15.10.10

Javier en la despedida

Nos habíamos quedado solos ella y yo, bajo la luna turca, en la terraza de “Café caliente”, un comedero de Estambul que pretendía ser mexicano, y deglutíamos en silencio una masa nauseabunda remotamente inspirada en los chilaquiles: harina de maíz mezclada con aguacate, crema dulce y trozos de pollo. A la mañana siguiente yo habría de tomar un avión que me llevara de regreso a la Cristiandad y ambos sabíamos que era sumamente improbable un encuentro ulterior. El deslumbramiento inicial, dos o tres convivencias vertiginosas en ciertas ciudades y muchos meses de obsesivos correos electrónicos en modo MS-DOS desembocaban en esa despedida: la vida y el agravio por el brazo baldado de Cervantes se interponían entre nosotros. La inmundicia en mi plato me ayudaba a evitar que se me pusieran los ojos cursis, pues la náusea casi siempre espanta la tristeza. Pero en ese momento algún imbécil que actuaba fuera de nuestro campo visual, creyendo complacernos, tuvo la ocurrencia de enviar por las bocinas del local el sonido de esta rola, precisamente de ésta. El efecto, desde luego, fue rápido y desastroso.


4 comentarios:

karina dijo...

Encantador¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Angel Panza dijo...

Pues me gusta para comienzo de otra gran novela en entregas igual que "El último Suspiro" ¿Se animaría Usted estimado Pedro?

Saludos y lo mejor.

jum dijo...

Hubiera tarareado la de el mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar, si un día me has de querer, te debes apresurar, para trastocar lo cursi del momento.

Pedro Miguel dijo...

Bienvenida, karina.

No me hables de comenzar otra novela cuando aún no consigo sacar a Cortés de su frasco, querido Angel. Y no creo que esta otra historia dé para novela por dos razones: porque es real y porque uno de los protagonistas fui yo.

Pos sí, jum, traté de salir del pantano de la crusilería pero de mi mano sin fuerzas cayó mi copa sin darme cuenta, ja.