- Alex, un perico prodigio
- Los bonobos, cogelones y pacifistas
Durante mucho tiempo pensé que la historia era falsa de necesidad porque, a contrapelo de las apariencias, adiestrar a un perico para que repita palabras es difícil, aunque no tanto como convencer a Monseñor para que explore, sin culpas pero sin dañar a nadie, su propia sexualidad. Me parecía que el asunto era una representación simbólica de ese espíritu mecanicista que impera en las aulas de educación elemental en las que los menores se ven obligados a aprender cosas “como pericos”, es decir, sin preocuparse demasiado por conectar la lengua al cerebro. Pero esa idea común podría ser injusta, de acuerdo con las investigaciones de Irene Pepperberg, de la Universidad de Arizona, quien lleva décadas estudiando loros grises y sostiene que tras la capacidad de esos animales para emitir palabras se esconden capacidades cognitivas y comunicativas mucho más amplias de lo que suele pensarse. En ese tiempo, Irene ha conseguido que un yaco llamado Alex haya ido más allá de la identificación verbal de objetos concretos, se muestre capaz de nombrar y combinar categorías abstractas como color, número, forma y material, y utilice correctamente las expresiones “sí”, “no”, “quiero” y “no quiero”.
Por lo demás, el mes pasado el doctor Antonio Maura, también de Cambridge, informó que había observado a monos capuchinos enseñarles a sus congéneres técnicas de percusión de piedras. La idea de los micos consiste en hacer ruido para espantar a los depredadores y alertar al resto de la manada. Según el científico, que realizó sus observaciones en el norte de Brasil, este medio de comunicación resulta novedoso en la especie, cuyos especímenes suelen golpear objetos de manera innata pero sólo para romper nueces y frutas de cáscara dura. En el grupo de capuchinos estudiado, en cambio, la técnica les fue enseñada a ejemplares que fueron liberados en la zona tras haber sido criados en cautiverio. Como quien dice, técnicamente estos simios están ya tras las pistas de la rotativa y de la banda ancha.
A propósito de monos: hace un par de meses hice referencia a los hallazgos recientes en torno a la capacidad de algunos primates superiores de fabricar y adaptar herramientas en función de necesidades específicas, dato que constituye todo un gancho al hígado para el orgullo de los Homo sapiens. Y no es el único: está sólidamente documentado que entre los bonobos, especie de chimpancés que habita en el África central, son corrientes la comunicación simbólica, el altruismo, la compasión, la paciencia y el uso de hierbas medicinales. Ah, y también son comunes entre estos gráciles chimpancés prácticas tales como los besos de lengua, el sexo oral en todas las posiciones imaginables y en todas las combinaciones posibles (hembra-hembra, hembra-macho, macho-macho), así como los contactos genitales en parejas de machos y en ayuntamientos hembra-hembra (tribadismo).
Estos primates de alegres costumbres constituyen otro dolor de cabeza para El Vaticano: no podrá decirse que los hábitos sexuales de estos animalitos del Señor sean contra Natura.
Lo más importante: Richard Wrangham y Dale Peterson afirman que, como los hippies, los bonobos usan el sexo como mecanismo de reconciliación y prevención y superación de pleitos y que, posiblemente por ello, son una “de las especies más pacíficas y no agresivas de mamíferos que hoy día viven en la Tierra. Nos muestran que la danza evolutiva de la violencia no es inexorable”. Tal vez habría que convencer a Bush, a Cheney y a Condoleezza de que pasen unas vacaciones de verano entre una manada de bonobos. Estos lamentables ejemplares humanos podrían aprender allí los beneficios terapéuticos de la cogienda y atemperar por ese medio su desbocada belicosidad.