16.7.09

De la vieja manía
de molestar al bicho


Acabaron los sanfermines con un saldo de un muerto, no sé cuántos hospitalizados y una generosa derrama económica para el ayuntamiento de Pamplona. La insensatez de esa celebración ancestral hace pensar en las innumerables maneras que hemos desarrollado de arriesgar el pellejo por mera diversión o por crear espectáculos en los que la exposición de de vísceras sea una posibilidad real y siempre presente. Provocar la furia de alguien o de algo por el mero gusto de ver qué pasa, e incluso a riesgo del pellejo propio, es un pasatiempo inmemorial. En algún momento incierto del tránsito de cazadores nómadas a agricultores sedentarios, algunos sintieron nostalgia por la adrenalina de perseguir a la bestia —o de ser perseguido por ella— y de los peligros que eso implica, y se dieron a la tarea de recrear la cacería con animales ya cautivos o recién capturados.

De los registros más viejos destacan los que dejó la civilización Minoica en Creta. Allí, hace cosa de treinta o cuarenta siglos, algunos intrépidos dieron por ponerse frente a un toro salvaje; cuando embestía, se agarraban de los cuernos para tomar impulso, daban una pirueta en el aire, caían sentados en la grupa, se bajaban y corrían a ponerse a salvo antes de que el cuadrúpedo se diera la vuelta. Uno supone que no pretendían más que burlarse del animal y hacerlo rabiar; en todo caso, es seguro que la idea no consistía en agotarlo con el propósito de reducirlo a chuletas, que para eso ya existían en esa época métodos más sencillos y, sobre todo, menos riesgosos. Tampoco se trataba de neutralizar —así fuera mediante la humillación y el ridículo— a un ser que amenazara a la gente. Eso ya le había tocado a Hércules en una de sus doce chambas: la primera fue matar al célebre león de Nemea, que aterrorizaba a los habitantes de la región; el semidiós hubo de eliminar al felino a mano limpia, y en el empeño (a juzgar por las representaciones en vasijas antiguas), el león no anduvo lejos de arrancar de un mordisco los tompiates de su rival.



De cualquier manera, es razonable pensar que en la vieja Creta unos cuantos practicantes del salto del toro murieron corneados o pisoteados por el animal, aunque de ello no haya quedado constancia en los frescos del mal llamado Palacio del rey Minos, en Cnosos. Es posible que la peligrosa actividad prefigure los rodeos que se llevan a cabo en el norte de México, Estados Unidos y Sudamérica, en los que la idea no es derramar la sangre del bicho sino su bilis. Por los mismos tiempos del brinco de astados en la isla griega, en China e India, otros ponían en riesgo sus posesiones o su honra en peleas de gallos criados especialmente para ese efecto. A los romanos les dio por enfrentar, en las arenas de sus circos, a animales diversos o similares, y puede que haya sido en esos establecimientos de grato solaz, sano esparcimiento y diversión moral, donde se originaron las peleas de perros en su forma actual. Igual pudo ser allí que hayan surgido los antecedentes de las actuales suertes circenses en las que un domador mete la cabeza en la boca de un león y procura sacarla aún pegada al tronco.

Muchos niños de la antigüedad y de la actualidad han gozado (en acto y/o en espectáculo) el arrancarle las patas, una a una, a una araña, o la cabeza a un grillo, o el experimento de meter un alacrán a un hormiguero, o la travesura de rociar con un líquido inflamable a una rata viva, prenderle fuego y ver cómo corre. Una vez, en mi infancia, unos conocidos me invitaron a una práctica que prometían divertidísima: pretendían capturar a un perro callejero, llevarlo a una gasolinera, meterle en el culo la manguera de la bomba de aire e inflarlo a una presión de 22 libras por pulgada cuadrada para ver si rebotaba y podía ser usado como pelota. Decliné la invitación, ya no supe si lograron su cometido y poco tiempo después les perdí la pista, pero me imagino que hoy en día bien podrían ser unos prósperos empresarios taurinos o promotores de palenques o bien truhanes expertos en la organización de peleas de perros.

Esto no es un alegato contra la crueldad humana hacia los animales. En lo personal, como sin remordimiento carne de cerdo, res, pollo y pescado, y cuando los fragmentos de esas criaturas llegan a mi plato no me atormento imaginando el degüello, la electrocución, el martillazo en el cráneo o el anzuelo angustioso en la garganta. Es de celebrar que se organicen gestas civiles para defender el bienestar de las focas descuartizadas por placer, las martas despellejadas por avaricia y los patos que entregan su hígado para que uno coma un paté delicioso sobre pancito recién horneado. Sólo apunto que tal vez sea más urgente —o prioritario— luchar por la verdadera abolición de la esclavitud, que sigue existiendo, o de la tortura, o de la pena de muerte aplicada a los homo sapiens.



Disculpen la frivolidad, pero acaso esta molestia no sea ética, sino meramente estética: las tripas, tanto las del toro como las del torero, suelen ir ocultas en un lugar preciso y necesario dentro del organismo, y sacarlas de ahí, como no sea con propósitos alimentarios o médicos, resulta casi siempre en un esperpento y una sandez. Los partidarios de las diversas clases de tauromaquia aducen que, sin ésta, nuestra cultura estaría llena de huecos y no habría grabados de Goya y de Picasso ni poemas enteros de García Lorca; otros alegan que juguetear con 500 kilos de carne furiosa para luego sacrificarla constituye un arquetipo de la civilización y hasta el triunfo de la línea vertical sobre la horizontal. Tal vez tengan razón, pero a estas alturas la civilización bien podría prescindir de esos espectáculos que empiezan con una paupérrima exhibición de arrogancia macha vestida de lentejuelas y acaban en charcos de sangre y vómito bajo una nube de moscas. A fin de cuentas, hoy en día a nadie se le ocurre pregonar la pertinencia de las decapitaciones con el argumento de que qué bonitas les quedaron sus composiciones a los numerosos pintores —de Donatello a Klimt, de Meister a Caravaggio— que representaron las cabezas de Holofernes y del Bautista: está bien, ya pasó, los cuadros están puestos en los museos, y ya olviden el afán de seguir relacionando los cuchillos con los pescuezos.

¿Y qué se hace? Los partidarios y fanáticos del toreo, de las pamplonadas, de los palenques y de los morideros clandestinos donde ponen a dos perros a despedazarse, e incluso algunos detractores de esas actividades que en algunos sitios son clasificadas como “deportes”, esgrimirán que están en su derecho, que la defensa de las tradiciones y que bla, bla, bla. Un dato esperanzador es que, según cifras españolas, las corridas de toros tienen una mayoría de defensores en individuos mayores de 40, y una minoría de partidarios entre los de 39 para abajo. Eso habla bien del desarrollo civilizatorio y la tendencia no sólo indica que los chavos pueden ser mucho más razonables y sensatos que los rucos, sino también que tal vez en un par de generaciones las plazas de toros vayan a la quiebra por ausencia de demanda. Lo único que no debiera hacerse, en mi humilde opinión, es declarar ilegales esas actividades: sería tan impracticable, tan absurdo y, en una de esas, tan contraproducente, como prohibir el mal gusto.


11 comentarios:

Pedro Miguel dijo...

Cineto: Suele sobrevenir un poquito después (aunque no siempre)y sus formas más populares son la arterioesclerosis y el Alzheimer.

Patán Pillovich: Borré tu comentario, no por el disenso sino por el insulto a una nacionalidad. Si quieres volverlo a poner, pero sin esa ofensa, adelante.

IMH dijo...

La fauna humana es terrible, siempre pensando en agredir y lesionar a los semejantes y nuestro entorno. Rescoldos de nuestro primitivismo genético. Saludos.

Bogador y caminante dijo...

Muy bien, Pedro Miguel.

Defensores y atacantes de las relaciones entre animales de otras especies y el homo sapiens tendrán siempre razones valederas y de peso para defendarlas o atacarlas. Que cada quien se quede con las que quiera, como dices.

En cuanto a las relaciones entre homo sapiens diversos, yo, no por razones ni éticas ni estéticas, estoy de acuerdo contigo: "tal vez sea más urgente —o prioritario— luchar por la verdadera abolición de la esclavitud, que sigue existiendo, o de la tortura, o de la pena de muerte aplicada a los homo sapiens".

Y digo que no tanto por razones éticas o estéticas, si no simplemente porque no me gustaría ver mi pescuezo cercenado por un cuchillo (claro que sería difícil verlo) y si lo pido o lo defiendo para otros aunque en lugar de cuchillo sean inyecciones letales ¿cómo pedir que a mi no me apliquen el filo de la guillotina? ... aunque recuerdo que hace tiempo leí un artículo tuyo, que me gustó y me gusta tanto que por ahí lo tengo guardado, donde hablas de un caso en que sí aceptamos (tú y yo al menos) que el filo de la cuchilla haya separado cabezas y añado: hay otro donde también acepto que las balas hayan hecho huecos en el cuerpo de los tres fusilados en el Cerro de la Campañas.

María dijo...

Pedro Miguel , tambièn es posible que alguno de los escuincles que en tu infancia te invitaron a torturar al pobre perro ahora sea diputado o secretario de hacienda . Ya desde chiquillos se les notan sus tendencias sàdicas .

Lola dijo...

Alguna vez leí no sé en dónde que Carl Jung decía que los seres humanos nunca perdemos ese instinto primitivo de querer enfrentarse a una bestia, necesitamos dosis de adrenalina y lo relacionaba con los deportes, que por eso no es de a gratis que los equipos siempre lleven motes como los pumas, las águilas, los osos, jaguares, etc. Es parte del lado sombrío, el asunto sería en no dejar controlarnos por él, no?

O cómo está la cosa?, ahí corrigeme si me equivoco.

Un abrazote

Pedro Miguel dijo...

Somos la especie más destructiva, IMH y, al mismo tiempo, la única que se preocupa por evitar la extinción de otras especies. Paradójico, ¿eh?

Bogante: Pues sí, pero ya no estamos en el siglo de María Antonieta, y ni siquiera en el de Maximiliano.

María: Pensándolo bien, es incluso más probable que alguno de esos malandrines pequeños haya sido el niño Carstens o el niño García Luna. Pero, pensándolo mejor, no creo haberme rodeado de tan malas compañías.

Lola: Es un temota, el del llamado "combate singular", que permitía ahorrarse un aguerra haciendo pelear a los guerreros emblemáticos de cada bando. En La Ilíada hay varios ejemplos. Los torneos medievales entre caballeros son otro caso. Y sí, por fortuna, todo terminó en las estupidísimas carreras de coches y en partidos de futbol.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Que yo recuerde en Cataluña está prohibido matar a los toros. Sólo para no generalizar sobre España.

FEU BUAP dijo...

Deshumanización (¿O tal vez deberíamos decir desanimalización?). Permítasenos verter la opinión y resaltar la cuestión social del asunto. El sentimiento de superioridad es una concepción de clase, ideología que todos mamamos, es sentir que se tiene el control de las cosas e icluso de la vida (animal y humana), sin importar la edad.
Las corridas de toros, la pamplonada y "nuestra" huamantlada representan precisamente grandes negocios, más que una cuestión cultural. Estamos de acuerdo: grandes pintores y hasta escritores (como aquél de musculosas plabra E. Hemingway)tuvieron inspiración a partir de estas prácticas, pero eso es sólo un pretexto, estas no se supenderán y se seguirán promoviendo por la ganancia que representan. Evoquemos su columna en aquella remota ocasión en que habló acerca de los "Reality Shows", el morbo que provoca ver a los seres vivientes en situaciones extremas es demasiado rentable y se seguirá fomentando, aunque para eso todos tengamos que comer mierda (tanto física como espiritual).
-----------------------------------

INVITAMOS A TODOS A VISITAR EL BLOG DEL FRENTE ESTUDIANTIL UNIVERSITARIO DE LA BUAP http://frentebuap.blogspot.com, información, crítica y análisis de la universidad pública en Puebla y su actual devastador rector pro-priísta y cuasi fascista.

Saludos desde Puebla

Fernando dijo...

Sobre la urgencia o prioridad de unos asuntos y otros, me parece terreno lodoso, semillero de falacias y demagogia.

No digo que tú lo estés haciendo, pero es una práctica común ante la falta de argumentos contra un movimiento u opinión, o por las simples ganas de "trollear".

En el caso de la tauromaquia, no sé ya cuántas veces me habrán dicho que hay cosas más importantes de las qué preocuparse, que lo que un tipo con vestimenta exótica le haga a un toro.

Otro gran ejemplo: se puede desacreditar o menospreciar cualquier situación de actualidad haciendo alusión al hambre mundial (o en África).

Por lo demás, muy buena entrada. Saludos.

vi77or dijo...

Pues yo opino todo lo contrario, los animales no tienen voz entonces hay que ponerles voz nosotros! pero ya!, no esperar a que la demanda en las plazas de toros baje con el tiempo.

En otra columna que escribiste, argumentas lo mismo, escribes todo tu rollo darwinista, haces que me interese en tu columna y al final concluyes que la prioridad son los humanos, ¿por que no los animales en general? Es decir todos.

Bueno fuera de eso, tienes una manera de escribir muy chida, y entendible y con palabras conocidas pues que usamos los mortales.

Juan Manuel Domenech dijo...

Suban mas fotos a si en la cual gane el toro
Los toreros son una marica ya que se hacen los guapos con un animal y los toreros son como diez dentro de la arena
Esta el del caballo el que esta escondido detras de las tablas y varios mas
aguante el toro
toreros putos