

La epidemia Bush

  • 2.5 de cada 100 iraquíes han muerto
  • Polémica en torno a una carnicería



Es una bonita cifra. Con 655 mil dólares cualquiera puede aspirar a un retiro cómodo; con 655 mil hombres es posible invadir y ocupar un país de tamaño mediano; con 655 mil cabezas de ganado es posible asegurar las proteínas de una nación entera. Por desgracia, el guarismo se refiere a muertos: es el número de organismos humanos destruidos entre marzo de 2003 y julio de 2006 en la guerra de Bush en Irak. O sea, un promedio de 500 muertes violentas todos los días.

Esto dice un informe de la John Hopkins Bloomberg School of Public Health: que el 2.5 por ciento de la población del país ha sido eliminado como consecuencia de la guerra y que los soldados invasores han matado a uno de cada cien iraquíes que se encontraban vivos en marzo de 2003. Es parte del precio que los gobernantes estadunidenses y británicos le cobran a Irak por librarlo de Saddam Hussein, llevarlo a la modernidad democrática e insertarlo en una senda de progreso, paz y bienestar. Otra parte se paga en petróleo, contratos para Halliburton y ubicación estratégica en Medio Oriente. Lo bueno para todos es que la Casa Blanca no cobra de contado, sino que permite a los beneficiarios saldar su deuda en mensualidades: 15 mil cuerpos al mes, 500 diarios. Aún se desconoce la suma total de la operación. Hay que tener en mente, además, los casi tres mil invasores muertos y el número incierto de contratistas, funcionarios internacionales, periodistas y activistas extranjeros que han fallecido en el conflicto.

Por lo pronto, el asunto parece un buen negocio: que cinco iraquíes -todos cuentan: hombres, mujeres, ancianos, niños, kurdos, sunitas, chiitas, cristianos, gays y bugas, rubios y morenos, gordos y flacos, altos y bajos- se sacrifiquen para que otros 195 alcancen la felicidad terrenal. Para disponer de mejores elementos de juicio sería necesario, sin embargo, realizar otro estudio que nos dijera la proporción de los que fallecen en forma instantánea y venturosa (un balazo en mitad de la frente, el impacto de un misil, el estallido cercano de un coche bomba), cuántos se quedan unas horas o unos días, con las tripas al aire, a la espera de la oscuridad definitiva, y cuántos deben partir al otro mundo por el camino largo y difícil de Abu Ghraib y otros mataderos de ese estilo.

El número de las bajas iraquíes en la guerra de Bush es motivo de polémica. En las primeras semanas de la invasión el general Tommy Franks, del Comando Central de Estados Unidos, dijo que su tarea no era contar cadáveres. Ante ese vacío de información, y con la experiencia previa de Afganistán, surgió la iniciativa Iraqi Body Count (IBC), que ha venido realizando desde entonces un conteo basado en “una revisión exhaustiva de reportes de medios en línea procedentes de fuentes reconocidas”. Al día de ayer, IBC consignaba en su página web un mínimo de 43 mil 850 y un máximo de 48 mil 693 civiles muertos a consecuencia de la invasión estadunidense y señalaba que la tasa de defunciones “ha crecido en forma inexorable durante la presencia militar que encabeza Estados Unidos en Irak desde la invasión. IBC registró 6 mil 331 muertes entre el primero de mayo de 2003 y el 19 de marzo del año posterior; 11 mil 312 en el año posterior (20 de marzo de 2004 al 19 de marzo del 2005) y 12 mil 617 del 20 de marzo de 2005 en el periodo siguiente.
En abril de este año la organización Media Lens cuestionó con virulencia el trabajo de IBC y acusó a esa iniciativa de fabricar cifras aceptables para los partidarios de la guerra y la ocupación. La polémica --en la que parecen conjuntarse contrastes ideológicos, diferencias metodológicas y choque de personalidades-- sigue viva.

A diferencia de IBC, la Bloomberg School no se basó únicamente en un conteo de casos específicos, sino que realizó además un estudio estadístico de la mortalidad en la población de Irak antes y después de la incursión extranjera, y concluyó que en ese país se han registrado, de marzo de 2003 a julio de 2006, 654 mil 965 muertes “adicionales”, que el 91.8 por ciento de ellas ocurrieron en circunstancias violentas y que el 31 por ciento eran atribuibles a las fuerzas angloestadunidenses.

“Desde enero de 2002 y hasta la invasión en 2003, prácticamente todas las muertes en Irak se debieron a causas no violentas […] Las tasas de esta clase de fallecimientos se mantuvieron sin cambios desde los niveles previos a la invasión hasta 2006”, señala el estudio; “la tasa bruta de mortalidad posterior a la invasión duplica a la anterior, lo que nos coloca ante una emergencia humanitaria”, agrega el documento, divulgado por la revista médica The Lancet.

Podría resultar un tanto gracioso, si no fuera una realidad nauseabunda, que la aventura militar de la Casa Blanca sea abordada en una manera que recuerda los estudios epidemiológicos: ahí está el documento, desplegado en el sitio de The Lancet, entre informes sobre oncología y consumo de alcohol en pacientes críticos, en una revista médica que nunca ha sido filocomunista, y elaborado por una institución a la que nadie podría acusar de haberse vendido al “islamofascismo”, esa idiotez de término inventado por los halcones estadunidenses para justificar su cruzada.

A la luz de estas cifras, se comprueba que es injustificado, exagerado o por lo menos prematuro, comparar con Hitler al gobernante estadunidense: el primero consiguió liquidar a seis millones de judíos, dos de cada tres de los que había en Europa hacia 1933; en cambio, el segundo apenas ha logrado eliminar a dos centésimas partes de la población iraquí, equivalente a una décima parte de los hebreos asesinados por el alemán. En todo caso, no puede negarse que George Walker ha dado muestras indiscutibles de talento para el exterminio. Tal vez sea cuestión de darle tiempo. Y si algún nazi se siente ofendido con la comparación entre --dirá-- el trabajo metódico, riguroso y planificado del Führer y el de este texano chapucero según el cual la mayor parte de las muertes que ha causado son por error, o meras “bajas colaterales”, hay que preguntarse si la justificación no se debe a un exceso de modestia; porque es difícil, e incluso extremadamente improbable, dar muerte a 650 mil, o a 40 mil, o a mil personas, por equivocación.



6 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos.
Creo que los muertos imputables al Sr. Bush son muchos más.

Gustavo Tovar Juárez

Anónimo dijo...

Qué fotos... qué manos que reciben la muerte y qué pies que han recibido su pisada.

Unknown dijo...

Sí, claro, muchas muertes más debe el señorito fronterizo Bush. Y creo por demás, que no deberíamos compararlo con Hitler. Hitler era un mentecato, sí, pero con algo de sesos, con algo de cultura (tal vez desviada, pero al fin, educación, era "léido y escribido"), pero al imbécil de baby Bush, en todo caso, he de compararlo con... no, perdón, pero estupidez tan grande, sólo con los gorilas que desolaron el cono sur de este continente en los años setenta y ochenta.
Un artículo muy Interesante, Pedro. Gracias.

140789 dijo...

Baby Burry Bush será juzgado por la historia, por un genocidio peor, que el de Hitler y los gorilas del Cono Sur.

Muchas veces me he preguntado, ¿hasta que punto el Holocausto ha sido magnificado por los " aliados vencedores"?

U.S.A. Gran Bretaña e Israel

Yaoteka dijo...

Que poca madre la de ese loco alcohólico.

Para que vean hasta dónde pueden llegar las consecuencias de un fraude electoral.

Rafael dijo...

Es tan doloroso que, insulta terriblemente el silencio cómplice de casi todas las naciones, que por temores mezquinos no dicen ni pío.

¿Cuántos más deberán morir para que el orbe diga basta?