La Felicidad de esta historia era una mujer humilde, al igual que su santa patrona, pero no se crió en un entorno cristiano sino en el seno de la Iglesia Rododendra, implantada hacia el siglo XII en Casampolde por el heresiarca Rememuque, un soberano que se volvió loco cuando descubrió, o creyó descubrir, o dijo haber descubierto, unos manuscritos antiquísimos de Eutiques, quien fue, a su vez, higúmeno casi legendario del monasterio de Cora en la cuarta centuria, y acérrimo monofisita bizantino. Muchas habrán sido las diferencias de fondo y dogma entre la ortodoxia cristiana y la mezcolanza rododendrita urdida por el rey a raíz de sus lecturas reales o falsas del improbable Eutiques. De bulto, la nueva confesión negaba a María y a la Trinidad y era iconoclasta, aunque no le hacía ascos al fetichismo ni a la dulía, que es la veneración de los protagonistas del Santoral. Vaya todo esto para explicar por qué Felicidad fue bautizada con ese nombre.
Vivía en las montañas del norte, no lejos de Vuayoré. Era huérfana de padre y madre desde la pubertad, heredó tierras de ladera y unos rebaños de cabras y decidió vivir sola. Los habitantes de la región eran apacibles y Felicidad pudo establecer acuerdos informales con pastores vecinos para que explotaran a sus animales a cambio de modestas rentas, casi siempre en especie. Alcanzó la edad adulta sin que se le conociera varón ni hembra ni animal de sexo alguno pero su estatuto excepcional no alarmó a los pobladores ni alimentó consejas. La muchacha, más que fea o guapa, era insignificante y avara de conversación, aunque no huraña. Por eso no resulta extraño que no suscitara la curiosidad, el deseo, la animadversión ni la simpatía de nadie y que no haya sido víctima de murmuraciones, particularmente prontas y acerbas en tierras donde el tiempo pasa despacio.
Así llegó a la veintena y luego a la treintena: sola, autosuficiente y secundaria; no simpática pero tampoco desagradable; discreta, sin llegar a lo invisible. Así habría podido empezar a marchitarse y así habría podido vivir hasta una edad avanzada, y habría podido cifrar en la piedad de sus prójimos las esperanzas de un funeral desabrido. Pero las cosas ocurrieron de manera diferente.
La contención y la prudencia de los vecinos de Felicidad se hicieron añicos cuando una carcamala murmuradora se cruzó con ella en el mercado, la saludó al paso y a continuación, en voz queda, hizo notar a su acompañante el abultado vientre de la mujer. “Nunca pensé que lo vería con estos ojos que se han de comer los gusanos --dijo--: Felicidad está embarazada.”
Los rumores reventaron y se dispersaron con la energía acumulada de treinta años de encierro y en cuestión de horas todos los habitantes de los alrededores de Vuayoré habían abandonado sus actividades para consagrarse a la búsqueda del fecundador de Felicidad, aunque algunos se decantaban por invocar el milagro. “Pudo ser el Espíritu Santo”, apuntaba algún audaz, pero era aplacado de inmediato por las voces hegemónicas: “Límpiese la boca tras pronunciar palabras profanas; el Espíritu Santo no existe y aquí no aceptamos habladurías trinitarias”.
Aunque nadie le comunicó los chismes que se tejían a su alrededor, la mujer pareció darse cuenta de que había causado un hervidero de ellos, porque a partir de ese día se le vio poco por el pueblo e incluso empezó a hacerse difícil divisarla en las veredas cercanas a su vivienda. Pero los reportes de quienes lograban atisbarla confirmaban un crecimiento sostenido de la barriga de Felicidad.
La mirada colectiva escudriñó a todos y cada uno de los varones en edad fértil para descubrir al responsable, pero no se halló ningún dato que permitiese fundar una sospecha sólida y menos una prueba concluyente. Se conjeturó, entonces, con la posibilidad de que el padre de la criatura que Felicidad llevaba en sus entrañas fuese un forastero, pero por aquellos tiempos prácticamente ninguno llegaba hasta las montañas del norte; el último del que se tenía noticia había merodeado al sur de Vuayoré diez meses atrás, y además era un anciano tullido de fecundidad harto dudosa.
Pasaron seis o siete semanas desde que una vieja chismosa notara el vientre crecido de nuestra protagonista hasta que un joven pastor, cuyo nombre no registra la historia, halló su cadáver al lado de una cacota. El muchacho bajó corriendo el sendero hasta el centro del pueblo, congregó a los gritos a todo el vecindario y de inmediato se organizó una partida multitudinaria que remontó el camino de vuelta hasta llegar al sitio en el que se encontraba la difunta.
Las trazas en la escena no dejaban lugar a dudas: la infortunada mujer había fallecido en el curso de una deposición masiva y monumental; había muerto, por así decirlo... uhhh... de parto. Si los habitantes de aquel remoto rincón de la provincia de Vuayoré hubiesen poseído los conocimientos de la ciencia moderna, acaso habrían sospechado que el organismo de Felicidad formó un fecaloma (consulten el diccionario de gastroenterología o, en su defecto, léanse La vida exagerada de Martín Romaña, del cuestionado Bryce Echenique) que le taponeó el desagüe, acaso como resultado de una dieta sobrada en lácteos y menguada en fibras.
Si la mujer hubiese sobrevivido, nadie más que ella se habría enterado de su padecimiento, y acaso un incauto, al cruzarse en el campo con una caquísima descomunal, habría especulado sobre la existencia de criaturas sobrenaturales.
Pero los habitantes de Casampolde, de suyo confundidos por el entonces reciente tránsito del cristianismo a la Rodondedria, enterraron el cadáver de Felicidad entre muestras de gran veneración y colocaron el fruto de sus entrañas en una capilla construida ex profeso, al lado del río Aquila, y allí le rindieron culto durante muchos años.
Si la reliquia hubiese perdurado, es posible que se hubiese convertido en un coprolito. Pero a mediados del siglo antepasado, en el curso de las revueltas positivistas, una cuadrilla de liberales se llegó hasta el pueblo natal de Felicidad; algunos sublevados penetraron en la Dendria local y uno de ellos, ignorante de la tradición vernácula, vio el objeto de culto, ya reseco por el paso del tiempo pero aún desmesurado, lo tomó en sus manos y lo examinó con curiosidad. “Esto es caca”, concluyó, con un gesto de asco, y acto seguido lo arrojó a las aguas del río.
Cuando se cumplieron cien años de la desaparición de la reliquia, una congregación neodendrita mandó erigir, en el sitio en el que murió Felicidad, y en homenaje a su memoria, una iglesia en forma de asiento de inodoro. No hace mucho recibí una tarjeta postal enviada por unos amigos que visitaron el sitio y la pongo aquí, para que conste que no digo mentiras:
9 comentarios:
Benísimo artículo sobre la iglesia azaleana. Lo he disfrutado como no tiene usted idea.
Hermano Pedro,
Ya veo que después de la experiencia del encefalograma le tomó usted el gusto a la fisiología. Y sí, aquel estudio conducía inexorablemente a una materia no precisamente gris.
Ahora bien, esta historia que usted nos lega comienza a ser estudiada por las hermanas cabalistas de la orden de las Tamaritas Descalzas que al día de hoy reportan los siguientes hallazgos:
- El nombre del lugar –Casampolde- descompuesto según ciertas reglas cabalísticas, podría transformarse en un aparentemente anodino “sal de campo” (o afines), que según el cabalista Abel Fishb se traduciría al galo como “foutre le camp”.
- Esta primera aproximación insinúa que estamos ante una gravísima revelación profética que a usted le fue dada –tal vez en sueños- en forma de narración para que la escatología (en el peor sentido de lo postrero) sea figurable en tanto simple y amigable –aunque fétido- excremento, sin pecado concebido.
- Hay algo más: es muy posible que estemos hablando de Michoacán, donde no solamente se encuentra una población conocida con el nombre de “Aquila” (¿cómo sigue?, como tal es nombre náhuatl que designa a los aplanadores o bruñidores). (Pienso en el lustre y el revoque que ciertos facultativos espurios gustan diagnosticar a la política y a la economía). En este caso, el diagnóstico del fecaloma no admite coartada ni necesita ser desentrañado. Se trata de una situación desahuciada de la que sólo queda escapar. Más cuando Felicidad está muerta.
Tomando en cuenta la provincia de Vuayoré (que en galo-guaraní posiblemente haya sido “Au revoir”) es clara la advertencia del sueño que incita a la pronta evacuación.
Falta descifrar la parte que indique una dirección. Por ahora no tenemos noticia.
Este es nuestro reporte, desde el monasterio de las Tamaritas Descalzas en algún lugar del Amazonas.
Caute: el título anuncia que depusieron a Felicidad. Esto significa que consumaron el golpe de estado a la alegría. Sálvese quien pueda.
Gracias por el disfrute, Bogante y por la perspicacia.
Venerable Tamarita: Dejémoslo en encefalograma; afortunadamente la excreta humana carece de capacidades sobresalientes como conductor (no piense en un microbusero sino en la aptitud de la sustancia para abrir camino a un flujo constante de electrones, o sea que es imposible sondear un fecaloma a la manera en que se inquiere sobre un tumor cerebral), y qué bueno: de otra manera, sería muy fácil convertir un inodoro en una silla eléctrica.
Celebro y agradezco el encomiable y acucioso empeño con que las Hermanas Cabalistas se han lanzado a sondear el misterio de Felicidad, particularmente en lo que se refiere a la localización geográfica precisa de su pueblo natal. La hipótesis “sal del campo” o “foutre le camp” (salar el campo: precisamente lo que hicieron los romanos en el de Cartago, o bien “echarle la sal” a cultivos para que alcancen, no por medios químicos sino mágicos, la categoría “pleinement foutus”) es plausible, pero la señorita Raudilia Vespucci, descendiente del Geógrafo, me ha aportado una posibilidad adicional: que sea corrupción del vocablo mandingo Kasakólule, aldea de la Casamance, como Cuernavaca lo es de Cuaunáhuac, metamorfosis indicativa de que los santos conquistadores (Benedictus dictus) usaban piezas de armadura incluso en los tímpanos.
Carezco de información adicional en torno a Vuayoré, como no sea el matasellos impuesto en la bonita tarjeta postal que recibí (sin dirección de remitente) desde el sitio, y no me queda claro si usted se refiere, en su comentario, a la evacuación como acto fisiológico o como medida de protección civil.
En cuanto al río Aquila, bien podría ser referencia al que cruza una porción de Michoacán y cuya génesis, según el muy calamburesco Diario Oficial, “se forma de la unión de los ríos Palo Dulce y Guayaba”.
Aunque sea un espejismo meramente morfológico y no exista parentesco de etimología entre ambas toponimias, es revelador que, no lejos del municipio de Aquila, se encuentre el de Aguililla, cuyo nombre “significa el hecho que Juan Pablo refiriera al Apóstol de Tierra Caliente ‘Fray Juan de Moya’, que un águila le dejara marcada la cara con sus garras al haberlo levantado de su cuna, pero a los gritos del niño acudieron unas aguilillas en su defensa, logrando que el águila real lo dejara caer suavemente sobre la paja. Después de haber escuchado con atención a Juan Pablo, hecho hombre de unos 40 años, el sacerdote habló ante todos los presentes y dijo: ‘por tan singular suceso, este lugar de Los Terreros, en adelante, se llamará Aguililla’.”
Hago notar a usted que las dos acepciones conocidas de escatología confluyen en (o son, en realidad) una sola, tesis que podrá verificarse en cuanto el mundo quede hecho caca o logremos mandarlo a la mierda.
Me tomo la libertad de externarle mi modestísima opinión en el sentido de que tal vez no debamos preocuparnos demasiado por la localización precisa de Casampolde, Vuayoré y el río Aquila: ya ve usted que en esos lugares la calidad de las reliquias no permite hacerse la ilusión de hallar allí la Cíbola, El Dorado o la Quivira.
Debo referirle, por último, que mi intención primera fue bautizar este memorial “Felicidad depone”, pero tal composición me resultó incómodamente parecida a Sostiene Pereira e incluso a un post antiquísimo en este blog, llamado “Pablo eyacula”.
Parabienes de su hermano en la Dendria.
Estimado hermano;
En cuanto a su pregunta acerca de los sentidos de "evacuación": corresponde la misma explicación que usted dio acerca de las escatologías. Como respondo al voto de pudor no podré ahondar en el tema pero como versa un adagio en letras cuadradas: "el que entiende entenderá", y es su caso.
En cuanto a Casampolde: por la antigua mas no caduca teoría de la "generación espontánea" es de suponer que de materias salinas ha surgido este especimen minúsculo y dañino por el cual il faudrait bien foutre le camp. No sea que se cumpla esta siniestra profecía del anti-Isaías que dice que se transformarán los inodoros en sillas eléctricas... ¡Por los clavos de Cristo o por el perro, que eso nunca suceda: la boca se la haga a un lado y la lengua se le pegue al paladar, tfu tfu tfu!
¿Podría por favor saciar mi curiosidad en lo que respecta a la Dendria? Debo confesar que en nuestro convento las fuentes de información están censuradas y me está vedado el acceso a la referida. Estoy lista para la penitencia que siga a esta irrefrenable curiosidad.
Paz y bien
Hola Pedro!
Algo fuera del tema: en efecto, nosotros no solemos tener dos sexos, pero la frase de marras es un chiste de Tim Burton en "Marcianos al ataque"; en una rueda de prensa con el presidente de USA sobre la llegada inminente de los marcianos, un periodista se levanta y pregunta "¿los marcianos tienen dos sexos como nosotros?" es decir, quiere saber si entre los marcianos existen individuos masculinos y femeninos como entre los humanos, pero el equivoco se da porque 1) la pregunta esta mal formulada y 2)el periodista en cuestión es una actriz con una fisonomia y una voz muy peculiar, de tal suerte que no se sabe si es hombre o es mujer... bueno, no funciona "descriptivamente", mejor te busco el link a un video...
Pedro Miguel y Tamarita, ¿Cómo me han hecho reír con su erudita correspondencia.
¡Olé por la gracia!
-- buen pedro, como le puedo pedir un milagrito a la santa? alguna oracion?
Qué buena está esta historia, me encantó!
Me ha hecho reir al punto de casi parecerme a Felicidad, pero en una onda líquida, digamos
Saludos!!
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