Cenizas entrañables, queridos huesos, polvo enamorado: vengan con bien al mundo, a esta su casa, a la mesa de los vivos. Siéntense en las sillas limpias que hemos dispuesto para ustedes, entíbiense el alma con la flama de las veladoras, sacien la sed y el hambre, reposen en nuestras camas el cansancio de la muerte, que es tan agotadora. Disfruten de nuestro amor y nuestra memoria, única protección que podemos ofrecerles en su extremo desamparo. Ustedes que nos dieron vida, país, calor, dirección, fortuna, claridad o palabra, acéptennos el vaso de agua, el ramo de sempasúchil y el plato de calabaza. No es mucho o es muy poco, pero esos son los símbolos de amor en la lengua franca que comunica este mundo con la oquedad que ustedes deshabitan.
Salgan de las tumbas o del cielo, reúnan su momento de partículas dispersas en una voluntad para estar y déjense querer en estos pocos días de encuentro y reunión entre quienes existen y los que han sido. Dejen atrás por un rato sus experiencias intensas y terribles en el forense, en el sarcófago o en el crematorio, y recuerden que en el mundo hay algo más que la muerte: este ámbito, demasiado simple (o demasiado complejo) para ustedes, que los llora, los ríe, los quiere, los critica y los recuerda. Depongan el desinterés abrumador que han desarrollado respecto del sol, el pasto, las coronillas de los bebés, las noticias del diario y el destino de sus parientes y sus enemigos. Pongan algo de su parte; vuelvan por un instante a querernos y a detestarnos como solían antes de su partida y disfrutemos todos, ustedes y nosotros, de esta comunión nocturna.
Es posible que ustedes, los que viven en la muerte, puedan murmurarnos al oído algo que nos ayude a lidiar con esos muertos en vida que perdieron el sentido del sufrimiento ajeno, que aprendieron a obtener placer con el dolor del prójimo y que, sin necesidad ni razón, se empeñan en provocar explosiones demográficas en el lado de ustedes a expensas de los inocentes de este lado. Tal vez esta noche tengamos como invitada a nuestra mesa y huésped de nuestra casa a una existencia humana truncada antes de su tiempo natural por las bombas, las balas o el cuchillo, que se anime a compartirnos la sabiduría de su desencanto profundo mientras aspira la fragancia tenue y extraña del sempasúchil, y acaso logremos escuchar, como entre sueños, una clave para impedir que su suerte se repita en otros.
Padres y madres, abuelos, hermanos, cónyuges, hijos, colegas, condiscípulos, amigos y compadres fallecidos: ésta es la noche en que ustedes han de ser paridos por la tierra en que descansan. Vengan a nuestros brazos para que puedan limpiar de rencores su alianza con la muerte, para que renueven su mortaja, para que mañana vuelvan a la tumba o a la dispersión de sus moléculas reconfortados por el calor humano, con esperanzas nuevas y armados de paciencia para enfrentar el transcurso lodoso de la eternidad. Disfrutemos juntos del pan con azahar, porque después ustedes y nosotros estaremos solos durante todo un año. Vengan, no importa, con su salitre y su gusano, con su herida y su gloria, con su dolor y su redención, con su estar perdidos en ninguna parte, con su grave problema de haber muerto, con sus aposentos a perpetuidad o sus fosas comunes, con su nada: quiérannos un poquito y déjense querer ahora, mientras los de acá seguimos vivos, porque un día nos iremos también, y esto va a quedarse más solitario que una Presidencia.
Ustedes vienen subiendo del fondo de la tierra o bajando del cielo o transitando de un entorno muy sutil situado al lado de nosotros, o no vienen de ninguna parte porque no se han ido nunca y han permanecido aquí, con discreción de partículas elementales, mezclados en el aire, los tomates y el polvo de las casas. Se acercan a la ofrenda por los senderos de pétalos amarillos y van dejando atrás el aire de fetos ciegos y ensimismados con el que empezaron el viaje. Ya reencarnarán, en nuestro interior y a nuestro alrededor, con todos sus gestos, sus atributos, sus mañas, sus malas palabras y su grandeza de antes. Ya casi están aquí.
Nazcan, nazcan, nazcan, nazcan.
(La Jornada, 2 de noviembre de 2004)
5 comentarios:
Hermoso texto para leerse junto a la ofrenda. Muchas gracias por compartirlo con vivos y muertos por igual.
Nazcan, renazcan y engendren en nosotros la rebeldía que los llevó hace años a ser grandes, esta noche, en nuestra memoria, al tiempo que comparten "en nuestro interior y a nuestro alrededor [ ] sus gestos, sus atributos, sus mañas, sus malas palabras y su grandeza de antes."
Ustedes son multitud. Yo veo con claridad, entre todos, a tí Pancho Villa y a tí, Emiliano, junto a muchos desconocidos que son mis parientes.
Esto me ha gustado mucho, mucho, harto, bastante.
Un abrazo
Gracias Pedro por ésta mágica invocación.
El texto es de todos nosotros, pues. Al menos, de los vivientes, quienes somos la residencia real de los muertos, creo.
Abrazos.
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