Amor perfecto garantizado, seguro contra el desencanto, confianza en que cada día cantará mejor: ahora que lo pienso, a uno, como fan, le conviene que sus cantantes favoritos estén muertos. Conste que no lo digo por Facundo Cabral ni por Amy Winehouse, la infortunada chica inglesa a la que El Señor llamó a su lado hace unos días, sino por Maria Carta, Jacques Brel, y otros de mi querencia, y que esto no es una incitación al homicidio de Lennon (que de todos modos ya no se puede) ni de nadie más.
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