Los españoles recibieron ayer por la mañana un regalo precioso: en una década la esperanza de vida se les incrementó más de dos años, para situarse en 80.23. Eso dijo el Instituto Nacional de Estadística, que concedió existencias promedio de 83.48 a las mujeres, y de 77 años menos 15 días a los hombres. Tal vez la desaparición de ETA, el fin de las misiones militares a países como Afganistán y la prohibición de las pamplonadas contribuirían, así fuera por disminución de los ataques cardiacos, a sumar unos días a estos indicadores espléndidos. No está nada mal, si se considera que un español nacido en 1900 tenía derecho a permanecer en este mundo, en promedio, 35 años. Gonzalo Queipo de Llano, José Sanjurjo, Emilio Mola y Francisco Franco, incidieron, y mucho, en esa insoportable brevedad del ser, pues la guerra que emprendieron en 1936 provocó, en el trienio siguiente, que uno de cada 50 españoles (medio millón) ingresara a la estadística de manera precoz. Pero eso ya pasó y de algo tenía que servir la democracia, la integración a la Unión Europea y la proliferación de transnacionales bancarias y energéticas con sus negocios más jugosos aquí que allá.
No es ironía ni envidia: según datos de nuestro INEGI, la longevidad de los mexicanos (o su capacidad de sobrevivir a la economía) ha tenido un incremento tan espectacular, o más, que la española: de 1930 a la fecha, la esperanza media de vida pasa, en este lado del Atlántico, de 33 y 34.7 (hombres y mujeres), a 72.6 y 77.4, respectivamente, en el año 2006. Aquí la guadaña no era operada por alzados fascistas, sino por enfermedades contagiosas y materno-infantiles. Es significativa la diferencia entre Baja California y el Distrito Federal, con existencias promedio de 75.5 años, y Chiapas, Veracruz y Guerrero, en donde la vida dura 24 meses menos. Hay que tomar estos números con alguna cautela porque la institución que los emite fue convertida –y quién sabe si haya intenciones de devolverla a su función original— en el principal centro de producción alquímica de Foxilandia: recientemente, Julio Boltvinik y Araceli Damián hicieron ver que si los números del INEGI sobre reducción de pobreza fueran ciertos, los campesinos mexicanos vivirían como los suizos.
El panorama global no deja, por cierto, mucho margen al optimismo: el paso de un suazilandés por este planeta globalizado dura menos de la mitad (33 años) que el de un japonés (82), y el abismo sigue creciendo. O Dios se desempeña con una indolencia inaudita o la economía mundial es extremadamente canalla.
Como sea. Por primera vez en la historia, los españoles han sobrepasado el umbral de longevidad de los loros y los elefantes; si no hay un exceso de silicón en los datos, los mexicanos se aproximan a esas marcas.
En junio, en el zoológico de Australia, falleció Harriet, una tortuga gigante de las islas Galápagos que perteneció a Charles Darwin y que tenía unos 175 años. Poco antes, en Calcuta, exhaló su último suspiro Adwaita, otro quelonio monumental que fue obsequiado al general inglés Robert Clive en 1775; hagan cuentas. Pero la fugacidad de la vida humana –a pesar de la democracia y la penicilina— se pondera con más claridad frente a una almeja descubierta hace unos días en las costas de Islandia por científicos galeses. La vida de este bicho puede datarse con precisión porque ostenta en su concha anillos anuales de crecimiento, tan precisos y confiables como los que se ven en el corte transversal de un árbol: 410 años. Durante su existencia el molusco pudo abarcar sucesos tan distantes entre sí como los montajes originales de Shakespeare y la ejecución de Saddam Hussein. Pero, para bien o para mal, a las almejas no les interesan las noticias, ni el teatro, ni ingresar a la Unión Europea, ni falsificar cifras sobre pobreza, y nadie les ha comunicado el angustioso peligro que los platos de paella representan para su especie. Pensándolo bien, tal vez esa falta de obligaciones y de tensiones explique, al menos en parte, su longevidad: padecen mucho menos estrés que el que sufren los mosquitos, los venados y los ministros del Interior, y su ocupación básica en este mundo es aspirar y expulsar agua salada a través de las valvas. El problema es que en el bando humano son muy pocos los que se interesarían por vivir cuatro siglos de una manera tan aburrida.
3 comentarios:
Hola Pedro. Digamos que te hago un subrayado o nota al pie:
"O Dios se desempeña con una indolencia inaudita o la economía mundial es extremadamente canalla." Estas líneas me recordaron el poema de Jorge Eduardo Eielson, que seguramente conoces, Elegía blasfema para los que viven en el barrio de san pedro y no tienen qué comer.
Aquí pongo el vínculo de la página de Eielson donde lo pueden leer y si prefieren papel está en el poemario Habitación en Roma.
http://eielson.perucultural.org.pe/roma.htm
Ah, yo opino que la economía es la canalla.
Saludos. Getse.
Pedro:
Estoy casi de acuerdo con el comentario de Gestsemaní (duda entre paréntesis: ¿por qué últimamente, en todas partes, se usa escribir nombres propios con minúsculas?) y también pienso que la economía es canalla, pero con un matiz nada despreciable (que no inventé yo, desde luego): la economía la manejan los hombres, aunque sujetos de diferentes momentos históricos. De paso, hay que reiterar que eso de "la mano invisible de la economía" es un mito ricardiano que resucitaron los yuppies, pero que cada vez es más fantasioso. Lo canalla, entonces, son los intereses que mueven a la economía globalizada y al mundo.
Qué bueno que la economía española ha dado para superar la esperanza de vida, pero a estas alturas resulta inevitable acordarse de sus canalladas antiinmigrantes, como la del tipo que agredió a una muchachita en el Metro de Barcelona.
Jordi Soler, escritor descendiente de refugiados españoles, contaba que una vez que dio una conferencia a jóvenes madrileños, éstos le preguntaron con asombro sobre el origen de su nombre; entonces él les contó la historia de sus abuelos y su llegada a México. Después de eso, él estaba más sorprendido de que muchos jóvenes no supieran nada de la emigración hispana por la guerra civil.
Es muy probable que por cosas como esta, haya estúpidos sueltos por las calles españolas.
Saludos,
La que se encontró con varias noticias por el estilo en el periódico
Getse: Qué bueno que traes a cuento ese poema amargo. Yo opino que la economía es canalla y que una de dos: si Dios existe es un gran indolente, y si no existe, pus no.
Abrazo.
Lectora descubriente: plenamente de acuerdo. Desde otro punto de vista, las leyes pueden ser canallas, pero no hay que olvidar a quienes las redactan. Y de Jordi: a estas alturas, yo me preguntaría si sus oyentes madrileños estaban sorprendidos de que un mexicano tuviera nombre catalán (hay muchos, y no todos se originan en la oleada de refugiados) o de escuchar un nombre catalán por primera vez. Creo que es muy importante estrechar los lazos con la sociedad española (o con las sociedades peninsulares, si es que uno prefiere referirse por separado a catalanes, vascos, castellanos, etc.) porque algún día saldrán de su ensoñación con la modernidad europea (todos los europeos saldrán de ella, tarde o temprano) y voltearán hacia nosotros, y será importante que estemos a su lado para entonces.
Abrazo.
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